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Participemos del único pan

Estimadas y estimados, hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, una fiesta que se ha popularizado gracias a las procesiones festivas y a los motivos primaverales, como las alfombras de flores y las fuentes de agua. Mientras festejamos el Corpus, recordamos que todas estas manifestaciones son signo de una realidad muy profunda: la vida nueva que Jesús nos ha regalado. Así, nuestra Madre Iglesia, como si ya añorara el tiempo pascual, nos ofrece una solemnidad llena de vida y de vida en abundancia.

El mismo Maestro interpreta el gesto eucarístico precisamente como donación de vida plena: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.» (Jn 6,56-57). Jesús nos ofrece así su secreto: él puede entregarse totalmente a los otros, puede hacerse comer para los otros, no por una valentía individual y autosuficiente, sino porque se sabe engendrado por la fuerza del amor del Padre. El amor que nos comunica no muere nunca ni desfallece nunca, porque es movimiento continuo de entrega total y de donación mutua entre el Padre y el Hijo.

Es en nombre de este amor trinitario que empezamos nuestra fiesta. Y es por este motivo que Jesús nos convoca a su mesa: porque entramos también nosotros en el misterio de la comunión trinitaria. Por eso en cada Eucaristía tendríamos que recordar las palabras de san Pablo: «porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Co 10,17). Esta es, sin duda, como nos dice el Papa Benedicto, «la revolución más profunda de la historia humana». Y continúa afirmando: «aquí se reúnen, en la presencia del Señor, personas de edad, sexo, condición social e ideas políticas diferentes […]. Nosotros […], no hemos escogido con quien queríamos reunirnos; hemos venido y nos encontramos unos junto a los otros, unidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo compartiendo el único Pan que es Cristo» (Homilía de Corpus, 22 mayo 2008). ¡Bien cierto!, la comunión con Cristo y entre nosotros es una verdadera revolución!

La Eucaristía es sacramento de aquello que ya somos por el bautismo: pueblo convocado en la comunión trinitaria. Y es a la vez alimento y medicina que restituye y fortalece la comunión entre nosotros, a veces herida o debilitada por las diferencias o las rivalidades. ¡No tengamos miedo de la multiplicidad y la pluralidad de dones y de servicios, de maneras de pensar y de esquemas culturales! Bien al contrario, disfrutémoslo todo como un regalo precioso del Espíritu que no se deja ganar en creatividad. Sabiendo, pero, que todo tiene que ir encaminado a testimoniar la unidad que nos viene dada única y exclusivamente por la donación de vida del Cristo. Cuando hoy salgamos a las procesiones, mostremos, pues, con alegría nuestra identidad cristiana, esto es, el deseo de comunión entre nosotros y de comunión con todos, especialmente con los más necesitados. Adorar el Cuerpo sacramental de Cristo implicará también venerarlo en cada hermano y en cada hermana, ofreciendo la vida abundante que nace del corazón eclesial en bien de todos los hombres y mujeres de este mundo.

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