Los esfuerzos del Papa por terminar con una guerra que ya asolaba Europa mucho antes del 24 de febrero de 2022 y de la que prácticamente solo él, como líder mundial, se acordaba, continúan. Porque en el tablero geopolítico entran y salen nuevos jugadores de los que el común de los mortales desconocemos la implicación real en las negociaciones y conversaciones de paz. En las últimas semanas se hablaba de una solución que podía proceder de África tras la cumbre en San Petersburgo de Putin con representantes de 40 países africanos, un continente donde la influencia rusa pugna por batir a la china y donde Europa ha quedado definitivamente fuera de juego. Basta un ejemplo y es el de Níger y el virulento rechazo hacia Francia. Mientras los nigerinos celebraban el reciente golpe de Estado quemando banderas francesas en las calles de Niamey, agitaban banderas de la Federación Rusa.
Pero quizá el mundo multipolar, que las grandes potencias de Asia con Rusia pretenden conformar terminando con la hegemonía estadounidense, pueda ser la clave para que, al menos, se retome el acuerdo sobre la exportación de grano que Rusia rompió unilateralmente a mediados de julio. Porque en la cumbre de San Petersburgo, los países africanos instaron a Putin a reiniciarlo porque sería un genocidio privar a millones de personas en África del tan necesario grano para sobrevivir y que se pudriese en los silos del mar Negro. En pleno siglo XXI, la comida sigue utilizándose como arma de guerra en la peor tradición de los conflictos bélicos en los que se ha embarcado la humanidad. Aunque caiga en saco roto, Francisco también le ha pedido a Rusia que recapacite. Lo hizo durante el último ángelus que presidió en la plaza de San Pedro antes de su viaje a Portugal. Llamó «hermanos» a los responsables rusos y les recordó que el grano es un don de Dios y que, por tanto, atenta contra él usarlo con intereses espurios: «Y no dejemos de rezar por la martirizada Ucrania, donde la guerra destruye todo. También el grano, y esto es una gran ofensa contra Dios, porque es un don suyo para alimentar a la humanidad. El grito de millones de hermanos y hermanas que sufren el hambre sube hasta el cielo. Apelo a mis hermanos, a las autoridades de la Federación Rusa para que se retome la iniciativa del mar Negro y el grano se pueda transportar con seguridad».
También dentro de la peor tradición de los conflictos bélicos entran las advertencias desoídas de los papas. Precisamente, en agosto se cumplen 106 años desde la carta que Benedicto XV envió a las potencias europeas en los albores de la I Guerra Mundial para advertir de la «masacre inútil» que se cernía sobre el continente. Así, escribía: «¿Europa, tan gloriosa y floreciente, correrá, casi arrastrada por una locura universal, hacia el abismo, a un verdadero suicidio?». El pontífice invita a los gobiernos a encontrar un acuerdo para «una paz justa y duradera». «El punto fundamental debe ser que la fuerza moral de la ley sustituya a la fuerza material de las armas».
Palabras de hace más de un siglo que, por desgracia, no han perdido ni un gramo de vigencia. Como tampoco los esfuerzos de la diplomacia vaticana para intentar proteger a los civiles y buscar caminos de entendimiento siempre dentro del soft power como uno de los actores de derecho internacional más antiguos del mundo. En este contexto, el Papa ha puesto en marcha la intervención del cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y arzobispo de Bolonia. Lo ha enviado a Kiev, Moscú y Washington, tal y como Juan Pablo II en 2003 envió a Pío Laghi a Estados Unidos para convencer a George W. Bush de que no invadiera Irak. De nada sirvió.
20 años después, y salvando las distancias, el escenario actual no dista mucho de aquel otro. Lo dijo el propio Francisco el 16 de julio durante el rezo del ángelus recordando los bombardeos sobre la ciudad Roma en 1943, durante la II Guerra Mundial cuando exclamó: «Cómo es posible? ¿Hemos perdido la memoria? Que el Señor se apiade de nosotros y libere a la familia humana del flagelo de la guerra. En concreto, recemos por el querido pueblo ucraniano que sufre tanto».
El cardenal Zuppi viajó a Kiev a principios de junio. Fue recibido con todos los honores y los brazos abiertos por Volodímir Zelenski quien reiteró que, del Vaticano, lo que quieren principalmente es su mediación para que Rusia devuelva a los niños ucranianos que deportó por la fuerza cuando invadió suelo ucraniano. Ucrania dispone datos completos de 19.000 y la certeza de que fueron robados. En cualquier caso, reconoce que la cifra puede ser mucho mayor.
A finales de junio viajaba a Moscú, donde no fue recibido por Vladimir Putin. En su lugar departió con un asesor del mandatario, Yuri Ushakov, y con Maria Lvova-Belova, la funcionaria del Kremlin encargada de la «reeducación» de estos niños robados bajo el cargo de consejera presidencial por los derechos de la infancia. Sobre ella, y sobre Putin, pesa una orden del Tribunal Penal Internacional que considera como un crimen de guerra la deportación de estos niños. Sin embargo, el tribunal no tiene jurisdicción sobre Moscú, que no reconoce su autoridad. Solo podrían ser capturados si viajan a un país que sí lo reconozca. Zuppi abordó con el Gobierno de Putin la cuestión de los niños deportados, aunque no se llegaron a acuerdos concretos, como confirmó el portavoz Dmitri Peskov. La sorpresa del viaje relámpago del enviado del pontífice fue el encuentro con Cirilo, cuya relación con Francisco no pasa por su mejor momento por el apoyo y justificación que el patriarca de Moscú está dando a Putin y su guerra. Cirilo le dijo que es bueno que «las Iglesias colaboren para servir a la causa de la paz y la justicia». Parece que ambas partes salieron satisfechas del encuentro. Al menos, es un principio de deshielo entre Roma y Moscú… una vez más en su historia de rencillas e incomprensión.
Con lo que quizá no se contaba era con la visita del cardenal Matteo Zuppi a Estados Unidos porque, en principio, no formaba parte del plan inicial. Estuvo del 17 al 19 de julio. Entregó en mano al presidente, Joe Biden, una carta de parte del papa Francisco cuyo contenido se desconoce, pero es fácil de imaginar dada la situación. El tema del encuentro con el inquilino católico del despacho oval de la Casa Blanca también fue la cuestión de los niños ucranianos. La reunión se prolongó durante dos horas. Los comunicados oficiales no suelen ser muy extensos ni detallados, pero las autoridades estadounidenses sí reconocieron que el purpurado fue recibido por Joe Biden «por petición del papa Francisco». Evidentemente, la Santa Sede está actuando en la parcela que le permiten. Porque la aspiración inicial de mediar para la paz ha tenido que reformularse y concretarse en mediación humanitaria, como fue en el caso de intercambios de prisioneros y como parece que será con el de los niños deportados. De cualquier modo, jugar en el tablero internacional de tú a tú con las grandes potencias no es nada desdeñable. El Papa confirmó a la Revista Vida Nueva que el próximo destino de la misión de Zuppi será Pekín.