“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55,10-11).
Al principio de este capítulo se invitaba a recibir la palabra de Dios, que se identificaba con el trigo, el vino y la leche. Todos los demás alimentos no podían satisfacer al hombre (Is 55,1-2). Ahora la palabra de Dios se presenta con la imagen de la lluvia que fecunda los campos. Así que el alimento y la fecundidad son los grandes dones de Dios.
Con el salmo responsorial, nosotros acogemos la palabra de Dios y confesamos abiertamente que “la semilla cayó en tierra buena y dio fruto” (Sal 64).
Según san Pablo, como el labrador espera una buena cosecha, “también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,23).
La esperanza del sembrador
El evangelio que se proclama en este domingo nos ofrece el conocido mensaje sobre el sembrador y la semilla (Mt 13,1-23). La primera parte de este texto se presenta como una parábola, en la que se refleja la decisión de Dios. El sembrador sale al campo y esparce con generosidad la semilla. Eso nos dice que Dios no es tacaño en la sementera.
Es verdad que las aves del cielo, las piedras y los abrojos pueden hacer fracasar el sembrado. Estos obstáculos no pueden ser ignorados, pero no pueden frustrar las intenciones y la esperanza del sembrador. Siempre habrá una porción de buena tierra que acogerá la semilla y, al tiempo de la siega, producirá las espigas deseadas.
La parábola enseña que, a pesar de todas las dificultades, nada puede hacer fracasar los proyectos y esperanzas de Dios. Además, la parábola anima a todos los discípulos del Señor. Cada uno de ellos ha de asumir con responsabilidad y esperanza la misión de sembrar la simiente de la palabra de Dios en todo tiempo y lugar, por inadecuados que parezcan.
Las dificultades de la semilla
Ahora bien, la segunda parte del texto evangélico se nos presenta como una alegoría que refleja las diversas actitudes de las personas que reciben la palabra de Dios.
- Algunos escuchan la palabra del reino de Dios, pero no la entienden. Viene el maligno y roba lo que ha sido sembrado en su corazón. Les falta formación.
- Otros escuchan la palabra y la acogen con alegría en su corazón. Pero son inconstantes ante las dificultades de la vida o ante la persecución. Les falta perseverancia.
- Otros escuchan con atención la palabra, pero permiten que la ahoguen los afanes y los intereses de la vida y la seducción de las riquezas. Les falta austeridad.
- Otros escuchan la palabra, la acogen, la meditan, la difunden y dan un testimonio vivo de lo que ha producido en su vida. Solo les falta agradecer a Dios esos mismos dones.Señor Jesús, tú has proclamado dichosos los ojos de los que te vieron y los oídos de los discípulos que te escucharon. Nosotros te rogamos que abras tú nuestros sentidos para percibir tu presencia. Que tu Espíritu nos ayude a acoger con gratitud la semilla de tu palabra para que demos el fruto que el Padre espera de nosotros.