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Colegios de ideario cristiano: una educación para ser grandes humanamente

Con el inicio de curso, nos acercamos a los centros escolares católicos. Es la primera etapa del recorrido por los ámbitos educativos en los que tiene presencia la Iglesia

Casi dos millones y medio de alumnos, de los ocho millones de escolares que hay en España, están comenzando estos días el nuevo curso escolar en una escuela católica. Con algunas diferencias entre regiones, en total un 31 % de los alumnos acuden a un colegio concertado o privado, de los que seis de cada diez persigue un ideario cristiano. Unas cifras herederas de los años 80, cuando el Gobierno socialista de Felipe González impulsó el concierto de colegios hasta entonces privados para universalizar la educación pública. Entonces, el Estado pasó a pagar los salarios de los docentes y otros gastos a cambio de integrar estos centros en la red pública, manteniendo la titularidad privada. La mayoría de ellos pertenecían a distintas realidades de la Iglesia desde su creación, que se remonta a la posguerra, cuando la Iglesia «era la única fuerza social capaz y deseosa de asumir la función educadora», según el catedrático de Educación Leoncio Vega Gil.

A día de hoy, más de 80 años después, la Iglesia sigue teniendo un papel fundamental en la educación en nuestro país. ¿Por qué? Decía María Zambrano que «si la vocación, el destino, la propia trascendencia son lo más humano del hombre, a ello debe orientarse la acción educativa». Ese es el principal objetivo de la educación católica, que va mucho más allá de la clase de Religión o de la enseñanza de valores vacíos de contenido. 

Así lo expresan diferentes directores y profesores consultados por ECCLESIA. En el vídeo de presentación del Colegio Internacional J. H. Newman, en el madrileño barrio de Las Rosas, el director del centro, Juan Ramón de la Serna, explica que «realmente donde se educa, donde se hace evidente que la propuesta educativa es significativa es en la capacidad de que la persona crezca, humanamente se ensanche, tenga una mirada grande, un horizonte de la vida completo, que entienda la realidad, que entienda cómo funciona el mundo, que se apasione por las cosas, que tenga un interés por el bien común». Los cristianos pueden educar porque tienen un sentido que transmitir, «tenemos el significado de las cosas» afirma Pilar Villaverde, directora del colegio diocesano Cristo de la Guía.

Con esta misma intención comenzó en 2009 la aventura educativa la Red Educativa Arenales, con un colegio en Alcalá de Henares, al que se han ido sumando otros nuevos junto con la gestión de centros de comunidades religiosas que comparten ideario. En total, son 35 colegios en ocho países, un éxito que han alcanzado sin renunciar a su identidad cristiana en una sociedad laica. «Tenemos la convicción —cuenta a ECCLESIA Alfonso Aguiló, presidente de la Fundación Arenales— de que la identidad cristiana es nuestra principal fuerza inspiradora. Vemos a cada alumno como portador de una especial dignidad, como alguien creado por Dios».

La importancia de los colegios católicos reside, en definitiva, en que dan una formación humana, desarrollan todos los aspectos de lo que es el hombre. Pero, ¿cómo se concreta esto en el día a día de su labor? Por un lado, en cómo se diseñan e imparten los contenidos académicos de las distintas materias. Por otro, en la cultura del centro, es decir, en todas aquellas actividades e iniciativas que construyen la comunidad educativa. «La inspiración cristiana debe estar presente en toda la actividad de la escuela, en su sentido de servicio, de misión, de ayuda, fruto de una mirada de comprensión profunda sobre la realidad de cada momento», señala Aguiló. Sin lugar a dudas, la mejor forma de entender cómo se lleva esto a la práctica es ir a visitar uno de estos colegios. Allí no hace falta preguntarlo, porque en cada actividad del centro se respira su ideario.

Aprender de la belleza

Entre el 6 y el 15 de septiembre, todos los alumnos que cursan las etapas obligatorias han vuelto a clase. El primer día siempre es emocionante, lleno de nervios por parte de niños, profesores y, sobre todo, padres. 

A las 9:00 horas, los cursos de Primaria del Colegio Newman esperan en el patio de entrada ordenados en filas a que sus nuevos tutores vengan a recogerles. Algunos ya saben con quién les toca, otros están preocupados porque, con el cambio de ciclo, mezclan las clases.

Los de 3º y 4º de Primaria van con sus tutores al salón de actos. Empiezan el curso rezando juntos un avemaría para pedirle a la Virgen «tener un corazón abierto a lo que vaya a suceder», introduce una de las profesoras. Tras la oración, todos los profesores se suben al escenario, han preparado una obra de teatro de bienvenida: La Bella y la Bestia. Al terminar, los niños aplauden entusiasmados, se comparten las conclusiones. En la última escena de la obra, la Bestia se convierte en un apuesto príncipe porque Bella le ha dicho que le ama libremente tal y como es. Las profesoras inciden en ello, explican a los alumnos que quieren empezar el curso con este mensaje, que quieren quererlos a cada uno de ellos tal y como son y descubrir a lo largo de los próximos meses qué gran tesoro esconde cada uno. En el primer día de clase, con 8 o 9 años, lo primero que escuchan de su tutor, disfrazado de personaje de cuento, es que llevan un tesoro dentro y que quiere quererlos como son. Así no hace falta llevar careta ni demostrar nada.

Al subir a clase, cada grupo hace un mural con pétalos de rosa que pintan ellos, dentro de cada pétalo un mensaje: los de 3º escriben qué esperan de este curso, los de 4º confiesan lo que les va a suponer un sacrificio, pero que pueden trabajar juntos. Ninguno de ellos habla de notas, sí de aprender y ser más amigos. Es la tarea que les pone el director en su paseo clase por clase para darles la bienvenida. Por supuesto, hay que estudiar, pero lo más importante es disfrutar y hacer amigos.

Mientras tanto, en el pabellón de al lado, los profesores de Secundaria, que todavía no tienen estudiantes, se dedican a grabar un vídeo para el comienzo de curso al día siguiente. Lo hacen disfrazados de Ken y Barbie. Alguno lo pasa mal, con algo de pudor. Ante una propuesta así solo puedes o darte por entero o mirarlo desde la barrera, salta a la vista que los que se la juegan y lo dan todo disfrutan más. Es un mensaje que transmiten a los alumnos: si te fías de las propuestas de los profesores, aunque no las entiendas, vas a acabar disfrutando más.

Precisamente, esa figura del maestro a quien seguir es fundamental para educar, no solo en la materia, sino en el conocimiento de uno mismo. Decía María Zambrano sobre Ortega y Gasset: «Si hemos sido en verdad sus discípulos, quiere decir que ha logrado en nosotros algo al parecer contradictorio; que, por habernos atraído hacia él, hayamos llegado a ser nosotros mismos». Lo que más educa, insiste Villaverde, es la belleza. Y para algunos alumnos de su colegio, en Vicálvaro, al sureste de Madrid, el colegio es el único punto de belleza en sus desordenadas vidas, con pobreza, con familias desestructuradas. 

De hecho, aunque muchas veces de forma inconsciente, muchas familias no eligen este tipo de centros para que sus hijos reciban una educación católica, sino porque perciben la humanidad que hay en ellos. «Las familias buscan un orden, que su hijo esté bien, que esté contento, que esté cuidado», señala la directora del Cristo de la Guía. Eso no significa que el colegio deba sustituir la labor de los padres, puesto que son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Patricia de Julián, profesora de Historia en el Colegio Arenales de Carabanchel explica que «se trata, sobre todo, de ir en el mismo barco y remar en la misma dirección».  Por ello, en este centro que pertenece a la Red Educativa Arenales, consideran que la comunicación entre familia y colegio es clave para el éxito de su proyecto educativo. «Cuando una familia confía en un colegio para llevar a sus hijos, no busca solo la excelencia académica, sino que reciban una buena formación humana, intelectual, social, espiritual, estética, deportiva, etc. Una formación integral que apoye su proyecto familiar y los valores que viven desde casa», señala la profesora. 

El ideario impregna las materias

Las actividades del primer día, así como los viajes, o las propuestas extracurriculares muestran claramente el ideario de estos centros. Pero la cotidianidad de cualquier colegio pasa por la enseñanza de lengua, matemáticas, música, ciencias sociales y naturales, historia, inglés… materias que no pueden quedar fuera de ese ideario. «Al alumno le enseñas el atractivo que tienen las cosas para ti —insiste Pilar Villaverde— ¡qué maravilla el árbol que ha hecho Dios o qué maravilla descubrir las matemáticas en la naturaleza!».

«Los profesores —comenta la profesora del Arenales— debemos tratar de ser buenos profesionales, preparar e impartir conocimientos de calidad, veraces y de alto nivel, tratando de que cada uno llegue al máximo de sus capacidades. Cuando das una clase, no solamente les estás enseñando conocimientos, sino que transmites valores». Un trabajo a largo plazo para que los alumnos finalicen su etapa educativa siendo humanamente grandes. 

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