Homilías papales para el domingo 12, C, del tiempo ordinario
Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/2) Juan Pablo II, Homilía en Gaeta 25-6-1989 (it)
«1. “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lc 9, 18).
Y vinieron las diversas respuestas: “Juan el Bautista…, Elías…, o uno de los antiguos profetas que ha vuelto a la vida” (Lc 9, 19). “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro… dijo: “El Mesías de Dios” (Lc 9, 20). Así lo leemos en el texto del Evangelio de Lucas. La redacción que ofrece Mateo de este episodio es más amplia. Leeremos aquel pasaje dentro de algunos días, en la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Los Apóstoles estaban convencidos de que en Jesús de Nazaret se cumplía la promesa mesiánica de la Antigua Alianza. Él era el cumplimiento de la espera: Aquel que debía venir. En la respuesta de Pedro está contenido lo que constituye el meollo mismo de la Nueva Alianza (…).
2. ¿Quién es el Mesías? La palabra hebrea a la que corresponde el término “Cristo” deriva del griego; y significa: el Ungido de Dios. Sin embargo, no se trata aquí de una unción ritual, ya conocida en el Antiguo Testamento y presente después en la Liturgia de la Iglesia. Se trata, más bien, de la efusión del Espíritu Santo, que colma de Sí al Ungido. El Mesías-Cristo es Aquel que es “colmado del Espíritu” por Dios.
El Hijo, consubstancial con el Padre, permanece unido con el Padre en el Espíritu: es el gran misterio de Dios Padre y del Hijo unidos en un solo Amor (cf Veni Creator), en la absoluta unidad de la Divinidad.
Como Hijo del hombre, Cristo revela aquella plenitud del Espíritu Santo, que es esencial para su misión de Redentor del mundo.
3. ¿Por qué, tras la respuesta de Pedro, Cristo añade: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado…, ser ejecutado y resucitar el tercer día?” (Lc 9, 22). Cuando Cristo anuncia todo esto, sus palabras permanecen para los Apóstoles como un misterio inescrutable. No lograban comprender que ese debía ser el futuro del Mesías, de Aquel que había sido ungido por el Padre.
Sin embargo, para su Maestro, para Cristo, esto era lo esencial. Solo el futuro, ligado a los acontecimientos de la Pascua de Jerusalén, debía realizar hasta el fondo la misión redentora del Mesías. Solo por obra de este sacrificio pascual se debían cumplir las profecías. Solo entonces la plenitud del Espíritu, mediante la que había sido “ungido” el Mesías-Hijo del hombre, debía transformarse en don para los Apóstoles, para la Iglesia y, mediante la Iglesia, para el mundo.
4. “Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia”. Así leemos en el libro de Zacarías (la primera lectura de la Liturgia de hoy). Y ¿cuándo tendrá lugar esta efusión del Espíritu? Cuando sobre el monte Gólgota sea traspasado el corazón del Mesías-Redentor: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito” (Za 12, 10).
Sí; el primogénito de toda creatura. Cristo, el primogénito de los muertos (cf Col 1, 15; Ap 1, 5), el Resucitado.
Jesús dijo todo esto a los Apóstoles y a Pedro, pero en aquel momento les ordenó que no hablaran de ello a nadie. Más tarde llegaría el tiempo en que habrían de comenzar a dar testimonio.
5. Este es el testimonio sobre Cristo, en quien todo hombre se convierte en nueva creatura. El Apóstol escribe a los Gálatas: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo” (Ga 3, 26-27).
Esta es la “novedad de vida” a la que están llamados los hombres: la nueva creatura que comprende a todos y a cada uno en Cristo, a los judíos y a los griegos, a los esclavos y a los libres, a los hombres y a las mujeres. En Jesucristo todos son uno (cf Ga 3, 28).
Solo en él, en Cristo se convierten en “descendencia de Abraham, herederos de la promesa” (Ga 3, 29). La promesa recibida de Abraham se cumple en Cristo. No solo la tierra prometida, no solo toda la riqueza de la creación, sino también la participación en la vida de Dios mismo, se nos da por obra del Hijo enviado por el Padre al mundo en la plenitud del Espíritu Eterno.
6. “¿Quién dice la gente que soy yo?”. ¿Quién soy yo según vosotros? ¡El Mesías! Y vosotros ¿quiénes creéis que sois? ¿Quiénes creéis que debéis ser, dado que pertenecéis a Cristo? ¿Quiénes debemos pensar que somos nosotros mismos, si pertenecemos a Cristo?
Esta es la pregunta y el tema que la Liturgia de este domingo nos pone delante a cada uno de nosotros. Esta es la pregunta y el tema, queridos hermanos y hermanas, que nos planteamos todos juntos: ¿Qué quiere decir ser cristiano?
7. La respuesta también puede parecer sencilla: ser cristiano quiere decir ser seguidor de Cristo. Muchas veces el Evangelio usa este término para señalar a aquellos que están de parte de Jesús: comenzando por los Apóstoles que, “dejando las redes, lo siguieron” (Mt 4, 20), hasta la muchedumbre que, atraída por su palabra y por sus milagros, “lo seguía” (Mt 8, 1).
Pero ¿qué significa “seguir a Jesús”? La respuesta se hace más comprometedora. Significa, ante todo, aceptar a Jesús como el propio Redentor. Solo quien se reconoce pecador, necesitado de salvación por ser incapaz de salvarse por sí mismo, puede tender la mano hacia Jesús como hacia su propio Salvador. Quien no siente el peso de los propios pecados no puede encontrar en su camino al Redentor, no puede ser cristiano.
Pero seguir a Jesús como Redentor significa aceptar también el modo concreto como él realizó la salvación de la humanidad. Tal modo es la cruz. La actual “economía de salvación” pasa a través de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, pasa a través del misterio pascual. Ser cristiano significa, por tanto, aceptar en la propia vida la lógica de la cruz, seguir a Jesús llevando la cruz.
8. Hay alguien que sostiene al cristiano en su esfuerzo de “seguir” a diario a Cristo: es el Espíritu Santo, el “espíritu de gracia y de clemencia” (Za 12, 10), que Jesús resucitado ha regalado a los Apóstoles y a toda la Iglesia.
Sostenido por el Espíritu, el cristiano puede dar testimonio de la verdad del Evangelio con la palabra y con el ejemplo: nadie es cristiano solo para sí mismo, puesto que la vida nueva que el bautismo ha suscitado en él es participación en la vida de Cristo muerto y resucitado por todos.
Ser cristiano significa, por tanto, ser testigo de Cristo en el mundo, y serlo con los demás cristianos en la comunión de la Iglesia, dado que “ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28).
Ciertamente todo esto supone la valentía de un radical desprendimiento de nosotros mismos para hacer lugar a Cristo; supone la renuncia de sí mismos, que Jesús exige en el Evangelio a aquellos que quieren seguirlo por el “vía crucis“, el único camino que conduce al gozo del reino. Ser cristiano significa tener la valentía de “perder la propia vida por Cristo” (cf Lc 9, 24) con la convicción de que ese es el único modo de “salvarla”, tal vez no en el tiempo, pero sí ciertamente para toda la eternidad.
9. “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho…, ser ejecutado y resucitar el tercer día… El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame… Quien perdiere su vida por mí, la salvará” (Lc 9, 22-24).
No es posible escuchar estas palabras con indiferencia. Han sido confirmadas hasta el fin por el testimonio de quien las había pronunciado. Son palabras a las que se puede responder solo recogiéndose en lo más íntimo de la propia alma. ¡Esta es la importancia de las palabras de Cristo!
10. ¿Quién es él? ¿Quién es Cristo? El Mesías Redentor del hombre. Él es aquel que desciende hasta los deseos más profundos del ser humano, de todo el ser humano.
“¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo; / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, / agostada, sin agua” (Sal 63, 2).
Todo el ser humano se expresa en este deseo, en esta aspiración definitiva hacia Dios, pues todo el ser humano, alma y cuerpo, ha sido creado a su imagen y semejanza.
Y Cristo-Mesías es Aquel que, siempre de nuevo, ayuda al hombre a descubrir esta verdad sobre sí mismo, la verdad más profunda. Y la nostalgia definitiva. De este descubrimiento brota la aspiración del Salmo:
“Mi alma está unida a ti / y tu diestra me sostiene” (Sal 63, 9). Cristo es el deseo de los eternos collados [cf Ángelus 20-7-1986 (sp it)], el Corazón de cuya plenitud todos nosotros recibimos constantemente [cf Ángelus 13-7-1986 (sp it)]. Cristo, propiciación por nuestros pecados [cf Ángelus 17-8-1986 (sp it)]. Cristo, fuente de vida y santidad [cf Ángelus 10-8-1986 (sp it)].
Él es el camino, la verdad y la vida (cf Jn 14, 6). Amén».
(1/2) Benedicto XVI, Homilía 20-6-2010 (ge sp fr en it po).
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).