Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Calendario

«Atiborrar enero de buenos propósitos no significa que nuestra vida vaya a ganar en propósito»

Ahora que estrenamos calendario en la pared de la cocina, resurge en nosotros con más fuerza el falso dilema de la página en blanco. Ese fervor colectivo —muy beneficioso, por cierto, para el mercado— de considerar el nuevo año como el momento perfecto para empezar proyectos o hacer borrón y cuenta nueva. Como si cualquier otro instante no fuera el idóneo para dejar de fumar, visitar más a tus padres o aprender alfarería.

Supongo que esto de confiarlo todo al año que se estrena es connatural al agnosticismo imperante. Se necesitan momentos de redención en un mundo en el que no se contempla el perdón de los pecados y se vive en la ilusión de tener una especie de derecho —uno más— a una vida tranquila, planificada en nuestras agendas. Donde todo lo controlamos y lo hacemos a nuestra medida. Pero atiborrar enero de buenos propósitos no significa que nuestra vida vaya a ganar en propósito. Ese camino, el del sentido, va por otro lado, no necesariamente en paralelo al año natural.  

En esta línea, leía hace poco al filósofo y escritor francés Fabrice Hadjadj burlándose de la disyuntiva de engendrar hijos o hacer libros. Digamos que él puede reírse del asunto: tiene diez hijos y decenas de libros magníficos. Cuando le preguntan cómo lo hace, responde llanamente: «Lo hago mal».  Afirma no ser muy proelección: «Lo que una y otra cosa pierden en perfección, lo ganan en verdad de vida». Me gustó tanto la idea —y la encarnación de la misma en su historia— que eso he pedido en mi carta a los Reyes Magos: dejar que la imperfección de mis decisiones redima mis planes estupendos. Al fin y al cabo, creo en un Dios que hace nuevas todas las cosas. Cada amanecer, cada segundo, más allá del calendario. 

This Pop-up Is Included in the Theme
Best Choice for Creatives
Purchase Now