El Papa Francisco dijo en la audiencia de ayer que la solución a los problemas de las rutas migratorias «no es leyes más restrictivas, no es la militarización de las fronteras, no es el rechazo», y pidió aunar esfuerzos para «detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena».
Las políticas migratorias acaparan el debate público en el llamado mundo occidental. A veces con una crudeza inusitada que llevó ayer al Papa Francisco a posponer la catequesis habitual de sus audiencias para «pensar en las personas que -incluso en este momento- atraviesan mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad», en palabras recogidas por el Dicastero de la Comunicación.
Lo hizo anclando su reflexión en dos palabras, mar y desierto, que «vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto por parte de los emigrantes, como de las personas que se comprometen a acudir en su ayuda». Con ellas, explicó, resume metafóricamente las terribles condiciones de «las rutas migratorias actuales», marcadas a menudo por travesías que, «para muchas, demasiadas personas son mortales».
Por ser Obispo de Roma y por su carácter emblemático, se refirió específicamente al Mediterráneo, un «lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones», que «se ha convertido en un cementerio. Y la tragedia es que muchas, la mayoría de estas muertes, podrían haberse evitado».
Y aquí el Papa se expresó con una contundencia inapelable: «Hay quienes trabajan sistemáticamente y con todos los medios posibles para repeler a los migrantes, para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y responsabilidad, es un grave pecado. No olvidemos lo que nos dice la Biblia: ‘No agraviarás al extranjero ni lo oprimirás’ (Ex 22:21). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide que se defienda».
También algunos desiertos, continuó, «se están convirtiendo en cementerios de emigrantes». Recordó la fotografía de la mujer y la hija de Pato, que murieron de hambre y sed en el desierto: «En la época de los satélites y los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver: están escondidos. Solo Dios los ve y escucha su grito. Y esto es una crueldad de nuestra civilización».
«Detener a los traficantes que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena»
Tras explicar que el mar y el desierto son también lugares bíblicos, cargados de valor simbólico, se refirió a dos salmo, uno «que dice al Señor: ‘Por el mar fue tu camino / por las grandes aguas tu senda’ (77,19). Y otro que dice que Él ‘guió a Su pueblo por el desierto / porque es eterna Su misericordia’ (136,16). Estas palabras, benditas palabras nos dicen que, para acompañar al pueblo en su camino hacia la libertad, Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; Dios no permanece a distancia, no; Él comparte el drama de los migrantes».
Todos podemos estar de acuerdo en que los migrantes no deberían estar en esos mares y en esos desiertos letales, reconoció el Papa, pero «no es con leyes más restrictivas, no es con la militarización de las fronteras, no es con el rechazo como obtendremos este resultado. Por el contrario, lo obtendremos ampliando las rutas de acceso seguras y legales para los migrantes, proporcionando refugio a quienes se liberan de la guerra, la violencia, la persecución y los diversos desastres; lo obtendremos promoviendo por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena».
Francisco concluyó reconociendo y alabando «el compromiso de los numerosos buenos samaritanos que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes». Se refirió a quienes están con ellos «en primera línea», como «Mediterranea Saving Humans y tantas otras asociaciones», pero matizó que los demás tampoco «estamos excluidos de esta lucha por la civilización; hay muchas maneras de contribuir, ante todo rezando».