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Jorge Bustos: «Que haya personas que en el infierno del sinhogarismo generen espacios de paraíso es una señal del bien»

El periodista presenta Casi, una crónica sobre la situación de la falta de hogar en Madrid con tres protagonistas: los sintecho, los trabajadores sociales y él mismo, que, a medida que les conoce, cambia su mirada sobre ellos

La decisión hay que tomarla todos los días. De camino al trabajo, a comprar el pan o a la farmacia, nos cruzamos con cientos de rostros. La mayoría, en plano de igualdad, también corren con prisa a culminar el siguiente quehacer del día. Hay otros que, en portales o rincones, viven como bultos. En cada cruce, tomamos la decisión de mirar o de apartar la mirada. Casi (Libros del Asteroide), del periodista Jorge Bustos, nace de esta evidencia: de los últimos, de los que huelen mal, de los que duermen en la calle y vagan borrachos, Jorge apartaba la mirada. Con este reportaje largo se obliga a mirarlos de frente, en una descripción minuciosa del mapa de la indigencia en Madrid y el funcionamiento de los sistemas asistenciales, que es un viaje del levantar de su mirada.

Pocos días después de la publicación del documento Dignitas infinita, el presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, acompaña al autor en la presentación del libro en Madrid. Se convierte así en la guía ideal para nuestro viaje particular por este camino de la mirada, que recorremos de la mano del propio Bustos. Escribe el autor en Casi que las personas sin hogar han perdido la dignidad. Don Luis Argüello se resiste: «La dignidad de lo humano es infinita. Aparece pisoteada en diversas circunstancias, pero la dignidad infinita no se pierde». Unas horas después de la presentación con el presidente de la CEE, nos citamos con Bustos en el Café del Rey, a escasos metros del Centro de Acogida San Isidro de Madrid (CASI).

¿Qué ha aprendido sobre la dignidad con este libro?
Argüello lo dijo citando al Papa. El documento que ha publicado el Vaticano sobre la dignidad inalienable del ser humano es una doctrina de la Iglesia desde siempre. La civilización occidental que nace en Jerusalén, Atenas y Roma se basa en la dignidad inalienable del ser humano. Eso se acaba trasponiendo a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero los primeros que lo empiezan a decir son los cristianos. 

Evidentemente, la dignidad es difícil de definir, porque algunos la relacionan con las condiciones materiales. Y es verdad que no puedes tener dignidad si vives en la pobreza absoluta. Otros la vinculan a la condición espiritual: por el mero hecho de ser un ser humano, es inalienable. Lo que me enseña este libro y lo que las propias personas sin hogar te dicen es que sin techo es muy difícil creerte tu propia dignidad. Ellos, los protagonistas de este libro, lo confiesan: cuando se ven en la calle, empiezan a pasar las semanas sin importarle a nadie. Empiezan a sufrir agresiones, empiezan a abandonarse, empiezan a coger colillas del suelo para fumárselas, empiezan a dejarse llevar…Si la dignidad es lo propio del ser humano, la calle es lo propio del animal que vive a la intemperie, pero hasta los animales se construyen sus nidos y sus madrigueras. Una persona tirada en la calle es alguien que acaba creyendo que no merece un trato humano porque no se lo dispensa nadie.

Por eso cuento el ejemplo de Jesús, que era pintor en el parque del Retiro. Se quedó ocho años en la calle. Empezó a beber a los 12 años. A los 17 ya consumía dos botellas de alcohol al día. Esta persona se juró a sí misma que mantendría la dignidad, se hizo una especie de juramento de honor de que no dormiría nunca en el suelo. Era su forma de decir: «No soy un bulto, todavía tengo dignidad». Por las mañanas se acicalaba en los baños públicos. Jesús salió adelante porque tuvo la lucidez, en medio de sus cogorzas monumentales, de no abandonar del todo su propio concepto de dignidad. Eso le ayudó a resucitar de alguna manera. Ya no bebe. Está viviendo solo en un piso de tutela municipal. Sus hijos van a visitarlo. Vende sus cuadros en su perfil de Instagram y es un tipo que se ha salvado a sí mismo. Y se ha salvado porque la dignidad nos salva.

Uno de los conceptos que más ha llamado la atención a Argüello es el de la puerta única de entrada en el CASI, que más allá de ser el punto desde el que se distribuyen las llegadas de personas sin hogar al resto del sistema, él la entiende también como «la afirmación de la radical dignidad humana». «La puerta única de entrada cambia la mirada, porque, en definitiva, lo que transforma a un no lugar en un espacio ciudadano, en un espacio que incluso puede terminar siendo un hogar, es la transformación de la mirada». Una buena muestra es la presencia de una pequeña comunidad de Hijas de la Caridad en el interior del CASI. Mujeres con «una mirada que reconoce la dignidad, que reconoce la realidad sin hacer trampas con la culpa, que intuye que estas personas precisan un amor incondicional, por una parte, y también un amor que ayude a crecer».

¿Qué importancia tiene el sentido de pertenencia?
No se explica el aumento del sinhogarismo en todo Occidente si no apuntamos a la ruptura de los vínculos familiares que se está produciendo. La gente está todo el día con la maquinita, hay muchas redes sociales de palo, pero que son redes antisociales. La gente está aislada en su burbuja digital, pero no está teniendo una relación, un vínculo físico y afectivo real. Hay un individualismo perverso creciente. Creo que eso lo puede ver alguien de izquierdas, alguien de derechas, alguien que tenga ojos en la cara. Que en último término se acaba traduciendo en depresiones, en ansiedades… El aumento de la enfermedad mental está relacionado con esto. Hay ya estudios que dicen que los solteros mueren antes que los casados, porque la soledad es mala. Esta frase del Génesis, «no es bueno que el hombre esté solo», es la primera frase de Yahvé al crear el mundo. Pues, efectivamente, es que no es bueno desde el punto de vista psíquico, mental, físico, no es bueno. Otra cosa es la soledad elegida. Pero hasta los monjes viven en monasterios. Las personas sin hogar son las personas que están existencialmente solas por completo. Tú pierdes la dignidad desde el momento en que no significas nada para nadie.

El libro abre con una cita de Italo Calvino: «Buscar y saber reconocer quién y qué en medio del infierno no es infierno». En este recorrido que has hecho, ¿a quién has encontrado que no lo sea? 
El libro de Calvino del que está extraída esta frase se llama Las ciudades invisibles. Es un libro de relatos muy cortos que Calvino fue escribiendo a lo largo de su vida, imaginando ciudades posibles. Esta frase es de los relatos finales y habla de un lugar donde el infierno es lo que está a la vista de una ciudad infernal. Y dentro de esa ciudad, que, a primera vista, parece irredimible, encuentra personas, recodos o espacios que son el paraíso en mitad del infierno. Eso me recordó a los trabajadores sociales. El paraíso en medio del infierno del sinhogarismo son esas personas. Creyentes o no, de izquierdas o de derechas, de una empresa privada o de la Administración Pública, funcionarios u ONG. Que, por un sueldo o gratis et amore, dedican su tiempo laboral o de ocio a estar cerca de aquellos de los que nadie quiere estar cerca.

Escribí este libro porque de alguna forma me sentí interpelado por mi propio rechazo a las personas sin hogar y, por eso, decidí que esa forma de mirar era una forma egocéntrica, irreal, porque en el mundo también hay dolor. Y, sin embargo, me reconozco incapaz de ser como los trabajadores sociales. Yo he hecho un año de investigación en este mundo, pero he entrado y he salido. Ellos están todos los días atendiendo a gente increíblemente deteriorada, física y mentalmente, que a veces son agresivos, que a veces no te dan las gracias por lo que haces por ellos, que a veces te insultan. Sus vidas han sido auténticos infiernos, y que haya personas que dentro de ese infierno decidan generar espacios de paraíso me parece una señal del bien en la tierra. 

La labor callada de los trabajadores sociales es un buen ejemplo de lo que señala don Luis cuando afirma que «una mirada nueva de unos con otros hace que los invisibles se vuelvan visibles y que los no lugares se vuelvan ámbitos de encuentro. Una mirada que solo es posible cuando aparece algo, que en el libro también se intuye, y es que de una u otra forma la fragilidad es compartida».

¿Cómo se relaciona ahora con su fragilidad?
Después de escribir este libro, mejor. Todos en algún momento, si nos va bien en la vida, perdemos de vista la esencial fragilidad del ser humano y es bueno que sea así. No podríamos vivir pensando las 24 horas en la muerte, no nos levantaríamos de la cama. Pero tampoco hace daño. Es bueno tener conciencia de la propia fragilidad, porque así estás mejor preparado para los golpes. Todos vamos a sufrir, podemos intentar evitarlo, habrá vidas más felices que otras, naturalmente, pero todas las vidas humanas conocen el sufrimiento en un grado u otro. Es la principal verdad del ser humano, la conciencia de que vamos a morir y que vamos a sufrir. Entonces, ¿uno qué hace con eso? Pues, por lo menos, mirarlo de vez en cuando, ser consciente de ello. Si no lo haces, te vuelves loco, te suicidas o te comportas mal con los demás, cuando crees que todos los bienes, que todas las cosas buenas que te pasan en la vida, se te deben. Te estás convirtiendo en un perfecto cretino, porque no somos el producto de nuestras decisiones. La pura suerte, el puro azar, interviene muchas veces en nuestra vida. Esa humildad con nuestros propios éxitos lo aprendí en este libro, también a relativizar nuestros problemas. Cuando venía de una entrevista, de pasar la tarde con estos y llegaba a mi casa caminando por esta calle, iba rumiando todas esas desgracias y decía: ¿De qué me voy a quejar? ¿De que se me ha fundido la luz? ¿De que han montado una campaña en redes sociales contra mí? No son problemas comparados. Por eso es tan buena la conciencia de la fragilidad, para ser agradecidos con la vida, para jerarquizar los problemas, para relativizar nuestros dramitas, para reírte del victimismo impostado que tanto abunda en la política, en los medios o en las redes sociales. 

El ser humano no está hecho para valerse por sí mismo. Hay una frase que repito en el libro que es «hacia lo individual a través de lo colectivo», o algo así. Es decir, ellos solos no pueden salir de la calle. Para volver a la sociedad, para recuperar la autonomía, para volver a ser individuos funcionales, necesitan al colectivo. Uno tiene que hacer el camino acompañado. 

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