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El único viaje de la Piedad de Miguel Ángel

En 1964, hace ahora 60 años, la escultura cruzó el Atlántico para participar en la Exposición Universal de Nueva York

Un 21 de mayo de 1972, un hombre de origen húngaro visitaba la basílica de San Pedro cuando sacó un martillo y asestó no menos de quince golpes a la Piedad de Miguel Ángel. El agresor fue reducido, pero tuvo tiempo de provocar importantes daños al rostro y al brazo izquierdo de la Virgen. La escultura requirió de meses de restauración en los talleres de los Museos Vaticanos, cuyos técnicos completaron la recuperación de la obra en marzo de 1973, devolviéndola al público en todo su esplendor y protegiéndola, a partir de ese momento, con un cristal a prueba de balas. Con motivo del Jubileo de 2025, el cristal, que fue cambiado en 1995, está siendo renovado y la Piedad podrá verse con una nueva claridad a partir del mes de septiembre.

Pocos podían imaginar en 1964 que sería en su hogar donde el grupo escultórico sufriría los mayores daños y no en un viaje a Nueva York, que entonces se presumía una auténtica locura. La idea se gestó en 1962, cuando se comenzó a planificar la Exposición Universal de Nueva York. Los organizadores querían hacer algo excepcional y ahí entró el juego el arzobispo de la ciudad, Francis Joseph Spellman. Este presentó al papa Juan XXIII la solicitud de la Expo: contar con la Piedad de Miguel Ángel en el cuarto centenario de la muerte de su autor. Accedió como agradecimiento a los estadounidenses por haber ayudado a Europa a derrotar al nazismo.

Además, Juan XXIII también quería contar con el apoyo de la Iglesia americana más conservadora para llevar adelante las propuestas del Concilio Vaticano II y, así, el préstamo de la escultura se convirtió en la carta de presentación perfecta. Sin embargo, el destino quiso que Roncalli muriera en 1963 y su sucesor, Pablo VI, se opuso a la operación, aunque finalmente cedió por respeto a su predecesor. 

El traslado se organizó vía marítima. La obra se embaló en Roma en una caja de madera de haya recubierta con láminas de poliestireno y rellena del mismo material. A su vez, esta caja se introdujo en otra metálica insumergible, tratada con sustancias aislantes e ignífugas, dotada de una baliza de geolocalización y pintada en colores llamativos para ser fácilmente identificable en el mar en el caso de desastre. Incluso si la nave que transportaba la escultura se hundía, la caja saldría a flote mediante un complejo sistema de cables de acero. 

La obra viajó en la Cristóbal Colón durante nueve días hasta arribar a Nueva York. Protagonizó el pabellón de la Santa Sede, donde permaneció seis meses y fue admirada por más de 27 millones de personas. Si tenemos en cuenta que unos 14 millones de personas la visitan anualmente, la idea fue un completo éxito y los abultados números de visitas suavizaron las críticas. La Piedad volvió a la basílica de San Pedro el 13 de noviembre de 1965. Pablo VI respiró tranquilo y exclamó que ese había sido el primer y último viaje que haría la escultura. Y así hasta hoy. 

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