Vigilantes en tiempos de crisis y guerras.
«La guerra es siempre una derrota que alimenta el odio, la violencia y la venganza», ha dicho el Papa. En estos tiempos en los que la barbarie de la guerra se ha instalado en nuestro mundo, tenemos presente la dramática situación de miles de personas que sufren sus consecuencias. Las imágenes de terror, sufrimiento y desolación en Tierra Santa nos evocan otros conflictos, otras guerras, otras huidas, otros países…
La situación de crisis de la que venimos, agravada por las guerras de Ucrania y Gaza y otros combates olvidados, han sumido a nuestro mundo en la noche de la oscuridad desestabilizando nuestra vida ordinaria, provocando pobreza y desigualdades, amenazando la seguridad laboral y agravando la soledad de muchos, especialmente de los más débiles y pobres.
Una vez más cristianos, judíos, musulmanes y personas de buena voluntad hemos de elevar nuestras voces y unir nuestros corazones para que puedan abrirse los cauces del diálogo y la fraternidad en medio de estos conflictos, que enfrenta a hermanos, independientemente de su nacionalidad, etnia y fe.
Ante esta situación, os pedimos, queridas majestades, que sepamos estar atentos, vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.
Lecciones que aprender
Es tiempo oportuno para preguntarnos ¿Qué hemos aprendido de todo esto? Y ¿qué nuevos caminos hemos de emprender?
Seguramente la mayor lección es la de ser más conscientes de que todos somos frágiles y nos necesitamos, que el mayor tesoro, aunque siempre frágil, es la fraternidad humana, que es necesario trazar caminos nuevos desde la humildad, la austeridad, la solidaridad y el compromiso por el cuidado de la casa común. También hemos descubierto que, cuando se desplaza del centro a la persona y se pone en su lugar el individualismo y los intereses personales, la tecnocracia y la economía, siempre se compromete la deseada garantía de justicia, armonía y paz.
Por ello pensamos con el papa Francisco que las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, de la que tanto se habla, deben estar al servicio del desarrollo humano integral desde un uso ético de las mismas para introducir importantes innovaciones en la agricultura, la educación y la cultura, una mejora del nivel de vida de naciones y pueblos.
Magos de Oriente, ayudadnos a caminar juntos, en fraternidad y solidaridad, cuidando unos de otros y todos de los más vulnerables, poniendo la ciencia al servicio de la humanidad, porque solo así podemos construir la paz y superar las crisis personales, sociales y mundiales.
Algunos caminos para la cultura de paz
Para resolver los conflictos hemos de hacer siempre una opción: o escogemos la vía del diálogo y del mutuo entendimiento o seguimos los caminos de la violencia y del enfrentamiento.
Frente a la cultura de la violencia necesitamos promover hoy una cultura de la paz. No estamos hechos para vivir permanentemente en el enfrentamiento. Estamos llamados a entendernos buscando honestamente soluciones justas para todos.
La cultura de paz solo se asienta en una sociedad cuando las gentes están dispuestas al perdón sincero, renunciando a la venganza y la revancha. El perdón libera de la violencia del pasado y genera nuevas energías para construir el futuro entre todos.
Esta cultura de la paz exige, además, buscar la eliminación de las injusticias sin introducir otras nuevas, y sin alimentar y ahondar más las divisiones. Ya no es posible pensar exclusivamente en lo propio, sino en lo común, comprometidos en el auxilio y sanación de un mundo herido. Estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión.
Garantizar la sanidad pública para todos, promover acciones concretas de paz, cuidar de forma conjunta la casa común, luchar contra el virus de la desigualdad social, promover un trabajo digno para todos, desarrollar políticas adecuadas y justas para la acogida e integración de migrantes y refugiados, son buenos caminos para edificar el Reino de Dios, de amor, justicia y paz.
Pues eso, queridos Reyes, que el rápido desarrollo de formas de inteligencia artificial no aumente las ya numerosas desigualdades e injusticias presentes en el mundo, sino que ayude a poner fin a las guerras y los conflictos, y a aliviar tantas formas de sufrimiento que afectan a la familia humana. Que los creyentes de distintas religiones y los hombres y mujeres de buena voluntad podamos colaborar en armonía para aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos que plantea la revolución digital, y dejar a las generaciones futuras un mundo más solidario, justo y pacífico.