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Premio Harambee 2024: cuando la educación se convierte en la llave de la libertad

Susan Kinyua, economista keniata, ha recibido el galardón por su labor con la Kianda Foundation en favor de la educación de las mujeres

De marzo a mayo en Kenia llueve todo el día. Tras un respiro de unos meses secos, en octubre y noviembre vuelve a llover, aunque esta vez suelen ser chaparrones a última hora de la tarde. Así ha sido siempre y así ha marcado siempre el cielo los trabajos del campo. Pero en los últimos años, cuando llega marzo, no siempre llueve. Y si la lluvia no viene, se mueren los animales, se pierden las cosechas… un efecto dominó que ha provocado una gran crisis económica para los keniatas. El 40 % de la población no tiene acceso a agua potable ni el 70 % a servicios sanitarios básicos. El precio de la gasolina está por las nubes… Son solo unos pocos los privilegiados que pueden afrontar el alto coste de vida.

La crisis afecta a todos, pero a unos más que a otros. Y en este caso, como tristemente suele suceder en África, las mujeres salen perdiendo. Teniendo los mismos recursos que los hombres, sufren una carencia adicional: el bajísimo nivel educativo. Cuidan de sus hijos, gestionan la economía familiar y muchas veces también sus negocios, pero no saben cómo hacerlo. Especialmente en zonas rurales, se casan en la adolescencia en matrimonios concertados por sus padres. Para entonces, ya hace años que han abandonado la escuela, tienen mucho de lo que ocuparse. 

El caso de Susan Kinyua es una excepción. Ella pudo estudiar y trabajó durante doce años en el sector bancario. Se casó con otro economista y tuvo tres hijos. Aunque les iba muy bien, Susan no estaba tranquila, era consciente de que su situación era privilegiada. Entonces —han pasado 20 años ya— conoció Kianda Foundation, una organización keniata que defiende los intereses y la educación de las mujeres. «Para mí es muy importante la dignidad de las personas. Me impactó el trabajo de esta organización, su visión integral, porque la formación de una persona no puede ser solo académica, hay que mirar, también, la mente, el alma. En África, las mujeres tienen muchos problemas de autoestima, no creen en ellas mismas», explica a ECCLESIA. Kinyua sintió que no estaba en el sitio correcto, y, sin ninguna experiencia, entró a trabajar en la fundación.

Dos décadas después no puede evitar sonreír con orgullo al comprobar el impacto real de su trabajo en la sociedad. Por ejemplo, con el proyecto Fanikisha, que es el que ella se encarga de coordinar, han formado a más de 4.500 mujeres de aldeas de todo el país. Una red que en realidad es mucho más extensa si pensamos en que esas mujeres tienen hijos, esposos, viven en una comunidad concreta… «El impacto positivo en las mujeres repercute en el bienestar de toda la comunidad que tienen alrededor», insiste la coordinadora.

Proyecto Fanikisha

Fanikisha significa en suajili «gran avance». Su misión es «empoderar a las mujeres para que sean más competitivas y puedan comenzar negocios para mantener a sus familias». ¿Funciona? Los números responden: en 22 años de andadura, 4.500 mujeres de 90 aldeas distintas han recibido formación. El 75 % ha conseguido entrar en el mercado laboral. El 80 % ha conseguido mejorar sus ingresos, el 60 % los ha duplicado.

Pero el Programa de Apoyo a Mujeres Empresarias Fanikisha es mucho más que números. Si le pedimos a Susan Kinyua que aterrice el proyecto para entenderlo, lo hace hasta besar el suelo. Nadie mejor que ella conoce los entresijos. Confiesa que, en muchas ocasiones, ella misma conduce durante horas una furgoneta para trasladar a los voluntarios a las aldeas. Más allá de la anécdota, este dato es muy importante, pues significa que son ellos los que se trasladan a la aldea que sea desde Karuri, cerca de Nairobi, no las mujeres.

El primer paso es elegir la población y ponerse en contacto con alguna autoridad, «puede ser el líder de la tribu, el sacerdote, quien sea que mande», describe divertida. Una vez que esta persona entiende y acepta la intervención, toca buscar un lugar público que sirva de clase. A la par y durante un mes, reciben formación los voluntarios, que, luego, a su vez, formarán a las mujeres. La mayoría son estudiantes universitarios. La propia Susan imparte también algunas clases en suajili o en la lengua local. 

Y entonces sí, empieza el curso de seis meses. El contenido es de lo más completo. Está pensado sobre todo para que aprendan a gestionar su negocio. Lápiz en mano, las mujeres de la aldea elegida hacen malabares para atender a sus obligaciones y acudir semanalmente a las clases. Atentas, toman nota de cómo poner en marcha un negocio y hacer un plan, aprenden a realizar registros de deudas e ingresos, costes y beneficios. También a ahorrar e invertir y a gestionar el tiempo y el estrés. Practican habilidades sociales. Y como decía Susan que la formación debe ser integral, reciben apoyo psicológico, en sesiones tanto individuales como en grupo. Así como formación de cocina para llevar una dieta equilibrada, que incluye desde el cultivo de verduras hasta el diseño del menú variado, aprovechando los ingredientes que tienen a su alcance —incluida el agua, que aprenden a ahorrar—. O cualquier otra cosa que puedan necesitar. Por ejemplo, desde la pandemia han detectado un aumento de problemas de salud mental entre las mujeres. La propia Kinyua se ha puesto a estudiar psicoterapia para poder introducir en la formación atención en este sentido. 

De hecho, el proyecto no solo forma, sino que acompaña. La coordinadora del mismo explica que «vamos a visitarlas con regularidad». «Es muy importante ir a verlas a sus casas, a sus trabajos, porque lo que queremos es establecer con ellas una relación de confianza». Esa confianza es la que permite que se lo tomen en serio y hagan el sacrificio que hacen durante seis meses. Cada una de las mujeres que entra al programa tiene asignado un tutor que le acompaña en todo el proceso, «no solo a nivel académico, sino también personal». 

El resultado no son solo los números expuestos, sino que estas mujeres salen del programa con la capacidad de hacerse cargo de pequeños negocios, y sobre todo, de cuidarse a sí mismas —para poder cuidar bien a los suyos—, mejoran su autoestima y su fe en que pueden salir adelante. Mujeres con nombres y apellidos, que experimentan cómo cambia su vida. Algunas, relata Susan, acuden a formaciones posteriores para dar su testimonio. 

Premio Harambee

El proyecto Fanikishay Susan Kinyua en su nombre, acaban de recibir el Premio Harambee 2024, que reconoce desde hace quince ediciones a personas e instituciones que realizan una aportación social relevante para preservar la dignidad de la mujer africana. Susan insiste en que lo recibe en nombre de todos los compañeros de la fundación, especialmente «de todos los que han trabajado detrás de las cámaras». Un galardón que acoge con gran orgullo, puesto que «significa que las mujeres han ganado. Por supuesto, el premio va a servir para seguir trabajando por ellas». La formación cuesta alrededor de 350 euros. Así que este premio, dotado con 10.000 euros, abre las puertas del programa a muchas que aún no han tenido la oportunidad. 

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