Juntos hemos recorrido, durante las últimas semanas, el camino cuaresmal que conduce a la Pascua. Y, seguramente, lo hayamos hecho de muy diversas maneras, a distintos ritmos, pero juntos. Al igual que Pedro y Juan, que, tras recibir la misma noticia, salieron presurosos hasta el sepulcro y en él fueron testigos de un mismo acontecimiento.
No deja de llamarme poderosamente la atención esta carrera y todos los detalles que la rodean. Permitidme que nos detengamos unos momentos en lo que de ella podemos extraer.
Lo primero en lo que vale la pena pararse es en lo que pasa en el Cenáculo y en las distintas reacciones: Pedro y Juan se lanzan a la calle ante una noticia que, de buenas a primeras, ofrece muchos interrogantes. María la Magdalena los alarma anunciando que se han llevado del sepulcro al Señor. Ni por la cabeza se les ha pasado nada relacionado con la Resurrección (como reconoce el final del texto). Y ellos, venciendo sus miedos, corren a ver qué es lo que pasa, mientras el resto de los discípulos permanecen escondidos. La primera reacción, por lo tanto, es distinta en cada uno.
Lo segundo es lo que sucede durante el camino, tras el primer anuncio. Los dos apóstoles se han puesto en camino, con ímpetu, con preocupación, descolocados, quizás también con ilusión ante lo que todavía no alcanzan a comprender. Sin embargo, cada uno necesita su tiempo: uno corre más ligero y otro con más dificultad, uno es más joven y otro más viejo, uno llega antes y otro más tarde, pero ambos llegan. El camino, por lo tanto, siendo el mismo, es diferente para cada uno.
La tercera escena tiene lugar en el sepulcro. Juan ha sido el primero en llegar e incluso ha asomado la cabeza, pero tiene la delicadeza de mantenerse en la puerta mientras no llegue Pedro. Aunque ha sido el primero, quiere esperar por su compañero y, juntos, intentar comprender aquello que les habían anunciado. Allí, ambos son testigos de lo mismo: los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Y la conclusión vuelve a ser distinta: Juan, inmediatamente, vio y creyó. No es que Pedro no creyera, puesto que el texto reconoce, en plural, que hasta ese momento no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Pero resalta la inmediatez de la fe expresada por Juan.
No deja de ser una hermosa imagen de nuestra Iglesia y de la misma humanidad. Hemos recibido la mejor de las noticias, quizás transmitida de una manera un tanto confusa, como lo hizo la Magdalena, pero la mejor noticia. Y nuestra reacción, nuestro camino y nuestra respuesta han necesitado distintos ritmos, pero seguimos corriendo juntos, como comunidad, y juntos podremos seguir creciendo en la fe que nos lleva a seguir proclamando que ¡Cristo, verdaderamente, ha resucitado!