El Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular evidencia que esta forma de devoción es un «espacio privilegiado» para el encuentro con Dios y para la caridad. En Sevilla, esta realidad es transversal en barrios y personas, en hermandades antiquísimas y de reciente creación
o primero que uno se da cuenta cuando baja del AVE en Sevilla es que allí se sigue otro calendario, el de los días que faltan para la Semana Santa. Cuando esto sucede, a punto de empezar el puente de la Inmaculada, quedan 119. Es el calendario cofrade. Una espera que este año, con toda seguridad, se ha hecho más amable gracias a eventos como el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular. Del 4 al 8 de diciembre llenó la capital andaluza no solo de altos cargos del Vaticano y estudiosos para reflexionar sobre esta realidad, sino también de miles de cofrades y fieles para celebrar la fe en las calles con las imágenes de Jesús y María. La multitudinaria procesión de clausura resultó un gran éxito.
Fueron cuatro días para poner en evidencia que la piedad popular es «un espacio privilegiado para el encuentro con Dios», como dijo el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses, en las conclusiones. «Uno de los mejores métodos de evangelización», expuso el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en entrevista con ECCLESIA. Camino, dijo en su ponencia, para la catequesis, el primer anuncio, la formación en la fe y el acompañamiento. «Donde hay piedad popular, la fe se ha mantenido», reconoció en la inauguración el enviado especial del papa Francisco, Edgar Peña Parra, sustituto de la Secretaría de Estado.
El arzobispo venezolano lo comprobó de primera mano en sus visitas a las principales hermandades. Estuvo en la Hermandad de la Macarena, para entregar a la Virgen la Rosa de Oro. Y los días posteriores con el Jesús del Gran Poder, el Cachorro y la Esperanza de Triana.
En Triana, al otro lado del río, el enviado papal entendió por qué a la Esperanza la llaman «guapa» nada más entrar en la capilla de los Marineros, sede de la hermandad, cuyos inicios se remontan más de 600 años. Son los días previos a la gran procesión y las calles del barrio están engalanadas con balconeras, banderines, guirnaldas imitando claveles… La fila para acercarse a la Virgen se extiende por la calle Pureza. Un hombre empuja una silla de ruedas. En ella, su madre. La coloca en la acera, al otro lado de la calle, para que pueda ver algo: «Mamá, ahí está la Esperanza de Triana».
Sergio Sopeña es el hermano mayor de la hermandad, que tiene cinco titulares, fruto de diversas fusiones a lo largo de los siglos. La última, con la Hermandad Sacramental de Santa Ana, que, a su vez, ya se había fusionado con otras. Nos recibe en la sede, la que ahora llaman capilla de los Marineros, abierta todos los días durante ocho horas para que los devotos puedan saludar a la Madre o acudir a la Eucaristía. Un templo que se erigió con el esfuerzo de los fieles en un barrio humilde y que sufrió la desamortización. Fue cabaret, carbonería y almacén de maderas, hasta que acabó en manos de un anglicano que se lo vendió por un precio simbólico al canónigo José Sebastián y Bandarán, allí enterrado.
«El éxito de la Esperanza radica en que ves en ella a una madre humana. Si la desposees de la corona, los bordados o el terciopelo, puedes ver en ella la cara de cualquier madre. Humanizar a la Santísima Virgen ha hecho que muchos se hayan enamorado de la Esperanza», explica Sopeña durante la entrevista, mientras siguen entrando fieles.
También reconoce que, aunque la fe es un don del Espíritu Santo, hay lugares donde puede ser complicado cultivarla. Por eso, en Triana —fue lugar de miseria y necesidad— «era más difícil». Y es «donde tenía que estar la celestial jardinera». «La religiosidad popular acerca a las personas a la Iglesia. Siempre digo que las hermandades son instrumentos de la Iglesia y esta tiene que utilizarlas para atraer a más gente».
Además, la procesión de sus imágenes es un testimonio en sí mismo. Primero, porque tras el Santísimo Cristo de las Tres Caídas aparece la Esperanza. «Sabemos que nos va a ayudar a levantarnos y a superar las dificultades, marcándonos el camino hasta su divino hijo», explica Sopeña.
Quizá por ello tenga un modo de manifestarse públicamente algo diferente: «En Triana estamos alegres por ser cristianos y, encima, lo expresamos». Esto explica que, en palabras del hermano mayor, sean la hermandad «de los excesos»: por el exceso en flores, en amor a la Virgen, por la forma tan exuberante de procesionar o por el exceso de su obra de caridad.
Como la formación —tienen una Escuela de Teología, además de catequesis de Confirmación y Comunión—, la caridad ocupa una gran tarea en la hermandad. Un dato: hay más empleados en la obra social que en la gestión y apertura al culto de la capilla.
En su mensaje a los participantes en el congreso, leído por el nuncio en España, Bernardito Auza, el Papa les pidió que lleven la ternura de Dios a los que sufren en el cuerpo y en el alma. «Cargar el paso del Cristo en la procesión, cargar cada día con la cruz que el Señor nos propone o cargar sobre nuestros hombros al hermano que encontramos postrado en el camino es el mismo amor, la misma caridad escondida que encontramos en el Sagrario», dijo.
Proyectos de caridad
En estos momentos, la Esperanza de Triana tiene en marcha varios proyectos. A la bolsa asistencial, que da sostén a personas que pasan dificultades en un momento concreto o ayuda a familias con tarjetas para que hagan la compra en un economato, hay que añadir el Centro de Apoyo Infantil Esperanza de Triana, que surgió como obra social en el 25.º aniversario de la coronación pontificia de Nuestra Señora de la Esperanza. «Queríamos dar respuesta a una necesidad que no cubre la Seguridad Social: la atención a niños con TDAH. Empezamos en la hermandad y luego nos trasladamos a instalaciones más amplias. Asistimos, a través de terapias y actividades, a 70 chicos y chicas hasta los 16 años», explica Sopeña.
Pero hay más, la hermandad ha traspasado los límites del barrio y cuenta con proyectos en una zona deprimida de Sevilla, el Polígono Sur, que agrupa algunos de los barrios más pobres de Europa. Le sonarán las Tres mil viviendas o Las Vegas. Allí, en la parroquia de San Pío X, montó una escuela de cocina para que las personas migrantes que viven en el barrio aprendieran los secretos de los fogones y, así, mejorasen su alimentación. Y, a la vez, preparasen, durante la práctica, alimentos para los mayores que no pueden salir de casa, recluidos en los llamados pisos cárcel.
En la parroquia de Jesús Obrero, que forma parte de la presencia salesiana en el barrio, junto con el Centro Juvenil u Oratorio y un centro social gestionado por la Fundación Don Bosco, la Hermandad de la Esperanza de Triana apoya las actividades lúdicas y deportivas, asumiendo el pago de los monitores. Esto no es baladí en un lugar que es considerado el barrio más pobre de Europa, donde la pobreza es económica, dice Sergio Codera, el párroco de Jesús Obrero, pero también cultural, donde la tasa de absentismo escolar es muy alta. Con jóvenes deambulando por la calle hasta altas horas. Junto con este proyecto de ocio y tiempo libre, la parroquia ofrece, además de la fe, apoyo escolar, un espacio para mujeres a través de Cáritas, cursos…
s
Pero la vinculación de Triana con el Polígono Sur va más allá. En el segundo vive un número significativo de habitantes que antes residieron en el primero. Y seguirá, porque la Esperanza de Triana se trasladará hasta allí en octubre de 2025, a San Pío X y Jesús Obrero, en una misión con motivo del 75.º aniversario de la declaración del dogma de la Asunción de la Virgen María.
En la parroquia de Jesús Obrero, la Esperanza de Triana se encontrará con otra Esperanza. Porque desde el pasado mes de septiembre, el Polígono Sur también tiene una hermandad. La de Bendición y Soledad. En su nombre más largo: Hermandad Salesiana y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Bendición en el Santo Encuentro con Santa María de la Esperanza en su Soledad y Nuestra Señora de la Humildad y Caridad, Sal y Luz. Una hermandad que la próxima Semana Santa estrenará su hábito: capirote verde, túnica blanca, capa blanca, zapatos negros, guantes negros y botonera verde y negra.
Una devoción propia
Esta realidad, aunque nueva como hermandad, se remonta al año 92, cuando salían como Cruz de Mayo. Luego se convirtieron en asociación de fieles y más tarde en agrupación parroquial. En 2010 se bendijeron las imágenes titulares, con las que procesiona. Hoy, la hermandad está formada por unos 500 hermanos y la devoción va creciendo, como explica a ECCLESIA, el hermano mayor, el primero, Ángel Hartmann Redondo: «Muchos venimos de otros barrios y cuando esto nace, ya tenemos otras devociones. Pero esta es la nuestra, la que está en el barrio, la que ha nacido con nosotros y la que nos ayuda a crecer e ilumina el camino. Muchas personas vienen a rezarle a las imágenes, le cuentan sus cosas, piden y encuentran consuelo para el día a día».
Y aunque, por su ubicación y su realidad, podríamos pensar que no habría recursos para la actividad caritativa. Hay. Ayudan a cien familias cada mes con alimentos básicos, y han creado una bolsa de trabajo para que las personas puedan llevar su currículum y encuentren la forma de ganarse la vida. «Nuestra acción está al servicio de la parroquia, somos parte de ella», añade Hartmann.
Codera pasó tres años en Salesianos Jesús Obrero hace ya algún tiempo y volvió en septiembre como párroco. Siente que «está donde tiene que estar» y vive feliz. «No podemos salvar al barrio, ni el mundo. Pero sí podemos salvar el mundo de muchos jóvenes, a los que cambia la vida tras pasar por aquí». Jóvenes que llenaron el templo parroquial para la igualá de los costaleros. Un momento que Sergio Codera aprovechó para encontrarse con ellos y evangelizar. «Aquí tenéis a vuestro cura de confianza para lo que necesitéis. Para venir a Misa, para confesar, para echar un rato o tomar una cervecita, aquí estoy». Es la oportunidad que ofrece la piedad popular en el barrio de Triana y en el Polígono Sur.