Por la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, nos acercamos a la parroquia Nuestra Señora del Rosario, en Torrejón de Ardoz, que cuenta con una importante comunidad de migrantes perfectamente integrada
Nada más entrar en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, en Torrejón de Ardoz (Madrid), uno se topa con un Cristo enorme que abre los brazos a quien entra y vive más allá del templo. La iglesia, en medio de un parque, se rodea de la vida de la zona sur de Torrejón: grandes bloques residenciales, polígonos, colegios, zonas deportivas… Allí es donde viven sus feligreses y vecinos, un crisol de nacionalidades y culturas, pues la población de personas migrantes de la parroquia se estima en torno a un 20 %. Personas que —casualidad o providencia— hicieron el mismo camino que el Jesús crucificado que los acoge y los mira.
El Cristo del Trabajo —en la advocación que tiene desde que se instaló en la parroquia, pues sus restauradores recibían más y más peticiones de trabajo mientras lo acicalaban— vino de México y, tras un periplo por España, se instaló en Torrejón desde un colegio de Madrid. Pero es que, además, su rostro tiene los rasgos de un indio tarasco. «Lo pusimos aquí hace diez años. Pensamos que había encontrado su sitio: en una parroquia sencilla, de brazos abiertos y de acogida», afirma el párroco, Ángel Román.
La parroquia Nuestra Señora del Rosario —con sus dificultades y los defectos de las personas que la habitan, se encarga de recordar el párroco— bien podría ser ese modelo de comunidad acogedora y misionera que los obispos sueñan en la exhortación sobre la pastoral con migrantes aprobada este mismo año. Cumple el reto de vivir la catolicidad de la fe, pues ensancha el espacio de la tienda «para que se pueda incluir a todos, sin divisiones o separaciones, donde todos puedan preservar las diferencias que enriquecen a la comunidad». Es una de esas comunidades que ya existen, como se encarga de recordar el documento episcopal, que «rezan, celebran, viven y profetizan el sueño de Dios frente a la globalización de la indiferencia, que abren paso y nos dicen a todos cómo es posible plasmar la armonía en las diferencias».
Nos hemos sentido muy acogidos, con el apoyo de los sacerdotes y los hermanos. Esta es mi familia
Mari Ángeles Mbasogo
La parroquia viene viviendo esta actitud desde los años 70, cuando se erigió. Su lema es Acogiendo a todos, visible también en el logo. Testigo de ello es Carmen Makuí. Nada menos que desde 1995, cuando llegó a la iglesia «desesperada» por la enfermedad. Sus hijos sufrían paludismo y un tumor. La ayudaron con los papeles y la acompañaron a los hospitales. Ella se integró en la comunidad, fundó un coro guineano —con la importante comunidad del país en la zona— y ahora sigue siendo una pieza fundamental. Sigue en el coro, ahora de diversos estilos —también cantan, de vez en cuando, en su dialecto—, y es miembro del consejo pastoral. «Nos sentimos como en casa», dice desde el primer banco de la iglesia, de frente al altar y al monumental Cristo del Trabajo.
A su lado está su compatriota Mari Ángeles Mbasogo, con 32 años en España, a la que enrolaron en el coro, aunque era un poco reticente. No había venido a este país a cantar en su dialecto. «Mi familia —tengo hijos y nietos— se ha sentido muy acogida, con el apoyo de los sacerdotes y los hermanos. Esta es mi familia», añade. En el banco de atrás está Pablo Belloso, también de Guinea Ecuatorial. Es el marido de Ángeles. No sabía lo que era una parroquia hasta que llegó a la del Rosario y añade que todas deberían seguir su ejemplo, lo mismo que todo sacerdote debería, como el párroco, abrir siempre los brazos. «Aquí no se nota de dónde eres: somos hermanos», apostilla.
Pide la palabra Edelina Carvajal. Ella llegó desde Ecuador con su marido y sus tres hijos en 2002. «Encontramos un tesoro de familia espiritual. Nos hace sentir que no estamos solos, que tenemos una familia», explica. En el seno de la parroquia, ella y mujeres de países hispanoamericanos crearon el Grupo Luz para ayudar a otras a conseguir los papeles y encontrar trabajo. Gracias a la ayuda desinteresada de algunos feligreses, fundaron una empresa de limpieza, que ofrece empleo. «Es una bendición. Estas personas son nuestros padres, madres y hermanos», dice. Mira hacia el banco de atrás. Ahí está Antonina Lechuga.
Encontramos un tesoro de familia espiritual. Nos hace sentir que no estamos solos, que tenemos una familia
Edelina Carvajal
Aunque como decía antes Pablo, en la parroquia no se nota de dónde eres, siempre ha habido referentes. Indudablemente, el párroco es uno de ellos. Y Antonina también. Ella lleva más de 50 años en la parroquia, desde pequeña. Ha estado en muchos grupos. También es catequista. «Hay que acoger a todo el mundo, te guste más o menos. Lo más importante es que aquí nos encontramos, escuchamos la Palabra, nos contamos las penas y las alegrías y compartimos muchas cosas más», afirma.
En total, el párroco ha reunido a más de 20 personas para mostrar a ECCLESIA y nosotros a usted, querido lector, la realidad de la acogida. Como dice Ángeles Ortiz, responsable de Cáritas parroquial y otra de las referentes para los que llegan, los congregados un jueves de septiembre son «gente con una sensibilidad especial, que viene, ayuda, colabora y se implica». Hay otros que vienen solo a Misa sin ir más allá o solo llegan a por la ayuda. Son muchas, también, las personas de nacionalidad marroquí que se acercan en busca de apoyo y, por supuesto, se les da. «En un barrio de bastante inmigración, el hecho de que la parroquia sea acogedora hace que los vecinos tengan también una sensibilidad especial», explica.
Entre testimonio y testimonio, preguntamos al párroco por las claves para la acogida. Y él responde: «Es importante querer a la gente. No es un inmigrante, es Milagritos, que llega con unas dificultades. Si pones nombre, no es un inmigrante, sino una persona. No podremos solucionar todos los problemas, pero podremos pasar juntos la dificultad. Es estar al lado y tener en cuenta el Evangelio, que es la clave de la acogida. También es muy importante cuidar las celebraciones», explica.
Milagritos Honorio no llegó a la parroquia en busca de ayuda. Fue para casarse. Conoció a su marido, un español, en Perú, su país, y decidieron casarse aquí. Su familia es creyente, está bautizaba e iba a Misa de vez en cuando. En el curso de novios, conoció a la gente de la parroquia y la percepción que tenía de la Iglesia cambió. «Y sin darme cuenta, me había sumergido en esta comunidad. No puedo dejar de venir y estoy muy agradecida por poder vivir la fe», afirma.
Gabriel Rincón también saboreó la acogida, aunque él no tuvo que cruzar un océano y cambiar de continente. Ni siquiera es migrante. A él solo le cambiaron de parroquia. Es sacerdote. Lleva un año en Nuestra Señora del Rosario. Está entre los bancos, como uno más. «Cuando me trasladé, vine muy triste por haber dejado la otra parroquia. Pero se me pasó enseguida. Me han acogido con alegría y cuando a uno lo tratan así, lo devuelves y haces lo mismo con los demás. Es contagioso», dice.
El párroco toma la palabra para decir que no hay un grupo de acogida como tal, sino que es algo que es transversal a todas las actividades de la parroquia. De hecho, como decía el padre Gabriel, los que antes fueron acogidos hoy son acogedores: colaboran en los grupos, en el coro, en el trabajo con niños, en el Consejo Pastoral… «Todos somos Iglesia. No nos situamos de arriba a abajo. Acogemos y tratamos de incorporar la riqueza de todos. Nosotros llevamos la fe a Hispanoamérica y ahora la estamos recogiendo y recibiendo de la gente que viene y de su implicación. Con ellos, quiere que la parroquia sea «pulmón y corazón del barrio, un lugar de esperanza, de acogida y de escucha».
Todos somos Iglesia. No nos situamos de arriba a abajo. Acogemos y tratamos de incorporar la riqueza de todos. Nosotros llevamos la fe a Hispanoamérica y ahora la estamos recogiendo y recibiendo
Ángel Román (Párroco)
Encontrar la felicidad
Diego Jaramillo y Magdalena Carrión son ejemplo de ello. Llegaron a España desde Ecuador en 2002. Torrejón y la parroquia son su hogar. Su hija, que está al lado, ha conocido a su marido aquí, y ya tiene un niño. «Vinimos buscando un bienestar económico, pero, en realidad, encontramos nuestra propia felicidad. La mayor riqueza son todos ellos —dice señalando a todas las personas que se encuentran en el templo—. No son familia de sangre, pero sí de fe. Nos han acogido y nos sentimos en casa».
La historia se repite en el caso de Marilú, Teófilo o Caridad. La primera sigue acercándose todas las semanas a la parroquia, aunque ya no vive en el barrio, mientras que Teófilo, que también reside fuera, a una hora, ha querido estar durante el reportaje para presentar su testimonio.
Uno de los últimos en tomar la palabra es Jhonatan González, Guatemala. Es uno de los que lleva menos tiempo en la parroquia, apenas cinco años, pero su historia es conmovedora y el papel de la parroquia, decisivo. La voz entrecortada con la que comienza su relato advierte algo importante. Según sus propias palabras, migró sin querer migrar. Tenía su trabajo como fisioterapeuta, el campo, su familia… Pero un cambio de Gobierno en el país vecino truncó su estabilidad. La victoria de Bukele en El Salvador y su guerra a las pandillas, llevó a estas últimas a pasar por su pueblo, en la frontera, camino de México y Estados Unidos. Aunque algunos pandilleros se quedaron y empezaron a pedir dinero a su familia. Hasta que no pudieron pagar más y lo secuestraron al salir del trabajo: lo golpearon y casi le amputan un dedo. Su familia consiguió reunir el dinero suficiente para liberarlo, pero no podía continuar allí. Los matarían.
Así que voló a España con el objetivo de empezar de nuevo, de construir un nuevo proyecto de vida junto a su mujer. Y a España llegó la pandemia y pasó meses encerrado en una habitación. Se acabó el dinero y su mujer se empleó de interna en una casa, pero él no encontraba trabajo. Dice que preparó las maletas varias veces para regresar a Guatemala. La desesperación lo llevó a escribir a Cruz Roja para hacerse voluntario, pero nunca recibió la respuesta, acudir a una parroquia, donde no fue bien recibido, y, finalmente, al Rosario.
«Recuerdo que era miércoles y me puse en la fila. Se acercó un señor y me preguntó qué quería. Le dije que quería ser voluntario. Me llevó a la oficina y me di cuenta de que era sacerdote. Le conté mi historia y me dijo que era el párroco, me pidió el teléfono y al día siguiente me llamó para ir a recoger unos bollos para el comedor solidario. Estaba mal y me empecé a sentir útil», explica emocionado, esforzándose para no dejar salir las lágrimas. Luego iba a Madrid a por alimentos para las familias más necesitadas y hoy trabaja en el comedor solidario.
En los zapatos del otro
Retoma la pregunta que le hacíamos al párroco sobre las claves para acoger, para dar su respuesta. El amor. Y, por un instante, ponerse en los zapatos del otros. «A veces, uno no necesita comida, sino que lo escuchen o sentirse útil. Eso es lo que necesitaba yo. Las parroquias tienen que ponerse en los zapatos del otro. Llevo cinco años aquí, tengo una familia, mi jefa es una monja de 90 años que es como mi abuela, el párroco es otro nivel, Antonina tiene un corazón enorme. Ángeles hace mucho por todas las personas», dice mientras, ahora sí, afloran las lágrimas, las suyas y las de otros, y despierta el aplauso de sus hermanos en la fe.
A veces, uno no necesita comida, sino que lo escuchen o sentirse útil
Jhonatan González
Es difícil no ver a una familia en este grupo, una familia que fue acogida y hoy acoge, que tiene los brazos abiertos como el Cristo que cruzó el océano Atlántico. La Iglesia, como dice la exhortación pastoral ya citada, como familia que acoge a todos.
La parroquia Nuestra Señora del Rosario será protagonista en la próxima Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que la Iglesia celebra el 29 de septiembre. Desde allí, presidida por el obispo de Mondoñedo-Ferrol y presidente de la Subcomisión Episcopal de Migraciones y Movilidad Humana, Fernando García Cadiñanos, se retransmitirá la Eucaristía dominical por La 2 de Televisión Española. Una buena ocasión para acercarse a esta bonita realidad eclesial.
Propuestas creativas en la parroquia de San Francisco de Asís de Alcalá de Henares
Una de las cuestiones que plantea la exhortación Comunidades Acogedoras y Misioneras para recrear parroquias como la que hemos narrado es poner en juego «la creatividad para imaginar espacios de encuentro, de oración». Bien podría ser este el caso de la parroquia de San Francisco de Asís en Alcalá de Henares. En medio de un barrio de clase trabajadora, asume desde hace tiempo un volumen importante de personas migradas, fundamentalmente de Hispanoamérica y del África subsahariana. Personas que tienen numerosas necesidades —vivienda, empleo, educación…— y, por ello, el trabajo que se ha venido realizando es fundamentalmente de atención social, desde Cáritas u otros proyectos de la parroquia, como el aula de apoyo. Por eso han querido ir más allá, y desde el último año están organizando foros —llevan dos— para que las personas de la parroquia se encuentren con los migrantes. «Se trata de dar un paso más. De acercarnos a su vida, acogerles, acompañarlos, que sientan que es su casa. E invitarles, porque muchos son católicos, a formar parte de la comunidad. Es el sueño que tenemos», explica Salvador Tejera, quien, además de miembro de la parroquia, es delegado de Pastoral del Trabajo de la diócesis de Alcalá de Henares.
«La idea —explica fray Pedro Botia, el párroco— es convocar momentos de encuentro personal en torno a un diálogo, donde se puedan abrir con su experiencia personal». El resultado está siendo positivo y lo quieren mantener y ampliar durante este curso. Richard Ocáriz, de Perú, o Arlett Conde, de Venezuela, han ofrecido sus testimonios en estos encuentros. Antes habían sido acogidos en la Cáritas de la parroquia.
El objetivo, toma la palabra de nuevo Salvador Tejera, es responder a los cuatro verbos propuestos por el papa Francisco en su magisterio sobre las migraciones: acoger, proteger, promover e integrar. «Queremos acompañar la vida de la gente, hacer una parroquia acogedora, una parroquia con ellos», añade.
Además de esta iniciativa, el proyecto de abrir la parroquia al barrio trae consigo que grupos de migrantes utilicen los locales parroquiales para sus actividades. Es el caso de una asociación de cubanos y un grupo de africanos que envía ayuda a sus países.
Otro de los objetivos, detalla Tejera, es promover una mirada esperanzada y positiva de la migración, así como favorecer un cambio de mentalidad entre los fieles y la población. Es consciente de que todavía se vierten sospechas sobre las personas que vienen de fuera. Coincide con la propuesta del cambio de narrativa que hace la exhortación pastoral de los obispos.