El papa Francisco ha recordado durante la audiencia general de este miércoles su reciente viaje a Marsella para clausurar los Encuentros Mediterráneos. Un encuentro del que salió, en palabras del Pontífice, «una mirada al Mediterráneo que definiría simplemente humano, no ideológico, no estratégico, no políticamente correcto ni instrumental, capaz de referirlo todo al valor primario de la persona y de su inviolable dignidad».
También surgió una mirada de esperanza, la misma que necesita Europa, «enferma de individualismo, de consumismo y de vacías evasiones». «Es necesario volver a dar esperanza a nuestras sociedades europeas, especialmente a las nuevas generaciones».
Francisco ha puesto el ejemplo del invierno demográfico: «Esto no se superará con un traslado de inmigrantes, sino cuando nuestros hijos vuelvan a encontrar esperanza en el futuro y sean capaces de verla reflejada en los rostros de los hermanos venidos de lejos».
Asimismo, ha vuelto a denunciar las muertes en el mar Mediterráneo de aquellos que buscan una vida mejor desde África fundamentalmente. «No es tolerable que se convierta en tumba y tampoco en lugar de conflicto. Es lo más opuesto que hay al enfrentamiento entre civilizaciones, a la guerra, a la trata de seres humanos. Es lo contrario».
Para el Papa, las migraciones nos ponen ante una elección de fondo entre la indiferencia y la fraternidad. Y ha recordado que la obra de Dios pasa siempre por la segunda, la fraternidad: «A través de los ojos, las manos, los pies, los corazones de hombres y mujeres que, en los respectivos roles de responsabilidad eclesial y civil, tratan de construir relaciones fraternas y de amistad social».