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Apuntes sobre la oración (8): Padrenuestro, la liturgia de la vida

La última entrega de los Apuntes sobre la oración parte de las Escrituras para extraer numerosas riquezas de aquello que Jesús nos enseñó

Para sorpresa de pocos, los Apuntes sobre la oración llegan a su capítulo final regresando al corazón mismo del Evangelio. El octavo y último volumen de la colección, titulado La oración que Jesús nos enseñó: «Padrenuestro», nos presenta una fórmula de acercarnos a Dios que, lejos de estereotipos, se va haciendo a lo largo de la historia. 

Para ello, el teólogo —ya fallecido— Ugo Vanni parte del texto de Marcos, donde los elementos constitutivos del padrenuestro están ya presentes, si bien no relacionados entre ellos de manera explícita; transita las elaboraciones clásicas que recogen Mateo y Lucas; se sumerge en el impulso de profundidad de san Pablo «mediante su énfasis en la ley del Espíritu» y la necesaria reflexión para la comunidad «sobre lo que significa la paternidad de Dios y las implicaciones que comporta»; y finaliza en la «reelaboración madurada de los núcleos de fondo del Padrenuestro totalmente centrada en Cristo» por parte de la comunidad joánica.   

No resulta difícil apreciar cómo la oración que Jesús nos enseñó «se convierte como en la punta de un iceberg: viaja dentro de la Iglesia, provocando reverberaciones en extensión y profundidad; anima a la Iglesia a madurar y al mismo tiempo consigue condensar y expresar de nuevo la maduración conseguida».  

De manera metódica, el texto de Vanni analiza cada una de las siete propuestas que conforman la oración por excelencia. En palabras del autor, «aquí se encuentra el corazón de la relación con Dios, todo lo que el cristiano experimenta en lo profundo (…)», pues «esta es la oración de cada creyente y de toda la Iglesia, que experimenta de este modo la presencia perenne del Espíritu que da vida». Se cumple así la máxima de san Agustín, para quien «todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical». 

En el Evangelio de Marcos, la convivencia con Jesús «hace surgir de forma gradual en los discípulos la necesidad del Padre y prepara, por decirlo de algún modo, el espacio de acogida». Así, queda impreso en los apóstoles el término arameo Abba. Esta invocación, «hecha de confianza y conexión, con la que los niños se dirigen a su padre en la esfera familiar», llega hasta las epístolas de san Pablo a Romanos y Gálatas, según clama la comunidad en el ámbito de la liturgia. En la obra del apóstol también se puede apreciar cómo el alimento queda enmarcado «en el gran contexto de la liturgia de la vida», ya que es propio de su puño y letra ese «ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios».

En Mateo, por su parte, se nos advierte de que ya en el desierto «el pueblo es llevado a “tentar” a Dios, a ponerlo a prueba», y en Lucas, que todo hombre «necesitará un apoyo especial de Dios, que se obtiene con la oración, para que esta tentación, inevitable de hecho, no se convierta en una trampa mortal». Son muchas, en definitiva las riquezas que Vanni va extrayendo del padrenuestro a partir de las Escrituras, hasta llegar al culmen de la pasión interior en Getsemaní, cuando el Mesías pide a Dios «el cumplimiento de su voluntad como don supremo, alcanzando así la cima de la oración de todos los tiempos». 

Como «síntesis de todo el Evangelio», el padrenuestro se condensa en Jesús, erigiéndose en la «oración del Señor» y convirtiéndose en la «oración de la Iglesia», que hace referencia constante a una, todas o a algunas de sus siete peticiones esenciales. «Esta fórmula es un condensado de vida», concluye la colección.  

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