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Deporte: don y oportunidad

Dice Emmanuel Gobilliard, obispo delegado de la Iglesia católica para los Juegos Olímpicos de París, en estas páginas que el deporte aglutina hoy al 80 % de la población. De distintas maneras, ya sea con la práctica amateur o profesional, como espectadores de grandes eventos o de las competiciones de personas cercanas, hijos o amigos. Por eso, la actividad deportiva se ha convertido en un lugar privilegiado y obligatorio para que la Iglesia se haga presente, se interese por sus hijos y ofrezca un horizonte de esperanza y una palabra de transcendencia. El mismo presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, es consciente de esto. De hecho, en 2022, dijo que, aunque deporte y fe comparten muchos valores —ambos promueven la fraternidad y la paz o la armonía entre cuerpo y espíritu—, «solo la fe puede dar respuesta a las verdaderas preguntas existenciales sobre la vida, la muerte y lo divino».

Pero para poder ofrecer una palabra sobre estas cuestiones, primero hay que acercarse a la realidad, a las gentes que habitan el deporte, escucharlas y acompañarlas, superando prejuicios. Ya dijo Juan Pablo II que el deporte es uno de los signos de la modernidad y, a la vez —y quizás por ello—, «un don de Dios». «El deporte nos ofrece la oportunidad de participar en momentos bellos, o de presenciarlos. […] Tiene el potencial de recordarnos que la belleza es una de las muchas maneras de encontrar a Dios», recogería años después el documento Dar lo mejor de uno mismo, del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

Por tanto, el deporte es un espacio propicio para la evangelización, una realidad para ser Iglesia en salida, como propone Francisco, y para ayudar también a los jóvenes y niños en su formación integral. Será importante, en este sentido, que la Iglesia apueste por encontrarse con las organizaciones deportivas y por acompañar a los deportistas de alto nivel, en primer lugar con los creyentes, para que no se sientan solos y sean considerados, además de como deportistas, como personas. Serán ellos, con su gran repercusión mediática, los que puedan dar testimonio en la plaza pública y llevar a otros a Jesucristo.

Pero la Iglesia, con toda su sabiduría, puede, además, ayudar a purificar algunos de los aspectos más problemáticos de deporte y resituarlos en el corazón humano. Estos riesgos han sido denunciados por los últimos Papas y están recogidos en Dar lo mejor de uno mismo: la degradación del cuerpo, el dopaje, la idolatría o la violencia. Realidades que señalan la «búsqueda desenfrenada de éxito y de la ingente cantidad de intereses económicos que se mueven en las competiciones deportivas». Así, la fe puede ayudar al deporte a ser más justo, más humano y a poner en juego sus grandes valores: el equipo, la alegría, el sacrificio, la solidaridad, la valentía…

Es lo que sostiene el papa Francisco en el prólogo del libro Juegos de paz. El alma de las Olimpiadas y de las Paralimpiadas: «El deporte es de todos y para todos: es un derecho. Es un siempre nuevo Cántico de las Criaturas que veo abrazado por mis encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti. El verdadero deporte es una gran carrera de relevos en la maratón de la vida, con el testigo que pasa de mano en mano, cuidando de que nadie se quede solo». 

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