Afirma ante las autoridades que la riqueza es una responsabilidad y pide vigilancia constante «para no descuidar a las naciones más desfavorecidas»
«Es necesario que la vida de los pueblos y de sus gobernantes esté animada por elevados y profundos valores espirituales, que impidan el extravío de la razón y la vuelta irresponsable a cometer los mismos errores del pasado. […] También yo soy enviado aquí para testimoniar que esta savia vital, esta fuerza siempre nueva de renovación personal y social, es el Evangelio. El Evangelio de Jesucristo es el único capaz de transformar el alma humana, haciéndola capaz de obrar el bien, incluso en las situaciones más difíciles».
Con estas palabras, Francisco ha iniciado su viaje a Luxemburgo y Bélgica, que se extenderá hasta el domingo. Palabras pronunciadas ante las autoridades y sociedad civil luxemburguesas, a cuyo país puso como ejemplo de paz ante los horrores de la guerra, de integración y promoción de los migrantes ante la segregación y de los beneficios de la colaboración entre naciones.
La riqueza, una responsabilidad
Durante la intervención, Francisco ha renovado el llamamiento que hizo Juan Pablo II en 1985 para que se establezcan relaciones solidarias entre los pueblos. Y ha añadido: «El desarrollo, para ser auténtico, no debe expoliar y degradar nuestra casa común, ni debe dejar al margen a pueblo o grupos sociales. La riqueza es una responsabilidad. Por esa razón, pido una vigilancia constante para no descuidar a las naciones más desfavorecidas, es más, para que se les ayude a salir de sus condiciones de empobrecimiento».
Esto ayudará, ha continuado, a que disminuya el número de los que se ven obligados a migrar, a menudo en condiciones inhumanas y peligrosas. «Dejemos que Luxemburgo sea una ayuda y un ejemplo en el indicar el camino a seguir para la acogida e integración de migrantes y refugiados».