El arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, presidió ayer la Eucaristía en la festividad de la Virgen de la Almudena, una ocasión que aprovechó para lanzar un mensaje a favor de la convivencia, que, dijo, «es la capacidad de salir de nuestro espacio para entrar en otro donde aprendemos a asumir diferencias, y hasta conflictos, sin convertirlos en motivo para la destrucción del otro».
«Esto no supone relativizar, decir que todas las visiones son exactamente iguales y que por el mero hecho de que alguien sostenga una idea, esa idea ya es válida. Claro que no. La convivencia es diálogo, y es también discusión amable. Es tratar de trabajar por aquello que uno cree mejor para la sociedad. Pero sin convertir al rival en enemigo», añadió.
Con esta premisa, lanzó las tres pistas que ofrece la Virgen de la Almudena para la situación actual.
Conocer el pasado
«María nos hace capaces de sentirnos parte de una historia. Que una ciudad tenga a su patrona, nos habla de una historia compartida. Una historia que conocemos, y de la que todos somos herederos. Desde los relatos sobre la aparición de la imagen de la Virgen entre la muralla, acogemos su importancia durante la repoblación cristiana de la sociedad en tiempos de la Reconquista, o el papel que ha tenido en la sociedad católica de los últimos siglos en que la devoción mariana ha tenido tanta relevancia. Cualquier sociedad necesita conocer su pasado. Y sentirse heredera de dicha historia. Necesita conocer su itinerario y comprender el papel que han jugado en su configuración las distintas sensibilidades y creencias. No entendemos Madrid sin su Almudena, sin la madre que aparece cuando se caen los muros, de tantos muros que creemos firmes»
Una casa para todos
«Para entender la convivencia, María, la Virgen de la Almudena, con Cristo a sus brazos, nos anuncia, como esa imagen que se levanta en lo alto de la catedral, que en la fe hay un lugar donde se nos acepta como somos. O dicho de otro modo, sentir que hay un espacio seguro, un refugio, un lugar donde sentirnos en casa. ¿No os ha pasado que a veces nos encontramos con gente que quizás no tiene clara la fe, pero, sin embargo, a María le tiene una devoción incontestable?
Creo que lo que ocurre es que María refleja la acogida y aceptación que todos necesitamos. Contemplemos por un momento lo que el Evangelio nos presenta: ese calvario en el que Jesús se dirige a Juan y a su madre. En Juan nos podemos ver cada uno hoy. Con nuestros pies de barro, con nuestras luces y sombras, con nuestras heridas y cicatrices… En este mundo donde vivimos tan presionados por la exigencia, donde no se permite el más mínimo error, Juan, que con los otros ha huido, ahora se encuentra con un Jesús que, sin embargo, no le pide más de lo que puede dar. No le reprocha los pasos inciertos.
Y eso me gustaría compartir hoy aquí, con cada uno y cada una de quienes os habéis querido acercar a esta fiesta y al entorno de esta catedral: esta es vuestra casa, para que podáis venir con vuestras luces y sombras, que son parte del equipaje de cada uno.
En una ciudad donde aparece la desesperanza en tantos lugares, donde la soledad y la falta de futuro para muchos hace sufrir a demasiados, especialmente a los más jóvenes, María nos lanza el reto de seguir sembrando espacios de comunidad que muestren cómo es nuestro Dios y cómo nos acoge, tal y como hacen nuestras parroquias, colegios o comunidades cristianas. Es la propuesta de vida fraterna hecha vida y abrazo en cada rincón, que hemos de cuidar y ofrecer con cariño».
Fraternidad
«Y para entender el sentido de la fraternidad que necesitamos, también la Virgen de la Almudena, como buena madre, al ponernos bajo sus ojos, nos enseña a sentir que todos estamos ante la mirada amorosa del mismo Dios. Como ella ha hecho en nuestra historia, hoy también podemos sentirnos miembros de una misma familia humana, de una Iglesia y de una sociedad.
Acabo de señalar cómo el rostro de María refleja, para creyentes y hasta para no creyentes, el amor incondicional, la esperanza invencible, la aceptación real de lo que somos. Y si nos podemos reconocer bajo el manto de la misma madre, entonces quizás podemos empezar a mirarnos como hermanos y hermanas… sin exigirnos perfecciones imposibles, pero capaces de comprender que todos necesitamos protección, acogida, refugio y hogar.
Es lo que empezamos a vivir, como dice el libro del Apocalipsis, en nuestra iglesia. Desde cada comunidad, allí donde vive en cada barrio, la Iglesia despunta con rostro de vecino y vecina, muestra que la fraternidad es posible y visible. Nos anuncian que es parte de nuestra misión común el hacer de nuestras sociedades lugares donde esa fraternidad sea visible».