François-Xavier Bustillo es uno de los nuevos cardenales que creará el papa Francisco en el consistorio del próximo 30 de septiembre. Nacido en Navarra, con tan solo 17 años se fue de España para iniciar su camino como franciscano. No ha vuelto. Antes de ser enviado como obispo a Ajaccio (Córcega, Francia) en 2021 pasó por las diócesis de Narbona y Carcasona y Tarbes y Lourdes. El Papa regaló a los sacerdotes un libro suyo durante la Misa crismal en 2022.
¿Por qué franciscano?
Con 10 años descubrí a san Francisco y me quedé seducido por él. Hay dos aspectos que me llamaron la atención: la reparación, el «ve y repara mi Iglesia», y el sueño. Incorpora esa lógica de dar alegría y fuerza a la Iglesia, de hacerla soñar.
¿Y por qué Francia?
Por circunstancias de la historia. Había estudiado en Padua y tenía que seguir en Roma, pero el general intervino. Pensó en mí para el proyecto que tenía para Francia y fui a estudiar a Toulouse. Es un país que siempre me ha gustado. Es poco católico, laico y está secularizado. Hay grandes retos. Uno de los motores de mi vida ha sido encontrarme con gente que no es cristiana o que se ha alejado de la fe y en Francia lo he podido hacer. Puedes decir lo que eres y lo que vives, pero con respeto.
¿Ha sentido rechazo?
Bastante. Los franceses son educados, pero directos. En algunos hay un rechazo claro, pero no me hiere. Soy muy kantiano. Ante una persona que no conoces, puedes tener una percepción inmediata, pero no sabes su recorrido, luchas, sueños, heridas y alegrías. Hay que respetarla. La misión del pastor es conocer a las personas y de dónde vienen.
¿Cómo es la realidad en Córcega?
El 95 % de la población se define cristiana y no hay hostilidad contra la religión. Respetan a los sacerdotes y tienen devoción por el obispo. Escuchan lo que dice el pastor y esperan que este sea bueno y eficaz. Ser acompañado y querido no solo es un privilegio, sino una responsabilidad.
¿Cómo se acerca a los que no creen en este contexto?
La práctica no alcanza el 95 %. Mi prioridad es encontrarme con la gente allí donde está. No se puede dejar la gestión de la humanidad a la política y a la economía. Tiene que haber otros factores: la espiritualidad, la filosofía, la cultura, el deporte… Tengo contacto con la política, la empresa, el deporte y la cultura.
Cuénteme algo más sobre esto.
Si quiero entender a mi pueblo tengo que ir a ver cómo vive el jefe de una empresa: qué hace, qué ambiciones y retos tiene. O al mundo del deporte y la cultura. No es oportunismo, el obispo tiene que participar en la vida de la gente. Ante las divisiones, la crispación social y la violencia, los obispos, la gente de Iglesia, tenemos que trabajar para crear fraternidad. Cuanta más crispación social haya, más la Iglesia tiene que aportar su patrimonio genético y espiritual, no para dominar, sino para decir que tenemos valores y que nuestro ideal evangélico es oportuno. Desde hace 50 años vemos cómo la sociedad aparca a Dios y ahí están los resultados. ¿Somos más felices o hay más tensiones? La respuesta es evidente, pero hay que tener tacto para decir las cosas y crear un mundo distinto. Si culpabilizamos al mundo, seremos torpes.
¿Qué hay que hacer?
Estamos en un contexto de resto, de semilla y tenemos una oportunidad para ser auténticos. No hay que olvidar que en el pasado la Iglesia hizo soñar a la gente: con la arquitectura, la pintura, el gregoriano, las misiones… Hoy, en muchos casos, la hace llorar. Tenemos que ser constructivos y sencillos.
En su último libro, Vamos a la otra orilla (BAC), analiza la crisis de la sociedad actual. ¿Qué le sucede?
La sociedad occidental ofrece el saber, el hacer y el poder, pero ¿quién trabaja el ser? Se habla mucho de coaches, pero en todos hay una mediación comercial. Lo original de la Iglesia es que se interesa por las personas de una forma gratuita. Si somos sacerdotes no es para entrar en un club eclesiástico, sino para preocuparnos por el bien de las personas, tenderles la mano y levantarlas.
¿Cómo afrontar el decrecimiento sin caer en el pesimismo?
Hay que ver cómo en otros periodos se encontraron respuestas. La solución no es quejarse del mundo, sino dar lo mejor, llevar la fe allí donde estemos, más allá de las masas.