Los terroristas lo capturaron en Siria y sufrió torturas durante casi un año. Pero escapó vivo y ha perdonado. En El quinto nombre (Península), documenta el crimen de un sacristán a manos de un Pampliega durante la Guerra Civil. Es otra guerra, pero la necesidad de reconciliación y curar las heridas es la misma
Al Qaeda, hablaba con Jesús y pensaba que Él puso la otra mejilla»
El reportero de guerra Antonio Pampliega (Madrid, 1982) copó titulares y portadas tras caer en las manos de Al Qaeda en Siria en 2015. Sufrió torturas y vejaciones durante un secuestro de casi año. En El quinto nombre (Península), su último libro, cambia el escenario internacional por el de su pueblo, pero no abandona ese gran tema central de su propia historia personal y del mundo desde que es mundo: la guerra. En este caso, la civil, con el odio de siempre comprimido en un microcosmos de hermanos. Y su culminación en el asesinato de un capellán a manos de un familiar del mismo Pampliega, durante ese gran trauma nacional que tuvo infinidad de réplicas en cada pequeño pueblo de España.
Llama la atención que, siendo un libro sobre la Guerra Civil, una historia que no está curada, va más allá de los bandos y describe el corazón humano.
En España, cuando escribes de la Guerra Civil, eres de una trinchera o de otra. Esto es una historia vista desde fuera por un periodista que tiene unos datos. Yo no quería hablar de buenos y malos. Aquí pasó una cosa y se cuenta, de principio a fin. Afectando a quien afecte y, sobre todo, entendiendo que en aquella España se cometían auténticas tropelías. En este sentido, el objetivo era no posicionarse. No es un libro que busque revancha, no es mi manera de trabajar.
Escribe: «Dos vecinos, dos amigos, intentando matarse el uno al otro obedeciendo órdenes de sus superiores. Sin saber, por desconocimiento absoluto, que el otro, su mejor amigo, se encontraba en la trinchera contraria. Odiando porque de lo contrario corrían el riesgo de ser fusilados por traidores».
Esa historia puede ser de España, de Siria o de cualquier otro lugar. La guerra es un absurdo. Sobre todo cuando se matan entre hermanos y entre amigos. Estabas haciendo la mili en un sitio X y tenías que disparar al otro lado pensando que no están tus amigos, y resulta que justo están tus amigos. La guerra es el máximo de los absurdos. No hay nada más absurdo que una guerra, y más si es una guerra civil.
Hay un episodio muy bonito respecto a esto: «Poco a poco el frente se fue enfriando, convirtiéndose en una guerra de trincheras donde soldados de uno y otro bando se citaban por las noches a espaldas de sus mandos para fumar juntos».
Sí, y no solamente en el Frente del Agua, donde estuvo mi abuelo. En muchos frentes españoles, quedaban por la noche para darse unos papel y los otros el tabaco, porque en Canarias tenían el tabaco y en Valencia, el papel. No puedes fumar sin tabaco y no puedes fumar sin papel. Entonces quedaban, se ponían a hablar entre ellos y fumaban. Esto que cuento en el libro puede ser perfectamente un episodio de La Vaquilla, pero es que es así.
El sacristán Tomás es la víctima perfecta porque no era conocido de nadie.
Aquí en el pueblo todo el mundo sabía quién votaba a las derechas y quién votaba a las izquierdas. Podían haber dado el paseo a mucha gente antes. No lo hicieron porque todos eran familia de alguien y no se iba a permitir. De hecho, desde Madrid pasaban listas al Comité Revolucionario con gente a la que fusilar, con nombres y apellidos, y no se les fusiló por eso. Tomás es el objetivo perfecto: no es del pueblo, es religioso y, además, su mujer era bastante atractiva y levantaba muchas envidias. Pero es curioso que en toda la guerra se mató aquí a una sola persona: a Tomás. Me parecía fascinante.
La noche del asesinato, uno de los que llega tarde piensa: «¿Tan difícil hubiera sido decir no y marcharse a casa con su mujer y su hijo? Si su mujer se despertaba tendría que responder a unas preguntas que no estaba preparado para responder».
¿Cómo justificas matar a alguien? Una cosa es que tú te vayas a un frente, saques el rifle y dispares, y otra cosa, asesinar a sangre fría. En todo el libro hay una persona, solamente una, que está dispuesto a matar a sangre fría: Eladio. El resto se encuentran metidos en una guerra civil donde la situación va tirando de ellos. Levantarte por la noche, con nocturnidad y alevosía, sabiendo lo que vas a hacer… Hay que echarle valor.
Último fragmento. «Nuestros abuelos no nos hablaron de una guerra que vivieron, mientras nosotros no paramos de hablar de una guerra que no sufrimos. Quizás, solo quizás, deberíamos reflexionar y preguntarnos el porqué». ¿Por qué no paramos de hablar de la Guerra Civil en 2023?
Por desgracia, los políticos han visto que la Guerra Civil, ochenta y tantos años después, sigue siendo un filón en votos. Y son ellos precisamente a los que no les interesa una reconciliación. O aquí hay una reconciliación entre todas las partes y un perdonar —no olvidar—, o vamos a estar toda la vida con lo mismo. Hay alguien que tiene que parar. Y es una pena, porque muchas de las personas que hablan en el Congreso de la Guerra Civil no tienen ni idea de lo que realmente ocurrió. Cuando, por ejemplo, diputados del Partido Socialista señalan a Vox como un partido de extrema derecha, ninguno piensa «oye, que el Partido Socialista tuvo 50 checas en España donde se mataron a 17.000 españoles. ¿Vais a pedir perdón por esto o no?». No lo dicen. Quizá es que no lo saben. Pero si no sabes eso, eres un ignorante.
¿Usted cree que el perdón es posible?
Si es de corazón, sí. Para continuar como sociedad, tiene que haber un perdón. Lo hubo en Irlanda con el IRA. Se les perdonó, se les dio un partido político y mira. Ya está, no hay atentados. Yo prefiero que haya representantes en las instituciones a que haya coches bomba. He vivido guerras y no quiero que mi hija viva una por nada del mundo. Ningún ser humano debería vivir una guerra.
Describe a los milicianos como gente sencilla: ¿cómo personas normales, humildes, se levantan de la cama y se van a matar al sacristán?
Eran personas sencillas, pero sus ideas eran fanáticas. En España pasó lo que pasó porque había mucho fanatismo. ¿Por qué iban a matar al sacristán? Por impunidad y porque las armas empujan a ello. Y dan mucho aplomo. Cuando el Gobierno republicano toma Alcalá de Henares y trae armas, no es lo mismo que enfrentarse con azadones y con cuchillos o navajas. Son armas de fuego, eso te da aplomo y te da una contundencia que apoya tus ideas fanáticas. No eran personas normales y corrientes, eran fanáticos.
¿Cómo era la convivencia en el pueblo antes de la guerra y cómo se reconstruyó después?
Antes de la guerra, más o menos se respetaban entre ellos. Había los típicos encontronazos en política, pero se respetaban por los lazos familiares que había en el pueblo. Eso ayudó a que aquí no hubiese baños de sangre. Aquí tardó en reconstruirse porque fueron tres años de guerra, tres años duros para todo el mundo, porque mucha gente del Comité se paseaba por Mejorada del Campo como si fueran cowboys. Se creían que aquí podían hacer cualquier cosa con total impunidad. Si estaban en años duros y la gente del Comité iba a robar, vas creando en el otro lado odio y rencor. Después de la guerra, mucha gente fue al cuartelillo de la Guardia Civil a denunciar a sus vecinos, cosa que no había pasado antes, cuando se iban salvando unos a otros. 87 años después, queda rencor entre familias.
Después de esta investigación y de haber vivido varias guerras, ¿qué juicio hace de la situación actual?
Me he dado cuenta de que, sobre todo nuestros mayores, no han sabido perdonar. Pero no han sabido perdonar, porque nadie les ha enseñado cómo hacerlo. Eso de que la Transición dejó atrás las heridas de la guerra es mentira. Siguen abiertas. Una sociedad no puede avanzar con heridas como estas supurando. Mientras esto dé votos, se va a seguir usando. Hay cosas de un lado y de otro que son para estudiar y repulsivas. Sin ir más lejos, lo que ocurrió en este pueblo. Gente de izquierdas mató a un señor que era religioso. Porque sí. Y esto en Mejorada, porque cayó de izquierdas; si te vas a cualquier otro pueblo de derechas, al revés. En las guerras se mata, no hay buenos y malos. Durante 40 años, la historia se contó de una parte y, al caer el dictador, se cuenta de la otra. En la guerra mataron los dos. En el momento que pongamos eso sobre la mesa y seamos sinceros, podremos empezar a hacer una reconciliación. Mientras tanto, no.
Las heridas siguen supurando. Mateo Zuppi, el enviado del Papa a Ucrania para mediar por la paz, ha afirmado que «en una guerra se da una acumulación de heridas, traiciones y divisiones. Empezar a sanar esas heridas no solo quita espacio al conflicto, sino que indica un método, muestra que otra lógica es posible, que juntos podemos encontrar soluciones que reduzcan las razones del conflicto. Por eso es decisivo». ¿Esto es una utopía?
Es una utopía, porque el ser humano, de momento, en la sociedad en la que vivimos, no hace esfuerzos para dejar de odiar. O para perdonar. La gente me suele preguntar si he perdonado a mis secuestradores y mi respuesta es sí. No se puede vivir con odio. Llega un momento que tienes que decir, hasta aquí. Les perdono. Ya está, que me dejen en paz, quiero seguir con mi vida. El problema de las guerras, de estos odios, de estas cosas fratricidas, es que no se perdona, y se va pasando de unos a otros. Tu abuelo se lo pasa a tu padre y tu padre te lo pasa a ti. Es una utopía, porque nadie se planta y dice: «Ya, vamos a intentar perdonar, los dos hemos perdido, unos más que otros, cierto, pero los dos hemos perdido, vamos a intentar dejar el odio a un lado y empezar a construir una sociedad justa». Es una utopía, lo hacemos los que somos creyentes y al resto les da igual. Incluso muchos creyentes se siguen odiando entre ellos. Me parecen bonitas palabras, se tendría que trabajar mucho más en lo que dice. Pero no se va a conseguir, la prueba la tenemos en Israel. ¿Cuántos años llevan matándose?
¿Qué hace posible el perdón? ¿Por qué ha perdonado usted?
Porque el odio te va consumiendo. Yo tengo que seguir viviendo. A mí me dieron una segunda oportunidad, que es volver a la vida. ¿Voy a gastarla odiando a las personas que me han hecho daño? No. Si fuera así, no me hubiese casado, no hubiese tenido a mi hija. No disfrutaría de mi vida. Perdonar, a pesar del daño que te han hecho, supone una muestra de madurez que muchas veces no tenemos. Cuando hablaba con Jesús, durante el secuestro, pensaba en que Él puso la otra mejilla. Nosotros no podemos hacer eso, porque el ser humano tiene ese ADN animal, pero llega un momento en que hay que perdonar, en que hay que decir «hasta aquí». No te digo buscar la reconciliación, a lo mejor ni eso.
Hay un fragmento especialmente bonito, una visita a Barcelona en que pone una vela a Santa María del Mar: «Lo raro no es que yo entrara a rezar, que eso lo hago mucho, sino que yo dejara una vela, porque eso lo hacía mi padre». ¿Qué ha supuesto este libro en la relación con su padre?
Ha sido encontrarnos. Al final, el ser humano tiene que pasar por momentos complicados en su vida para darse cuenta de lo que puede perder. Yo me di cuenta de que podía perder a mi padre con el cáncer. Me di cuenta de que mi padre es vulnerable. Y mi padre está hoy aquí, y mañana no va a estar. Yo, cuando tenía un problema, llamaba a mi madre. Ahora llamo a mi padre. Me ha parecido bonito, nunca es tarde. Y él tiene una segunda oportunidad con su nieta. Ha sido muy bonito encontrarme con él y ver la importancia de mi padre en mi vida.
Las historias particulares, como esta de Mejorada del Campo, con nombres y apellidos, ¿Tienen la fuerza de contar la Historia?
Siempre he sido de la opinión de que la Historia la tienen que contar personas que la hayan vivido. Me daba miedo que, como se ha contado tanto la Guerra Civil, no interesase. Buscamos darle una vuelta de tuerca, un crimen real con una historia en la que pueda verse reflejado cualquier tipo de lector. La historia no se cuenta con números ni datos. Yo no soy historiador, soy periodista.