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La luz está en Belén

Se pregunta Sartre en boca del protagonista de una profunda y sorprendente obra de teatro sobre la Navidad, compuesta y representada en el campo de prisioneros en el que estuvo recluido por los nazis en 1940, qué es lo que podría atraer a Dios de nuestra condición humana para llegar al extremo de asumirla. «¡Un Dios que se transforma en hombre! ¡Qué idiotez!», dice Barioná, que da nombre a la pieza (editada por Voz de Papel en español con un estudio de José Ángel Agejas). Un hombre profundamente hastiado, sin esperanza y abatido bajo el poder de los romanos en un pueblo al lado de Belén. Un hombre que quiere que su hijo, en el vientre de su mujer, no vea la luz del mundo. Un hombre dispuesto a acabar con el Niño Dios anunciado en un establo para la salvación de la humanidad. Él no se lo cree. Se resiste.

Bien podría ser Barioná el hombre de hoy en cualquier parte del mundo y de cualquier condición. Un hombre dominado por la insatisfacción vital en medio de la abundancia, en la soledad de su yo, vencido por la violencia o la guerra o absorbido por la falta de perspectivas de futuro. Un hombre incrédulo ante el misterio de Dios. ¿Quién querría hacerse uno de estos? ¿Qué dios se abajaría?

Pero la lógica de nuestro Dios es otra. No solo se hizo hombre, sino que nació en un pesebre porque no había sitio en la posada. Como dice Benedicto XVI en su Jesús de Nazaret, esta circunstancia quiere señalar una inversión de valores: «Este que carece de importancia y de poder demuestra ser el verdaderamente poderoso. Así, hacerse cristiano implica salir de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes a fin de encontrar el acceso hacia la luz de la verdad de nuestro ser y de llevar a ella con el camino recto».

Estar en el mundo, desde luego, pero sin ser del mundo. Y la Navidad es un momento propicio para ello, porque son muchas las personas que viven con intensidad este tiempo y admiran las luces que engalanan las ciudades y pueblos, visitan a sus familias, se encuentran con amigos y buscan presentes con los que mostrar amor por los más queridos. Hay un reflejo de la belleza con mayúsculas en todas estas manifestaciones, que son buenas, y que deben recordarnos que la verdadera luz de nuestras vidas, la Luz entre tantas luces, está en Belén, en lo pequeño. Que nuestra esperanza ha nacido y que desde ese alumbramiento —como se ha encargado de recordarnos el arte— ya está marcada su entrega por nosotros. Porque en Navidad hay sufrimiento, el de no encontrar posada o el de tener que huir a Egipto por la persecución. Hoy también. El sufrimiento de la ausencia de los seres queridos, de la enfermedad, de la pobreza, del odio, la mentira y la avaricia.  

Y, sin embargo, sabemos que el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra. Como le dijo Baltasar (que interpretó el propio Sartre) a Barioná: «Cristo sufrirá en la carne porque es hombre. Pero también es Dios y toda su divinidad está más allá del sufrimiento. Y nosotros, los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios, estamos también más allá de los sufrimientos en la medida en que nos parecemos a Dios». Y Barioná encontró en aquel Niño pequeño su esperanza y alegría. La misma que se nos propone hoy. 

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