La autora de Género, Jóvenes e Iglesia. Juntar las piezas sostiene que sexo y género se pueden distinguir, pero no separar, y que el problema no es el género, sino cómo se asume
Como bien recordaba en un artículo en estas mismas páginas Marta Rodríguez Díaz, autora de Género, Jóvenes e Iglesia. Juntar las piezas (Encuentro), la palabra género viene con dinamita incorporada. Como si el solo hecho de ponerla encima de la mesa ya hiciese saltar por los aires todo lo establecido. Y si en esta ecuación metemos a la Iglesia, la onda expansiva parece que se amplía.
Lo cierto es que la cuestión del género, las teorías, porque hay que hablar de ello en plural, generan muchas tensiones hoy. Tensiones entre jóvenes y adultos, entre la propuesta integral de la Iglesia y la cultura dominante.
El libro de Rodríguez Díaz, que es doctora en Filosofía con una tesis sobre las raíces filosóficas de las teorías de género, expone, además, que los adultos y la Iglesia no solo no sabemos de qué hablamos cuando hablamos del género, sino que lo hacemos mal. Y por eso se decidió a escribir el libro mencionado anteriormente. Parece básico que si se quiere dialogar y entender a los jóvenes hay qué saber qué hay detrás de las propuestas por las que se sienten atraídos.
Y esta fue la primera pregunta de una larga entrevista con la autora durante su estancia en Madrid para la presentación del libro hace unos días. ¿Qué son las teorías de género? Pues bien, ella explica muy bien que el término género fue introducido a finales de los años 70 por una serie de psicólogos para distinguir entre el sexo biológico y lo que la persona desarrolla en su identidad a partir de la educación y la cultura. Una idea que se desarrolla con éxito cuando lo toman las feministas norteamericanas. ¿Por qué? «Porque venía a colmar una laguna teórica: la distinción entre lo que son como mujeres, de aquello que la sociedad había interpretado del ser mujer», explica.
Así, el término se fue popularizando, aunque que cada cual iba dándole su interpretación y contenido y, por eso, en el libro, la autora lanza la primera gran afirmación: «Hay muchas teorías de género».
Todo este movimiento, en opinión de Marta Rodríguez Díaz, pasó desapercibido para la Iglesia de entonces, inmersa en la crisis preconciliar y de vocaciones y en el debate sobre la Humanae vitae de Pablo VI. Hasta que saltan las alarmas en 1995, cuando el género se introduce en la cuarta Conferencia de Naciones Unidas sobre la Mujer. «Generó alarma, porque se introdujo de una manera muy ambigua y esto provocó una reacción defensiva por parte de la Iglesia. Se fue difundiendo la idea de que el término es incompatible con la visión cristiana, que no se puede asumir y que es un caballo de Troya. Me parecen que las condiciones históricas hacen perfectamente comprensible esta respuesta», agrega.
Hasta 2011 no empezó a verse un cambio de actitud, a plantearse que «no es lo mismo género que ideología de género» y que, quizás, «el problema no es el género, sino cómo se asume». Esta tendencia, amplificada por algunos pensadores católicos, queda «sancionada», dice Rodríguez, en Amoris laetitia, donde «se dice que sexo y género se pueden distinguir, pero no separar».
«La Iglesia no sostiene el determinismo biológico por el cual existiría un único modelo estático de relación entre hombres y mujeres. No todo viene dado por la biología. La identidad es biopsicosocial. Influye la biología, la psique y lo social», agrega.
Así, Rodríguez es partidaria de hacer una crítica a las teorías de género, pero también que de que esta sea seria y esté fundamentada, «no ideológica o polarizada». «Me da rabia escuchar a pensadores hablar de las teorías de género o del género y que se note que no las han leído. Son muy criticables, pero, para criticar, primero hay que comprender. En el mundo católico, a veces, se utilizan las mismas cinco citas que aparecen repetidas continuamente. No nos tomarán en serio si no nos podemos en juego», agrega.
—¿Cuál de las teorías de género es la que más está permeando la sociedad?
—Hay dos grandes ideas. La primera: que lo que somos como varones y mujeres es pura construcción social. Y la segunda: tú decides quién quieres ser. Los jóvenes hablan de esto en las redes sociales y tienen este discurso muy interiorizado. Las dos tienen parte de verdad, pero también su punto ciego y, por tanto, son ideológicas. Es cierto que soy mujer de forma integral —cuerpo, psique y espíritu—, pero eso se expresa a través de una mediación cultural. Ser mujer es ser natural y cultural al mismo tiempo. Ser varón y mujer toca radicalmente nuestra naturaleza, pero se expresa en una manifestación cultural. Soy partidaria de asumir el término género desde una antropología cristiana.
—¿Y por qué tienen éxito?
—Tengo un amigo sacerdote que dice que si no hubiese injusticias, no habría ideologías. O lo que es lo mismo, que las ideologías surgen por las injusticias. Es fácil que se dé un ambiente propicio para una ideología cuando las cosas no están bien. Y las teorías de género tienen éxito porque hay cosas en la relación entre hombres y mujeres que no están bien.
Dicho esto, la investigadora es consciente de que detrás de todas estas teorías también se cuelan intereses ideológicos, aunque está convencida de que a las grandes promotoras, como la filósofa estadounidense Judith Butler, les mueven las heridas. Ellas, que se han sentido heridas y discriminadas, quieren que otros no pasen por ese trance.
Pero hay intereses económicos: «Lo que está sucediendo con cómo se afronta la disforia de género es una locura científica y esto lo reconocen los propios médicos. ¿Cómo es posible que se estén hormonando a menores de edad? ¿Cómo es posible que haya cambios de sexo cuando las operaciones son irreversibles? Esto se está creciendo exponencialmente y seguramente hay un interés económico. Como hay un ansia de lucro en la promoción de la anticoncepción».
En relación con esto, a la filósofa le preocupa lo que está sucediendo con la libertad de expresión, pues no es difícil ser tachado de homófobo o ser sometido a multas o inhabilitaciones. Apuesta por que las universidades católicas lideren un movimiento para defender la liberta de expresión y fomentar un debate serio donde todas las ideas puedan ser expresadas con respeto.
—Sostiene que en materia de género, adultos y jóvenes hablan idiomas distintos. ¿Cómo entenderse entonces?
—Pues tenemos que aprender su idioma y dialogar. A veces, vamos queriendo tirarles la verdad desde fuera y lo que tenemos que hacer es un camino de verdad, ayudándoles a que ellos se cuenten a sí mismos y ofreciéndoles claves de interpretación. Cuando tengo encuentro con los jóvenes, siempre les pregunto qué temas les preocupan. Y el género está siempre en el top cinco.
Lo mismo que sucede con los adultos, pasa con la Iglesia. Para los jóvenes, no es «interlocutora creíble» en estos temas. De hecho, lamenta que tenga la oportunidad de estar cerca de ellos en colegios y universidad y que salgan de estos centros asumiendo estas teorías y sin haber tenido un diálogo.
Para acompañar a los jóvenes en la materia del género, afirma Marta Rodríguez Díaz, propone el modelo de Jesús con los discípulos de Emaús. Un camino del que se derivan varios cuatro principios y una conclusión, tal y como recoge su libro. Concluimos con ellos.
- Primer principio: la finalidad del acompañamiento, incluido el caso del género, no puede ser desenmascarar su mentira y hacer brillar nuestra verdad. La verdad no se impone, sino que se abraza libremente; se llega a ella más por atracción que por instrucción.
- Segundo principio: El acompañante debe ser paciente y flexible hasta crear un ambiente donde interpelar su corazón.
- Tercer principio: solo el que ama puede hacer una propuesta radical.
- Cuarto principio: una propuesta que apuesta a la libertad y siempre a la libertad.
- Conclusión: el acompañamiento no asegura el éxito de la persona según nuestros criterios.