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Rémi Brague: «Creer que no tenemos necesidad de aprender de otras culturas es contrario al espíritu europeo»


El reputado profesor de la Sorbona publica en España su último libro: Sobre el Islam. «Para el islam, la idea de Dios es un libro; para el judaísmo, una historia, la del pueblo de Israel; y para el cristianismo, una persona», afirma

Profesor emérito de Filosofía Medieval en la Sorbona, Rémi Brague (París, 1947) escribió su libro Sobre el Islam (Encuentro) ajeno al terremoto político que habría de vivir su país, motivado en parte por la crisis migratoria y la difícil convivencia en los barrios de Francia. Especialista en filosofía árabe y judía, fue titular entre 2002 y 2012 de la Cátedra Guardini en la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich. En 2012, recibió de manos de Benedicto XVI el Premio Ratzinger, considerado oficiosamente como el Nobel de Teología. Pese a haber sido tildado de islamófobo por sus detractores, es un autor referencial en los saberes medievales y en la transferencia de los mismos entre Oriente y Occidente. En esta obra, divulgativa, clara y a la vez rigurosa, vierte toda su erudición mientras despliega un abanico de matices, perplejidades y certezas, derribando, al mismo tiempo, mitos y prejuicios.  

Como especialista en filosofía medieval árabe y judía, acaba de publicar Sobre el islam, una obra rigurosa al tiempo que divulgativa, en un momento político especialmente delicado para su país. ¿Hasta qué punto el miedo al islam en Francia y en toda Europa está haciendo crecer al partido de Le Pen y a la autodenominada derecha patriótica? 
No estoy seguro de que este miedo haya sido la principal fuerza impulsora detrás del voto a Rassemblement National —el partido de Marine Le Pen—. También existe entre las personas de bajos ingresos, especialmente en los trabajadores del campo, la sensación de haber sido abandonadas por las élites, a lo que hay que sumar la caída del poder adquisitivo. La inmigración no es, en sí misma, un problema. Francia pudo asimilar sucesivamente a numerosos polacos, italianos, españoles, portugueses, etc. El problema es la llegada masiva de personas que traen consigo una civilización llave en mano ya hecha, que se basa en principios completamente opuestos a los que los inmigrantes que acabo de mencionar tenían en común con nosotros.

¿Qué lectura hace de las elecciones legislativas en Francia?
Estoy tan perplejo y angustiado como la mayoría de mis compatriotas. Ante la extrañeza por la decisión del presidente de la República, que ya está siendo desautorizada, incluso por sus propios partidarios, y por lo inesperado del propio resultado, debido a que el partido que ha tenido el mayor número de votos es solo el tercero en número de diputados. Pero esta es la lógica del sistema electoral y las alianzas antinaturales que han acabado generando estos resultados.

¿Es posible un islam compatible con la democracia liberal y los derechos humanos?
Hay que distinguir, por un lado, el islam, y, por el otro, el pueblo al que solemos llamar los musulmanes, que, además, se centra en la religión de estas personas —real o supuesta— y olvida su lengua, nacionalidad, profesión, etc. Esta forma de considerarlos favorece perfectamente a quienes, como los Hermanos Musulmanes, quisieran reducir a estas personas a su mera identidad religiosa. En cuanto a la democracia liberal y los derechos humanos, los musulmanes de carne y hueso pueden muy bien tolerarlos, si aceptan poner entre paréntesis muchos elementos de su religión. Muchos lo hacen, sin decirlo abiertamente.

¿Cuáles son los aspectos que producen más fricción, que más dificultan la integración?
Esta renuncia, o, por el contrario, la negativa a poner entre paréntesis ciertos elementos, proviene del hecho de que el islam no es, o no solo, una fe, sino, sobre todo, la manifestación de lo que Dios quiere que el hombre haga: una ley. Una fe no entraría en conflicto con las leyes vigentes en nuestros países. Pero cuando coexisten dos leyes, el conflicto es inevitable. La noción de derechos humanos, tal como la entendemos, no tiene significado en el islam, porque todo hombre es fundamentalmente musulmán, aunque no lo sepa. Lo que más puede chocar a nuestras sociedades occidentales, herederas del cristianismo, son la poligamia, el matrimonio de niñas, el velo que oculta el rostro de las mujeres, cortar las manos a los ladrones… Estas disposiciones, obviamente, no se aplican en todas partes. Pero lo importante es que siguen presentes en la ley islámica, porque se basan sólidamente en el Corán y en las declaraciones atribuidas a Mahoma (hadiz). Son posibilidades que ciertamente podemos silenciar, pero que, por este motivo, también se pueden reactivar.

¿Hasta qué punto es fundamental la diferencia entre el cristianismo y el judaísmo, con sus metáforas y parábolas, y la literalidad del Corán de cara a adaptarse al mundo de hoy?
Tiene usted razón al establecer que la diferencia separa, por un lado, las dos religiones bíblicas, el judaísmo y el cristianismo —prefiero hablar así en lugar de judeocristianismo— y, por otro lado, el islam. Pero esta diferencia es aún más fundamental: se trata de la idea misma de Dios. El Dios de la Biblia hace un pacto con la humanidad. Primero con Noé, luego con Israel caminando junto a él desde Egipto hasta Tierra Santa. El Dios bíblico tiene un romance —y también en el sentido erótico del término— con la humanidad. El cristianismo lleva a la incandescencia la idea de alianza con lo que los teólogos llaman «unión hipostática», tal como la define el Concilio de Calcedonia: una sola persona, la de Cristo, portadora de dos naturalezas, humana y divina, como realización perfecta de la alianza. Por otra parte, lo que señala sobre el literalismo islámico merece una fuerte matización. Pero lo principal es que el objeto revelado en el islam es un libro, el Corán, el libro de Dios. Mientras que en el judaísmo se revela una historia, la del pueblo de Israel; y en el cristianismo, una persona, el Verbo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret.

¿Cómo se pueden resolver estos conflictos en Europa sin caer en lo que nos están anunciando los partidos políticos más apocalípticos: supresión de derechos, guerras civiles…?
Probablemente, bastaría con aplicar las leyes que ya existen, en lugar de apresurarnos a crear constantemente otras nuevas que, en cualquier caso y por los motivos que sean, no podemos o no queremos hacer cumplir.

¿Cuáles diría que son estos motivos?
Cobardía y pereza. Es más fácil redactar una ley en papel que hacerla cumplir, algo que requiere medidas administrativas, fuerza policial, fuerza judicial, etc. capaz de imponer el respeto a las decisiones tomadas. Al mismo tiempo, estamos viendo cómo es muy fácil trastocar la concepción del ser humano a través de las llamadas leyes sociales. Todo lo que necesitas es papel y tinta. Es mucho más difícil reducir el desempleo, reindustrializar, controlar la inmigración, elevar el nivel educativo, etc.

¿Qué papel debe jugar en las soluciones la Iglesia católica?
Su papel solo puede ser indirecto, pero es importante. Para la jerarquía, recordar el Sermón de la Montaña no debe ser algo opcional. Para los fieles, encontrar el delicado y difícil equilibrio entre las exigencias de la caridad hacia todos y el deber de lealtad que cada ciudadano tiene hacia su patria.

Hablando de leyes sociales: usted ya planteó en La vía romana que la grandeza de Roma y Occidente es su conciencia de inferioridad ante culturas superiores —como Grecia o la ética judía— y su voluntad de superación para aprender de estos modelos. ¿Hasta qué punto la cultura de las identidades cerradas que impera ahora —nacionalismos, género etc.—, va en contra de todo aquello que hizo grande a Occidente?
Absolutamente. El odio a Occidente es directo, pero también indirecto, en el sentido de que las distintas identidades —raza, lengua, religión, género, orientación sexual, etc.— se consideran datos básicos y a la vez intangibles, y que, para colmo, bastan para definir y definirse. Creer que no tenemos necesidad de recibir o aprender de otras culturas es exactamente lo contrario al espíritu europeo.

¿Le preocupa que los estudiosos ya no puedan alzar la voz, que los altavoces de las redes sociales pongan a la misma altura al sabio y al fanático aficionado? 
Por supuesto, pero este es el negocio de muchos medios de comunicación. Viven de lo nuevo, de lo que llaman las noticias. Cuanto más nuevo sea algo o, al menos, cuanto más se lo parezca a un público con cada vez menos memoria, más eco tendrá. Por lo tanto, no importa tanto si se trata de una noticia falsa o de un hecho comprobado como de la novedad. Le pongo un ejemplo: el libro donde Michel Onfray retoma esa antigua historia de que Jesús nunca existió, que es un mito. Los medios dieron una amplia cobertura a este libro que ningún historiador toma en serio. Paul Veyne, quien falleció en 2022 y que no era cristiano en absoluto, llegó a afirmar que nada le exasperaba tanto como la gente que negaba la existencia histórica de Jesús.

Lo han tachado de islamófobo, pese su trayectoria y obras… 
No hay nada mejor para un vago que llamar a alguien islamófobo. Así se ahorran la molestia de luchar con argumentos. Todo lo que tienes que hacer es llamar racista a tu oponente, ¡y listo! 

¿Teme llegar a ser cancelado?
Los intentos de excluir ciertas obras del canon o de silenciar ciertas voces que se desvían de la doxa dominante tienen una desventaja que, a largo plazo, los arruinará: lo que dejan dentro de lo permitido, incluso de lo promovido, es angustiosamente estúpido y mortalmente aburrido.

Uno que sin duda podría sufrir esta censura es Michel Houellebecq. ¿Qué le parece su novela Sumisión, donde se plantea la posibilidad ficticia de que la sharia se implantara en Francia?
Leo muy poca ficción, y aún menos novelas contemporáneas. Sin embargo, leí la novela de Houellebecq, e incluso la releí. Este demonio de hombre tiene el talento para mantenerte enganchado y queriendo seguir leyendo. La trama principal, con la llegada al poder de un presidente musulmán decidido a introducir una dosis de sharia en las leyes de la República, me parece improbable, al menos a corto plazo. Por otro lado, la forma en que describe cómo los académicos se someten al poder con la esperanza de obtener más dinero y mujeres me parece una verdad muy cruel.

¿Cuál es la pretensión de Sobre el Islam? ¿Qué podría considerar un éxito y un fracaso del libro?
Elegí premeditadamente el título más plano posible para indicar que mi intención era presentar una visión del islam sin juicios de valor, basada en las declaraciones de los autores musulmanes más clásicos, a quienes cito extensamente, bien sea traduciéndolos o retraduciéndolos. Según me dice mi editor, la versión francesa se está vendiendo bastante bien. En cuanto a las traducciones, la española acaba de publicarse, la polaca está en proceso, la noruega tiene problemas legales. No sé, sinceramente, si habrá otras traducciones. Pero más allá de los números, consideraría que mi libro tiene éxito si contribuye a iluminar las mentes, tanto de los musulmanes como de los no musulmanes, sobre las intenciones últimas del islam. Este objetivo implica, y lo he hecho en numerosas ocasiones, intentar destruir ciertos mitos historiográficos.

¿Qué importancia le da a la filosofía árabe en la transmisión de los saberes de Grecia a Occidente y cuánto hay de propio?
La falsafa, cuyo nombre es puramente griego, proviene, en realidad, de Grecia. Como nuestra propia filosofía europea, que, según Whitehead, no es más que una serie de notas a pie de página de los Diálogos de Platón… En cuanto a la falsafa, diría que, aproximadamente, es un 80 % Aristóteles y un 20 % neoplatonismo. El resto, como el estoicismo, solo está ahí en forma de huellas, como dicen los químicos. Pero esto no significa que estos pensadores se contentaran con repetir a Aristóteles, aunque a veces digan que lo hacen, como Al-Farabi, quien tranquilamente explica que, desde que Aristóteles llevó la filosofía a su perfección, no hay nada más que buscar. Pero no olvidemos que decir y hacer son dos cosas, porque estos autores supieron ampliar brillantemente las intuiciones de los griegos. Al-Farabi construyó una filosofía política sobre una metafísica, Avicena planteó la idea de existencia con más claridad que Aristóteles y Averroes renovó la teoría del intelecto.

Cita a Avicena, Al-Farabi o Averroes: ¿es Occidente quizás un heredero más fiel a esta tradición islámica medieval que las teocracias islámicas?
En primer lugar, no debemos poner a estos tres grandes filósofos al mismo nivel. Al-Farabi, por ejemplo, nunca utiliza la palabra islam ni el nombre Muhammad. Avicena, en cambio, pretende deducir a priori los minuciosos detalles de la legislación islámica. Averroes fue gran cadí de Córdoba y fiel servidor del poder almohade. Por lo tanto, es bastante difícil basarse en estos dos últimos para criticar las teocracias islámicas. Lo cierto es que la recepción de la obra de Averroes se produjo en Europa, tanto entre judíos como cristianos, mientras que en la tierra del islam ha sido casi completamente olvidado. Avicena es más ambiguo: su pensamiento alimentó, en Irán, una tradición de misticismo especulativo que hizo más fácil pasar el trago amargo de la sharia

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