El autor de Effetá, auto sacramental que firma este sábado en la Feria del Libro de Madrid, aborda con ECCLESIA las potencialidades de la poesía para trascender
Daniel Cotta (Málaga, 1984) es uno de los autores confirmados en la caseta de la las editoriales de la Conferencia Episcopal Española —BAC, EDICE y Libros Litúrgicos—, la 102, de la Feria del Libro de Madrid. El reconocido poeta estará el 15 de junio a las 19:00 horas para firmar Effetà, un auto sacramental que viaja a los orígenes del género teatral para ofrecer todo el itinerario del hombre sobre la Tierra. Será un momento de encuentro con los lectores, que él considera la parte más bonita de la escritura, y cuya experiencia tiene en cuenta para continuar escribiendo.
Escribir poesía en el siglo XXI es un acto de rebelión, ¿por qué emplea este género?
La poesía viene acompañándome desde mi infancia. Desde el momento en el que se me ocurre expresar algo que no sé cómo decirlo hablando, me paro a escribirlo. La poesía acoge todo tipo de sentimientos, de circunstancias. Aunque es verdad que en los últimos años, gran parte de la temática que acoge mi poesía es una temática sagrada, relacionada con Dios. Los tres últimos libros de poesía que he publicado están dirigidos íntegramente a la relación con Dios, como alumbramiento real. Son tres libros cuyo eje central es la relación del hombre con Dios.
¿A leer y a gustar de la poesía se aprende?
Efectivamente. Mucha gente dice que no lee poesía porque no la entiende. Yo soy defensor de que la poesía debe entenderse, no debe ser críptica ni un mensaje indescifrable. De todos modos, hay que acostumbrar la mente a leer poesía, porque exige más concentración que leer tuits, pero también que un artículo de prensa. Una poesía exige leerla con toda la potencia del alma e intentar involucrarse sentimental y emocionalmente con el poema que se está leyendo, porque siempre, o casi siempre, vamos a hallar una emoción que ya hemos sentido antes.
¿Se puede evangelizar a través de la literatura?
Estoy convencido de que a través de la literatura se puede rezar y evangelizar. Antes me lo planteaba como algo que, bueno, a lo mejor era posible. Pero ahora estoy seguro de que sí. En el sentido de que uno con la poesía aprende a sentir. Desde que esos libros han salido a la luz, mucha gente me ha dicho que utiliza mis poesías para rezar, para meditar, para el rato de oración mental con Dios. Para mí, es lo más grande que me pueden decir como poeta y como escritor. Y me hace cada vez más consciente de que la poesía sirve para rezar. La brevedad también ayuda a leer un poema y que, con él, el espíritu se expanda. Porque la idea y la emoción que genera ese poema pueden ser un motivo de conversación distinta con Dios.
¿No se siente vulnerable al exponerse así?
Sí. Es verdad que cuando uno expone sentimientos en poesía y lo hace público se hace vulnerable. Pero esa vulnerabilidad también la entiendo desde el punto de vista de una conexión con el otro, con el lector, con el oyente. Siempre se dice que el poeta se desnuda porque se abre interiormente a los demás. Yo lo que manifiesto es mi fe. Y me alegro de que me dé cada vez menos vergüenza el manifestar mi fe a través de la poesía. Yo lo llevo con orgullo, incluso, a veces, ante auditorios que no son propicios a una acogida religiosa de la poesía. Cada vez veo más que la poesía debe ser un testimonio, por lo menos en mí es un testimonio de fe del que no me avergüenzo en absoluto.
¿De dónde bebe su poesía? ¿En qué otros poetas se inspira? ¿Cuáles no pueden faltar en su mesilla de noche?
Voy a decir dos muy dispares. Uno antiguo, que es Lope de Vega. Me gusta en todos los ámbitos, pero en poesía religiosa, creo que pocos poetas como Lope han conseguido transmitir la conexión del alma con Dios, de ese amor íntimo que hay entre Jesús y el espíritu. Y eso que Lope de Vega no deja de ser un enorme pecador. Pero ese arrepentimiento y el éxtasis de amor que siente por Jesús supera a la gran lírica e incluso a poetas más comprometidos con Jesús.
Otro poeta que también me ha influido bastante, del siglo XX, es Luis Rosales. Para mí es un ejemplo de emoción, de cercanía, de un hablar sencillamente. Luis Rosales es la conjunción ideal entre el escribir poesía que se entienda, pero que no sea vulgar. Su poesía es bella e inteligible a la vez, y ese es el objetivo que siempre me impongo con mi poesía. Yo no persigo alardes retóricos grandilocuentes, sino conectar de una forma bella. Es complicado conjugar la sencillez con la belleza. En los dos poetas encuentro eso, emoción y belleza unidas.
El año pasado publicó Effetá, un auto sacramental. ¿Lo ha visto representado?
Sí. Esta obra teatral se llama auto sacramental porque es de temática sagrada, con personajes alegóricos que representan vicios y virtudes, los pecados capitales del hombre. Tiene un argumento que se desarrolla en el interior del alma, que conduce al protagonista a una exaltación final de la Eucaristía. El Obispado de Córdoba y el Cabildo de la Catedral de Córdoba tuvieron a bien representar la obra por todo lo alto en la mezquita catedral con un resultado maravilloso. Como se definió en su día, es una catequesis espectacular, una catequesis sobre el amor de Jesús, sobre la existencia del mal, y el debate interior que hay en toda persona entre la fuerza del mal y la fuerza del amor. En eso consiste: es la lucha interior representada con personajes de carne y hueso.