No quiero entrar en un juicio de carácter político, porque no es la encomienda de un obispo, pero sí hacer una reflexión de carácter moral, espiritual y cultural. Lo que estamos viviendo en nuestra nación, desde mi personal punto de vista, es la expresión de algunas corrientes culturales de fondo que hemos venido abonando en las últimas décadas. Se trata de un elogio desmedido de la autonomía a todos los niveles: autonomía, independencia o autodeterminación personal e individualismo. Se ha producido una pérdida de los vínculos en lo personal, en lo familiar y en lo social, pensando que cada cual, cuanto más autónomo, independiente y autodeterminado sea, más importancia tendrá.
Por otra parte, en nuestra sociedad, en la organización de nuestra democracia, impera el positivismo jurídico. Es decir, alcanzado el poder, cualquier decisión que se tome, siguiendo más o menos procedimientos democráticos, es, en sí misma, buena. Buena, ética y moral, porque la voluntad de poder lo ha decidido. En la medida en que vivimos en un relativismo moral, ¿cuáles son los criterios para decir que algo está bien o mal? Estas son las corrientes culturales de fondo.
Existe, además, una preocupación por la convivencia. Incluso cuando se habla de los acuerdos adoptados en los últimos días, se afirma que se hacen en favor de la convivencia. El asunto es en qué pilares se basa la convivencia. Desde mi punto de vista, son cuatro: la libertad, la igualdad entre los ciudadanos de diversos lugares y territorios y la seguridad jurídica, el orden público. Estas cuestiones están hoy en entredicho y no es extraño que haya una preocupación grande en diversos sectores de la vida pública española.
También vivimos una corriente cultural fuerte de emotivismo, que se utiliza a la hora de exacerbar posiciones y de promover polarizaciones. En este sentido, creo que es importante que los ciudadanos tomemos conciencia de nuestra responsabilidad democrática, que expresemos nuestras opiniones y que lo hagamos con verdad y firmeza. Pero nunca dejándonos arrastrar por emociones.
Insisto, hay corrientes culturales de fondo en lo que está pasando en España y en otros partes de Occidente. Hay una manera de mirar la historia. Uno de los problemas de nuestra comprensión de nación con nacionalidades y regiones es la lectura que hacemos de nuestra propia historia, en la que dominan las falsas noticias. Una lectura de la historia en la que dominan las fake news, que son cosas del presente, pero que se aplican a la lectura histórica. España es una nación, una nación importante, una nación asentada durante siglos, pero, ciertamente, una nación que se constituye desde la agrupación de diversos reinos. La última, entre la Corona de Castilla y la de Aragón.
Es crucial abordar juntos esta vivencia, pero ni el relativismo ni el positivismo jurídico ni la autonomía que hace elogio de la voluntad de poder sin ninguna referencia ética nos pueden ayudar. En el fondo, hay una fuerte crisis espiritual. Muchas comprensiones de los nacionalismos, de todo tipo, son vividas como una especie de nueva religión, de nueva propuesta de sentido de la vida. Creo que este sumatorio se está produciendo en nuestras sociedades, en lo que estamos viviendo estos días, pero no solo. Y, francamente, pienso que sin abordar estas cuestiones de fondo, lo único que haremos es sustituir una voluntad de poder por otra, un polo de la polarización por otro, una manera de resolver los intereses sin preocuparnos nunca del bien común. No es extraño que en la politología de los últimos 40 años, la categoría bien común haya sido sustituida por la categoría interés general, e interés es un término bancario. Y así nos luce el pelo en la organización de nuestra convivencia.
Creo que es muy importante que los ciudadanos tomen conciencia de lo que significa la responsabilidad política. Nosotros, en la Iglesia, decimos que los laicos deben de ser conscientes de su responsabilidad. Se trata de la participación en la vida social, familiar, laboral, cultural y política, pero, entre los ciudadanos, hay una especie de espíritu de delegación. Delegamos en los políticos para que solucionen nuestros problemas, delegamos en los agentes sociales para que solucionen los problemas de los pobres, delegamos en los servicios sociales para que atiendan a nuestros mayores. No, es un momento para asumir en primera persona nuestras responsabilidades, personal y asociadamente como Iglesia. Promover el encuentro, reunirnos cada domingo para rezar, tiene que ver con esto. Otra cosa es que también entre los católicos existe mucho este espíritu de delegación.
Este tiempo puede ser estupendo si se abren las conciencias. Sin embargo, tengo la impresión de que los españoles, en materia política, funcionan a nivel de tertulia deportiva, como forofos de un club. Haga lo que haga, es mi club.
Debemos crecer en tejido asociativo. Yo tuve la experiencia de relación con partidos políticos a finales de los años 70. Recuerdo que entonces existía la formación de militantes y había debate en el interior de los partidos políticos. Hoy, la participación se resuelve contestando a una pregunta por correo electrónico, pero ¿dónde hay debate entre los militantes de un partido en sus propias sedes sobre lo que deciden los líderes? Los partidos políticos se han transformado en maquinarias de poder al servicio del líder, con muy poco debate real interno y resolviendo la participación de cuando en cuando con una convocatoria para que el ciudadano conteste de manera virtual o acercándose a una urna. Estamos llamados, unos y otros, cada cual desde su responsabilidad y en el lugar del tejido social del que forme parte, a promover una cultura del diálogo, de la deliberación, del discernimiento sobre lo que estamos viviendo en cada momento.
Hay asuntos bien concretos que tienen que ver con la solidaridad, con la libertad, con la igualdad, con la seguridad jurídica, con el orden público. Orden público es una palabra que los españoles tenemos demonizada. Porque los que somos mayores vivimos lo que era un tribunal de orden público y entonces nos parece que esto es cosa de fachas, pero el orden público es indispensable para que haya convivencia. El orden público pide separación de poderes, respeto a la legalidad vigente y que la legalidad se inspire en una propuesta ética. Eso tenemos por delante. Ustedes, los medios de comunicación, también tienen que aportar, porque, muchas veces, las tertulias de todos los grupos, incluido Ábside, lo único que favorecen es la polarización. Son tertulias de forofos. ¿Realmente el periodismo deportivo lo ha impregnado todo? Está bien ser forofo en el estadio de Zorrilla y abrazarte con el de al lado cuando el Pucela mete un gol. No está tan bien en las cuestiones que tienen que ver con el bien común.
* Estas palabras fueron pronunciadas por el arzobispo de Valladolid durante una rueda de prensa con motivo del Día de la Iglesia Diocesana tras ser preguntado por la situación actual de nuestro país.