Adelina Crespo se consagró hace poco más de dos años tras un largo periodo de discernimiento. Vive con el compromiso de castidad perfecta, implicada en la vida parroquial y diocesana y tiene su trabajo en Enresa, empresa pública que se encarga de los residuos radiactivos
Cuando Adelina Crespo conoció la existencia de la vocación de las vírgenes consagradas, no imaginaba que, precisamente, esa forma de vida era el camino que Dios le tenía preparado para el futuro. Fue tras una Misa mozárabe —asiste semanalmente a la Eucaristía en este rito y forma parte de la Asociación Gothia— cuando una de las mujeres que participaba la invitó a su consagración. Fue su primer contacto. Y se quedó en eso.
No sabía entonces que el Orden de Vírgenes se remonta a los primeros siglos del cristianismo, que desapareció más tarde y fue recuperado tras el Concilio Vaticano II por Pablo VI. El nuevo ritual cumplió 50 años en 2020 y en 2018 la Santa Sede publicó la instrucción Ecclesia Sponsae Imago que describe de forma muy detallada esta forma de vida. En España son 228.
«Una virgen consagrada es una mujer que lleva una vida como cualquier otra persona, con su trabajo, su presencia en el mundo, pero que está entregada a Dios y a la Iglesia por completo», resume Adelina en entrevista con ECCLESIA nada más salir del trabajo. Es licenciada en química y trabaja en Enresa, empresa pública que se encarga de los residuos radiactivos. Se dedica al seguimiento de la garantía de calidad de la fabricación de los contenedores donde se guardan los residuos nucleares.
En el dedo lleva la alianza de los desposorios místicos con Jesucristo que celebró el día de su consagración por la Iglesia, en la persona del Obispo titular de la Diócesis de Madrid. «¡Te has casado con Dios!», concluyó una compañera de trabajo que le preguntó por el anillo cuando ella le explicó; y no iba mal encaminada. Ya el ritual subraya que las mujeres que optan por esta forma de vida, con la opción de vivir una castidad perfecta, «son imagen de la Iglesia como esposa de Cristo» y que su lugar está en medio del mundo.
Adelina es virgen consagrada desde el 4 de diciembre de 2021 tras un periodo de discernimiento algo distinto de lo habitual debido a la pandemia. Son poco más de dos años, pero la entrega en exclusiva a Dios se remonta a más atrás, diez años antes.
Paulatina acción de Dios
Pero empecemos por el principio, porque hasta la respuesta «aquí estoy, hágase tu voluntad», Adelina vivió una serie de situaciones que marcaron su vida posterior. No hay hechos extraordinarios ni grandes conversiones, pero sí una paulatina acción de Dios.
Siempre estuvo vinculada a la Iglesia, a través del colegio primero y luego de la parroquia, donde conoció la Acción Católica. Sin embargo, vivía con una desconexión entre la fe y la vida. «Llevaba una vida separada de Dios, aunque no lo parecía. Había una ruptura fe-vida y era cada vez menos feliz», explica. Hasta que con 25 años fue a la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia con la Acción Católica.
Allí descubrió muchas cosas. La primera: que había muchos jóvenes creyentes como ella y de muchos grupos y movimientos. Y esta circunstancia no fue baladí para alguien que había pasado de la burbuja de un colegio religioso a la Facultad de Químicas de la Complutense, donde nadie creía en Dios. Otra más: la Liturgia de las Horas que reza la Iglesia. Pero también sirvió para que Dios recondujese su vida: «En un momento para compartir testimonios, cogí el micro y pedí perdón por las veces que me escapaba a hacer compras y di las gracias a unos y otros. Y pedí al Señor, lo dije en alto, que me abriera los oídos, porque estaba muy sorda».
Dirección espiritual y tiempo delante del sagrario
A la vuelta, comenzó con dirección espiritual, oración diaria delante del sagrario, ejercicios espirituales y actividades parroquiales y diocesanas (Pascua Misionera, campos de trabajo).
Hubo algún novio y, reconoce, una cierta obsesión por encontrar al adecuado y casarse. Hasta que el sufrimiento que le causaba esto le hizo plantarse ante Jesús y decirle que la ayudase a parar esa dinámica y que, por el momento, sería solo para Él. Fue el primer sí y casi sin saberlo para siempre. Años después es cuando se plantea realmente una consagración especial. Estuvo en Rumanía y Etiopía con Acción Católica y las Misioneras de la Caridad varios veranos. «Veía que el Señor me iba diciendo lo mucho que me quería y que iba respondiendo que yo también», subraya.
Por eso continuó haciendo voluntariado semanal con las Misioneras, hasta que vio que no era aquel el lugar. Volvió a la vida parroquial de manera sencilla “como la soltera que se ocupa de los asuntos del Señor, entregándose a ellos” (1Co 7, 34), hasta que supo que Dios le pedía la entrega total. Tras contrastarlo con su director espiritual, decidió comenzar el discernimiento para ser virgen consagrada. Si no hubiese sido ese su camino, habría hecho una consagración privada. En este proceso sí vio de forma clara y natural que su camino era la consagración pública en la Iglesia diocesana. De hecho, era lo único que le faltaba a la vida que ya estaba viviendo.
Una vida entre el trabajo, la liturgia y la oración
Hoy, con 43 años, los días de Adelina transcurren entre la oración —Liturgia de las Horas, el rosario, la Eucaristía—, la actividad pastoral que desarrolla en la Acción Católica en Madrid, donde se encarga de coordinar la creación de nuevos grupos de vida en las parroquias, y su compromiso con la celebración y difusión del rito mozárabe. También en el trabajo, donde, entra en contacto con creyentes y no creyentes, con alejados, con personas que buscan. «Ahí me siento madre, como la Iglesia es madre, que tiene que cuidar no solo a sus miembros, sino a todos los hombres para que descubran el amor de Dios».
Echando la mirada atrás, dice con san Pablo: «Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para guardar hasta aquel día lo que me confió». Y añade: «Así he vivido yo la entrega al Señor con mis pobrezas, confiada en que Él me sostiene en esta vocación que ha elegido para mí, y me ayuda a afianzar mi sí, día a día, en respuesta a su gran amor. Y soy muy feliz».