En las vísperas, tras la entrega de la bula de convocatoria del Jubileo de 2025, lanza una invitación a «convertirnos en cantores de esperanza en una civilización marcada por demasiada desesperación»
Tras la entrega de la bula de convocatoria del Jubileo de 2025, centrado en la esperanza, el papa Francisco ha presidido las Segundas Vísperas en la fiesta de la Ascensión del Señor. Así, ha aprovechado para recordar que la esperanza enraizada en Cristo es lo que se quiere celebrar, acoger y anunciar al mundo entero en el próximo Jubileo.
«No se trata de un mero optimismo o de una expectativa pasajera ligada a alguna seguridad terrena, no, se trata de una realidad ya realizada con Jesús y que se nos da también a nosotros cada día», ha subrayado durante la homilía.
En su opinión, «la esperanza cristiana sostiene el camino de nuestra vida, incluso cuando es tortuoso y fatigoso». Y ha agregado: «Abre ante nosotros senderos de futuro, cuando la resignación y el pesimismo quisieran tenernos prisioneros; nos hace ver el bien posible cuando el mal parece prevalecer; la esperanza cristiana nos infunde serenidad cuando el corazón está agobiado por el fracaso y el pecado».
Así, ha pedido aprovechar el Año de la Oración en el que estamos inmersos como preparación para el Jubileo «para convertirnos en cantores de esperanza en una civilización marcada por demasiada desesperación».
«Con nuestros gestos, con nuestras palabras, con nuestras opciones cotidianas, con la paciencia de sembrar un poco de belleza y de bondad allí donde estemos, queremos cantar la esperanza, para que su melodía haga vibrar las cuerdas de la humanidad y despierte la alegría en los corazones, despierte el coraje de abrazar la vida», ha continuado…
Y ha dicho que la sociedad necesita esperanza porque, a veces, se arrastra por la monotonía del individualismo, como la necesita la creación, los pueblos y las naciones, los pobres, los jóvenes, los ancianos, los enfermos. Una afirmación en línea con lo que recoge en la bula de convocatoria del Jubileo de 2025.
También la necesita, ha asegurado, la Iglesia, sobre todo, cuando experimenta el peso del cansancio y de la fragilidad. Para no olvidar «que es la esposa de Cristo, amada de un amor eterno y fiel, llamada a custodiar la luz del Evangelio, enviada a transmitir a todos el fuego que Jesús trajo y encendió en el mundo de una vez para siempre».