Dios con nosotros. Parece que el tiempo de Navidad ha perdido su sentido originario. Fiesta, vacaciones, viajes… Se dice que la Navidad es la cristianización de las fiestas paganas celebrando el solsticio de invierno, del nacimiento del día. Ahora parece que estamos viviendo un paganismo máximo de la Navidad religiosa.
Pero los cristianos no hemos perdido el sentido de lo que celebramos: el nacimiento de Jesús que nos trae la salvación.
Ciertamente, Él viene, siempre está llegando, hay que estar vigilante, atentos a su presencia en las situaciones más extrañas, en los momentos más imprevisibles. ¡Ah! Qué sorpresas me reserva y nos reserva durante el año…
Cada eremita vive la Navidad de manera diferente, según el lugar donde viva, su trabajo, relaciones… Navidad es básicamente el don de Dios, Él se humaniza, y he de aprender a vivir su misma vida de «Dios es Amor» e ir aprendiendo a amar.
Que sea de verdad Navidad solo depende de nosotros. De cada uno. Nadie nos puede quitar este gozo, aunque en nuestro mundo sea dramática la situación: guerras, crisis, injusticias…
Pero sí que nos ha de interpelar muy en serio, y el amor de Dios me pide una respuesta de amor: «No tengas miedo…»
Cada Navidad, que se alarga durante todo el año, es distinta, pero siempre lo esencial es la relación DIOS-HOMBRE.
Esa relación, en la Navidad, me lleva a ser un año MARÍA —aunque indigna— en lo más íntimo de mí, abrir el corazón para acoger la Palabra, la vida, la luz. María está muy cerca de nosotros. Y otro año me lleva a ser JOSÉ, a sumergirme en el misterio y al mismo tiempo abrirme a la confianza y renacer en la paz. Otra Navidad soy el alma del pastor, donde descubro las luces y las sombras, la responsabilidad. La pobreza, la sencillez y el AMOR. La calma y la alegría inmensa.
Su PRESENCIA lo llena todo. El pequeño mundo cercano, donde nos movemos, y el de toda la humanidad, ya que Jesús nació no solo para nosotros, sino para todo el mundo. Es un Misterio, también para mí, aunque es más grande la REALIDAD vivida.
Hay que discernir para no hacer trampa, no sustituir el amor por ídolos que se presentan; doblegar la rutina y el desánimo pidiendo perdón.
La oración continua alimenta la paz interior. Aunque nos despierten para dejar las palabras vacías que crean confusión, la oración nos impulsa a seguir la ruta, en el servicio y el amor, en la experiencia personal compartida en la alegría de la fe.
Su presencia es siempre sorprendente en la realidad de la vida, ya sea en lo político, en lo cultural, en las situaciones nuevas… Él no pasa de largo, Él se queda.
Agradecimiento infinito a DIOS con nosotros.