Dirigida por Fernando de Haro y Marco Gandolfo, esta producción acompaña a los seguidores de Jesús que viven en las tierras donde sufren mayor persecución
¿Qué hace que una monja violada diga que no se arrepiente? ¿Qué hace que un chaval de 13 o 14 años, amenazado con una pistola en la cabeza, permanezca fiel a su fe? ¿Dónde está la expiación que ha roto la cadena del mal? ¿Por qué alguien que ha perdido su referencia cultural se siente identificado con una religión que en realidad está en las antípodas de su cultura religiosa? ¿Por qué los cristianos perseguidos asumen como una vocación la falta absoluta de libertad? ¿Por qué no se cabrean con Dios? ¿Por qué no buscan alternativas de confrontación? Son preguntas con las que convive el periodista Fernando de Haro después de años recorriendo los países en los que los cristianos sufren una mayor hostilidad. De ellas ha nacido una película documental, Cristianos, que consiguió un total de seis candidaturas a los premios Goya.
Todo empezó un 1 de enero con el atentado en una iglesia de Alejandría (Egipto) en el que murieron muchos coptos. Fernando lo vio en la tele y pensó: «Yo he estado allí, tengo que contar bien la persecución de los cristianos, nunca se ha hecho». De esa inquietud salió un libro con mucho trabajo de documentación detrás, pero que no era suficiente. Había que pisar el terreno. Desde 2011, junto al cámara Ignacio Giménez-Rico, ha viajado —geográfica y también personalmente, como narra en el documental— por Nigeria, India, Egipto, Siria, Irak, Pakistán, Israel y China. Es un trabajo que empezó «con un compromiso con la denuncia de una falta de libertad religiosa en muchos rincones del mundo». Al sumergirse en esos lugares se encontró con personas «que, después de tanto sufrimiento, no están cabreados ni resentidos y han reconstruido sus vidas, han perdonado, han permanecido fieles. Lo que cuentan provoca una apertura en el uso de la razón, incluso periodística». El documental da algunas claves. La primera es que para los perseguidos, el cristianismo es una identidad cultural. «Si tu pertenencia cultural está marcada por la fe, abandonarla significa ser un apátrida cultural». La segunda, como señala el periodista, es «la densidad humana que provoca en ellos la fe». La consecuencia: el compromiso que asumen en la construcción de sus pueblos, de colegios, hospitales, de defensa de la democracia, la participación política y el rechazo a vivir en guetos.
Al final del viaje algunas preguntas se responden, o al menos se abren hipótesis. ¿Qué hace posible que una mujer que ha sido violada repetidamente reconstruya su personalidad, perdone y su condición dominante no sea la de víctima? «Una experiencia de fe tan concreta, en la que el cristianismo es tan determinante, tan real, que permite algo que de otra manera sería imposible», relata de Haro.