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¿Generación de cristal?

Los desastres, como el reciente paso de la DANA, nos confrontan con nuestra fragilidad y nos recuerdan el poder transformador de la salida hacia el otro. En medio de calles inundadas y hogares devastados, fuimos testigos de algo extraordinario: jóvenes desorientados y aparentemente desconectados del mundo que les rodea encontraron un propósito. Para muchos, la catástrofe fue la llamada que no habían oído antes, una misión que les empujó a levantarse, a servir y a descubrir que sus vidas tienen un valor infinito cuando se entregan a los demás.  

En nuestra sociedad, marcada por el ruido y la anestesia del individualismo, los jóvenes parecemos perdidos, nos llaman generación de cristal. Las distracciones tecnológicas y la falta de objetivos claros han creado una generación que busca llenar un vacío profundo, pero que rara vez encuentra algo que verdaderamente nos dé sentido. La cultura nos dice que vivamos para nosotros mismos, pero nuestro corazón anhela algo más grande: una llamada que despierte nuestra capacidad de amar y de entregarnos por un otro.

La respuesta a la DANA nos mostró lo que siempre ha estado en nosotros. Los jóvenes solo necesitábamos una misión que nos orientara hacia la verdad de quienes somos. Una causa que nos empujara a descubrir nuestro valor y que creyéramos en su valía y potencial. En las manos que levantaron escombros y en las miradas que consolaron al roto, vimos cómo el sentido de pertenencia y de entrega nos llenaba de una alegría que nunca encontraríamos en la comodidad.  

Como Iglesia, estamos llamados a tenderles esta misión, no solo en la crisis, sino cada día. Los jóvenes somos diamantes en bruto que, como dice Chesterton, «todos pueden ser criminales si son tentados y todos pueden ser héroes si son inspirados». ¿Qué pasaría si ayudáramos a los jóvenes a descubrir que sus vidas pueden ser extraordinarias cuando se viven para los demás, cuándo se viven en clave de don?

La verdadera pobreza es, sobre todo, la espiritual. Darnos a los jóvenes un propósito cotidiano, basado en la verdad que nuestro corazón reclama, no solo transforma nuestras vidas, sino también el mundo que tanto necesita nuestra energía, creatividad y compasión. El mundo necesita santos y los jóvenes necesitamos que se nos exija y se nos recuerde que nuestra vida está para entregarla por amor.  

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