La Iglesia, como cuerpo de Cristo que peregrina en la historia, no es ni debe ser ajena a los cambios que se producen en el mundo. La mies de cada época viene marcada por las condiciones del tiempo presente, y no cabe duda de que los trabajadores de la mies deben usar las herramientas más apropiadas para llevar a cabo su labor. Todo ello, claro está, sin desvirtuar el mandato del dueño.
Pareciera que, en la situación de hoy, resulta más complicado dar a conocer el Evangelio de manera pública. Desde los propios templos, donde la asistencia sigue sufriendo un desgaste, no es posible ofrecer el primer anuncio casi por definición. En esta coyuntura, el planteamiento de Iglesia en salida establecido por el papa Francisco adquiere todo su sentido. No caben actitudes pasivas de espera en despachos parroquiales: quien ha recibido el don de la fe no puede esperar a que el que aún no lo tiene venga hacia él; quien ha tenido el verdadero encuentro con Cristo vivo ha de romper los muros que pretenden confinar la religión a un reducto privado y proclamar el testimonio de su hallazgo. En este contexto, es imprescindible que los laicos tomen conciencia de bautizados y den un paso al frente en la misión a la que todos somos llamados.
En los últimos años, el Espíritu Santo viene alentando diversas iniciativas de primer anuncio, como Emaús, Effetá, Alpha, Seminarios de vida en el Espíritu, Proyecto Amor Conyugal, Lifeteen, Una luz en la noche…, que se unen a otros ya consolidados como Cursillos de Cristiandad o iniciativas de Acción Católica. Cada una tiene su carisma y, sin miedo a poner las botas sobre el mundo, sigue reclutando nuevos obreros para trabajar la mies. Como paradoja, puede ser que cada vez haya menos personas en las iglesias, pero también se está reduciendo la hostilidad hacia el mensaje de Cristo. Ahora son más los indiferentes y quienes desconocen el kerigma. Esta situación hace que el primer anuncio sea más importante que nunca, pues la evangelización es más eficaz en un mundo herido y sediento de verdad. No olvidemos que, pese al éxito de las nuevas iniciativas, es Cristo quien, en última instancia, convierte los corazones. A nosotros nos toca anunciar.
El éxito de las nuevas metodologías es incuestionable, pero entraña el riesgo de que al chispazo inicial no le siga un itinerario de acompañamiento sólido ni un enraizamiento en la comunidad. No se puede pasar del método a la pastoral ni a la Misa, hay que acompañar el sentimiento y las expectativas que el kerigma prende en el corazón del hombre para evitar la frustración que levanta el polvo del camino. Sin el necesario acompañamiento, se puede caer en el desánimo o en el consumo compulsivo de métodos, pasando de uno a otro sin profundizar. No cabe duda de que no habría riesgos sin el éxito de estos nuevos métodos que tanto bien están trayendo a la Iglesia, pero esto no hace que puedan ser desdeñados. En España, la Conferencia Episcopal es consciente de ello y ya trabaja para atajarlos, como se hará desde el Encuentro Nacional de Primer Anuncio. No es una misión fácil, pero tenemos esperanza. Sabemos de quién nos hemos fiado.