La cinta nos presenta a un asesino en el corredor de la muerte que asegura estar poseído por un demonio, Nefarious, que da nombre a la película
Con la secularización, el hecho religioso ha dejado de impregnar las creaciones y ficciones de manera expresa para, como estableció Heidegger, que el ser se muestre retirándose. Como ha dejado dicho Abel de Jesús en acertado rubro, «son películas, no catequesis». No es difícil extraer lecturas cristianas de sagas como Star Wars, El señor de los anillos y de casi cualquier obra literaria o audiovisual producida en Occidente. El reverso de este borrado consciente y programado de la trascendencia demuestra que, cuando un creador supera la cancelación y recupera elementos de la Sagrada Escritura, su obra se convierte automáticamente en algo novedoso. Es lo que sucede con Nefarious —escrita y dirigida a cuatro manos por Cary Solomon y Chuck Conzelman—, una película de una frescura que ya la hubieran querido para sí quienes confunden las rarezas, las rebeldías sin causa y el gusto por la zafiedad con lo moderno.
Precisamente, Nefarious se presenta ante el gran público con un soplo de originalidad en pleno hastío del true crime, de los asesinos en serie y de esos policías groseros que se expresan a base de tacos, alcohol y vidas desordenadas. Nada nuevo hay bajo el sol, salvo lo que hubo siempre: el mal, como desafío y herida del hombre en su peregrinar por este mundo. Pero un mal verdadero y absoluto, no esa parodia irracional que en medio del caos nos trae el sufrimiento, ese mal desdibujado o pintado a medias como simple excusa para el existencialismo adolescente o el costumbrismo de género. En Nefarious, el mal se presenta en toda su extensión: concreto, racional, personificado.
La cinta nos presenta a un asesino en el corredor de la muerte que asegura estar poseído por un demonio, Nefarious, que da nombre a la película. ¿Y cómo reacciona el mundo ante esta revelación? Enviándole a un psiquiatra. Más que de verosimilitud, hablamos de realismo. En esta evaluación mental, el preso se juega ni más ni menos que la vida: si es declarado loco, esquivará la silla eléctrica; si le descubren en la mentira, se mantendrá su ejecución para dentro de unas horas. ¿En cuál de las dos categorías encaja una persona que asegura estar en manos de un demonio? El psiquiatra, con pretensión científica y convicción atea, se empeña en convencerle de que no está en sus cabales, con el propósito loable de salvarle la vida al reo y, de paso, salvar su propia forma de vida. Pero el asesino insiste en su cordura y en la posesión demoníaca, hasta el punto de no importarle si es o no ajusticiado. Remite esta audacia temeraria a la de los apóstoles y mártires, pues que nadie aguanta tortura y muerte por una mentira es algo que solo se pone en duda en las tertulias de café y en las galas de los premios del cine.
Remite, pues, esta película a una cosmovisión completa, abordando el sentido de la vida y la transcendencia desde sus villanos. Tanto sirve Dios como los demonios para desmontar el tinglado materialista, por no hablar de que la presencia del enemigo afirma necesariamente la existencia de Dios —implícita y explícitamente, de ese Dios que Nefarious llama «el Carpintero»— y da un sentido completo al relato de nuestra historia. Bajo esta lluvia fina de sordidez que cala nuestra sociedad, nuestro cine y el género llamado negro, Nefarious conecta muy bien con ese mundo que está dispuesto a creer —y simpatizar— en el demonio antes que en Dios.
Son numerosos los expertos que ponen de relieve el conseguido papel del demonio en esta película, pues aseguran que así actúa el enemigo, como una carcoma que va corroyendo el alma humana. La trama es, pues, sencilla, con diálogos muy elaborados, que hacen fluir con ritmo natural la evolución de los protagonistas. Se intercalan tres golpes de efecto que son propios del pacto de lectura, ya que la prueba de la incredulidad es pedir signos, y el demonio, a diferencia de Dios, los da. La actuación de Sean Patrick Flanery en el papel de Edward-Nefarious es extraordinaria, y el doblaje al castellano es apasionado, medido y no deja escapar una pizca de sentido. Jordan Belfi, como el doctor James Martin, está correcto en su interpretación, si bien se nota que los mejores esfuerzos creativos del guion se han dedicado al personaje del demonio. La personalidad del psiquiatra pudiera parecer algo estereotipada y plana, si bien es cierto que retrata a la perfección los dogmas de todo materialista: «El demonio no existe» es el límite de su argumentación. Un arma un tanto pobre ante el peor de los enemigos, que basa su poder en hacer creer que no existe y desata una tormenta con su lengua: «¿Crees que tu ateísmo te va a salvar del demonio, James?».
No podemos concluir esta crítica sin invitarles sinceramente a que vayan a ver Nefarious, una película entretenida, rodada de manera profesional y muy moderna, y esto no es algo que, por desgracia, pueda decirse de muchas obras relacionadas con la religión. No es cutre ni ñoña, sino inteligente, sofisticada y cruda. No pide perdón por hablar ni de Dios ni del diablo. Afortunadamente, los españoles están respondiendo a su audacia, ya que entró directamente al top 10 de la taquilla en su primera semana y ha acumulado más de 27.000 espectadores en apenas diez días. Más de 90 cines proyectan esta película en 50 ciudades de nuestra geografía.