El biblista mexicano Juan López Vergara compone en La oración de Jesús un monólogo interior protagonizado por el Mesías para que el lector medite su propia vida a la luz de los Evangelios y encuentre su hilo directo con Dios
El tercer volumen de esta serie de Apuntes sobre la oración viene firmado por el biblista mexicano Juan López Vergara bajo el sugerente título de La oración de Jesús. Tras las dos entregas precedentes —Orar hoy, un desafío a superar y Orar con los salmos, compuestos por los cardenales Angelo Comastri y Gianfranco Ravasi, respectivamente—, el autor hilvana en estas páginas un monólogo interior de Jesús de Nazaret a partir de los episodios más conocidos de su ministerio público, una suerte de reflexión en primera persona para que el orante se pueda incorporar a la meditación diaria sobre los Evangelios.
Como no podía ser de otra manera, el soliloquio del Mesías crece en dirección al cielo, abriendo una brecha de comunicación con Dios en la que su vida terrenal es camino y el lector que lo pisa, envuelto en el polvo de su trayecto, se puede volver, de esta forma, uno con el propio Jesús, como uno son el Padre y el Hijo. Así, hasta alcanzar la «soledad contemplativa contigo», como López Vergara imagina en los pensamientos del Verbo encarnado.
A lo largo de la obra se percibe un esfuerzo de profundización en la humanidad de Jesús, quien, lejos de ejercer de guía aventajado para los hombres, va descubriendo la revelación de su propia naturaleza divina en compañía de sus discípulos, poco a poco y a través de la oración: «Abba, la experiencia fundamental de mi vida: ser tu Hijo»; «tu Palabra es antorcha para mis pasos». De este modo, la comunicación permanente con el Padre constituye su «esencia más íntima» como ser humano en busca de su propia divinidad, pues el Mesías considera «imprescindible la oración», bajo la certeza de que «sabe bien vivir quien sabe bien orar». Por algo le llaman maestro.
Desde la casa de Nazaret, donde «se amoldó al ritual» de la liturgia del sábado, hasta la ignominia de la cruz —«ahora sé que todo se ha cumplido, sé que has escuchado mi oración»; «Abba, en profunda oración retenidas lágrimas inundan mi corazón al pensar en la inmensa pena que todo ello va a causar a mi madre»—, el lector repasa toda la vida y puede ponerse en la piel de aquel que cargó con nuestros pecados, meditar a la luz de los Evangelios y encontrar el hilo directo con Dios, que no es otra cosa sino el fin último de estos Apuntes sobre la oración, pues Él nos contempla constantemente, «atendiendo a aquello que necesitamos para vivir», en espera de que nos conectemos a ese amor que late eternamente entre las personas de la Trinidad.
En la certeza de sabernos hijos amados y elegidos, López Vergara nos pide mantener firme la voz en la plegaria, para ser conscientes de que «tu amor providente lo abraza todo». Reclamar y confesar con esa confianza que es «el íntimo incentivo en la búsqueda de tu proyecto, de reinado». Fe y comunión, «lo principal en la vida de los discípulos que me has confiado». Así, hasta cosechar el fruto abundante de la oración incesante e incansable, a imagen y semejanza de ese Niño Jesús al que sus padres «le enseñaron a crecer con serenidad y confianza, a buscar a Dios en su propia existencia, a abandonarse en sus manos», hasta llegar el momento de dormirse, tranquilos, «como un niño destetado en brazos de su madre». Confiados. Para que, «a media noche y en el silencio más espléndido», pedirle a su querido Abba «valentía y entusiasmo para quienes deciden seguirme».