Ascensión Sacramento Sánchez se dedicó a la atención de mujeres que habían pasado por la cárcel, mientras que Vicenta Guilarte se fue a la misión en Brasil nada más hacer la profesión solemne
El papa Francisco ha firmado este jueves los decretos por los que reconoce las virtudes heroicas de dos siervas de Dios españolas: Ascensión Sacramento Sánchez Sánchez, del Instituto Secular Cruzada Evangélica, y Vicenza Guilarte Alonso, religiosa de la Congregación de las Hijas de Jesús.
Ascensión Sacramento Sánchez Sánchez
Natural de Sonseca (Toledo), donde nació el 15 de junio de 1911, Ascensión Sacramento Sánchez intensificó su vida de fe a los 18 años tras leer a santa Teresa del Niño Jesús. Fruto de esto comenzó su labor evangelizadora, primero en Acción Católica.
Al estallar la Guerra Civil, en la que perdió a dos hermanos y fue testigo de saqueos y destrucción de iglesia, viajó a Santander para quedarse con su hermana. Un viaje providencial, pues allí conocería al padre Doroteo Hernández Vera, que ante la expansión del odio religioso fundó la obra religiosa Cruzada Evangélica. En este instituto entraría después la propia Ascensión.
Así, apoyo al sacerdote en el apostolado que desarrolló en las cárceles, y en la difusión del carisma de la Cruzada Evangélica, reconocida oficialmente por el obispo de Santander en 1940.
De hecho, fue requerida para extender esta obra religiosa a Madrid. Así, el 14 de junio de 1941, el instituto abre su primera casa de apostolado con la inauguración del Albergue de la Merced para exreclusas. Ella es la primera cruzada mayor de Madrid y la primera directora.
Allí vivió durante cinco años hasta su muerte en 1946 por una fiebre tifoidea. «La Sierva de Dios vivió en profundidad su vocación de cruzada marcada por su excepcional entrega apostólica en una constante búsqueda de su propia santidad y la santidad de los demás. El apostolado en un ambiente hostil, ingrato, abandonado de tal manera, la acercó a Dios que le pidió que le quitase todos los consuelos, que le pidiese lo que fuera con tal que las almas no le ofendiesen, y ofreció su vida por la conversión de las almas», se recoge en la web del instituto.
El carácter heroico de las virtudes se reconoce, detalla Dicasterio para las Causas de los Santos, «en el apostolado del perdón, practicado en particular en la acogida generosa y el servicio prestado a las mujeres necesitadas, en la dirección prudente, sabia y sensata de la obra que le fue confiada, y en su resistencia con paciencia cristiana a la enfermedad que la llevó a la muerte».
«Su reputación de santidad, que ya era evidente durante su vida terrena, se extendió después de su muerte, gracias a las conmemoraciones y publicaciones difundidas por el Instituto Secular de la Cruzada Evangélica», concluye en la nota sobre la vida de esta venerable.
Vicenza Guilarte Alonso
Aunque también española —nació el 21 de enero de 1879 en Rojas de Bureba (Burgos)—, Vicenta Guilarte, de la congregación de las Hijas de Jesús, desarrolló su misión en Brasil, a donde llegó tras hacer la profesión religiosa.
Fue enviada para fundar una comunidad en Pirenópolis, en la selva. Allí se dedicó fundamentalmente a la educación en la escuela pública. Más tarde, en 1927, fue enviada a Leopoldina, en Minas Gerais, donde le fue confiada, a pesar de haber desempeñado en el pasado cargos directivos, la función de portera y sacristana, «que aceptó con humildad, sin protestar ni manifestar pesar y sorprendiendo, por esto, a muchas hermanas».
Así pasó el resto de su vida hasta su muerte, el 6 de julio de 1960. Ya en vida, algunos fieles atribuyeron a sus oraciones la solución de muchos de sus problemas. Al conocer la noticia de su fallecimiento, se produjo una gran conmoción en Leopoldina, pues era considerada la santinha del colegio.
Según detalla el Dicaterio de las Causas de los Santos, esta venerable no se caracterizó por acontecimientos extraordinarios, sino por las buenas obras realizadas ante quienes tenían una necesidad. Caridad que ejerció en todas las circunstancias, también cuando era portera.
«Ejerció la virtud de la obediencia en grado heroico. Incluso el traslado a una zona desfavorecida de Brasil, después de la profesión solemne, fue aceptado con espíritu de obediencia, en nombre de la fe y la caridad. Esta fe estaba alimentada por la oración asidua, sostenida constantemente por la adoración eucarística y por la devoción alimentada en particular por la Virgen y por san José», concluye la referencia.