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Hacia el Congreso de Vocaciones: «Dios llama en la debilidad»

Cuando resta poco más de un mes para este gran evento eclesial, nos acercamos al sacerdocio de la mano del joven César Vázquez, ordenado en 2022

Son las 13:00 horas de un viernes de diciembre. Hace frío, pero la avenida Reina Victoria de Madrid bulle gracias los coches, los universitarios que llenan las terrazas y los abuelos que hacen la compra antes de regresar a casa para almorzar. En una calle trasera, abierta para el que lo necesite, está la parroquia de San Bruno. A esa hora no hay nadie en el templo. Durante la mañana se han celebrado dos Eucaristías y ha habido tiempo también para la oración.

En los despachos contiguos parece estar todo tranquilo. Tampoco hay movimiento. Solo, en una habitación pequeña —tras una mesa—, está César Vázquez, un joven sacerdote, ordenado en 2023. En ese momento, está reservando los espacios para el campamento de verano. Encima de la mesa, Ser padre con san José, de Fabrice Hadjadj. El libro que más está regalando, nos dice. Está solo, aunque no es lo normal. Pasa muchas horas allí: seis, siete u ocho. Las que no está en Misa, rezando, con los distintos grupos de la parroquia, visitando a enfermos y a los mayores de las residencias colindantes o haciéndose el encontradizo por la calle.

Lleva en San Bruno desde 2021, antes de ordenarse. Es un destino importante, el que los seminaristas llaman la parroquia definitiva. Durante el tiempo en el seminario van pasando por distintas comunidades con un periodo fijo y corto. Aquí no. Es más largo. Pero para llegar hasta aquí, César tuvo que responder a la llamada de Dios, a una vocación concreta, la del sacerdocio, que se da tras la llamada común a todos que aparece en el Bautismo.

Con sencillez, César cuenta que su vocación no es muy llamativa, sino que se fue cocinando poco a poco a través de la parroquia, del párroco y de la familia. Y de los acontecimientos que Dios pone en la vida de cada uno. Aunque él nació en España, sus padres y su hermana son de Venezuela. Y como no tenían una situación laboral muy estable cuando él era bebé, fueron ayudados por la parroquia. Y sus padres respondieron con la implicación en la catequesis, la colaboración en la gestión económica. «Esto hizo que yo estuviese prácticamente allí todos los días. Siempre he dicho que la parroquia ha sido mi casa y esto ha sido decisivo para que el Señor lo preparase todo para llamarme», explica.

Aunque el paso lo dio tras dos acontecimientos: la JMJ de Madrid en 2011 y estudiar en el Seminario Menor de Madrid, a través del que conoció a las Hermanas de Belén. En un campo de trabajo con ellas, una hermana lo puso frente a la pregunta del sacerdocio. Él, que lo había pensado, lo negaba argumentando que si era muy joven, que si estudiaría primero una carrera civil… «Ponemos un montón de excusas para no hacer nada», le respondió la hermana.

Así que dejó las excusas a un lado y respondió. Entró en el Seminario y descubrió que la llamada iba evolucionando, que a pesar de las dudas e incertidumbres, la llamada de Dios da seguridad. «La llamada no es un picotazo en un único momento, sino una cadena larga. Todos tenemos que responder a una llamada de Dios que ha hecho desde antiguo. Y luego se va concretando. En el crecimiento en la espiritualidad, en rezar más y mejor. Vas experimentando que Dios te agranda el corazón desde la debilidad», subraya.

Transparentar a Dios

Ahora, a través de su vida, intenta canalizar la gracia de Dios que él ha recibido. Y, como decíamos, además de en la Eucaristía, con los grupos y demás actividades, lo hace estando presente y teniendo la puerta abierta. Ahí le llegan los dramas de la vida, los matrimonios que están rotos o pasando por penurias, los noviazgos que fracasan o las vidas destrozadas. «Esperan que les des aquello que ven en ti, que es Dios. La alegría, la paz, la serenidad… Ofreces de una manera muy sencilla lo que puedes. La gente quiere ver que rezas, que estás en el barrio, que te conoce el del bar, el cartero, el que pone las multas. No eres un ente, como la gente tampoco es un ente para ti. Tienen rostros concretos, son familias concretas.

Reconoce que es posible que no sea amable ser sacerdote en la sociedad de hoy —le han insultado varias veces cosas bastante feas por la calle—, pero está convencido de que es necesaria esta presencia. «Es necesario testimoniar ante los demás que Dios está presente y sigue llamando, aunque la gente no quiere verlo o escucharlo. Dios te da con el sacerdocio un don tremendo que no se puede medir. Poder ayudar a la gente y llevar la presencia de Dios es lo más maravilloso, independientemente de las cosas malas», afirma.

Plantearse la vida como vocación se dirime, al final, en la juventud. Y por ello, el sacerdote plantea una reflexión sobre cómo la Iglesia debe acercarse a los jóvenes. «No mintiéndoles, sino diciéndoles la verdad. A veces, pensamos demasiado en cómo presentarnos para parecer atrayentes. La verdad es atrayente. Y también gastando tiempo con ello, disfrutando con ellos. Que se sientan parte de la Iglesia», afirma. ¿Y si alguno se plantea la vocación sacerdotal? «Pues que no tenga miedo a su debilidad. Dios llama en la debilidad. Que la noten es la mejor prueba», añade.

Antes de salir al exterior de la parroquia para hacer la foto que ilustra este texto, César reitera que el mejor testimonio que la Iglesia puede ofrecer hoy es el de estar. Como ya lo hace con las mujeres víctimas de trata, con los novios que se van a casar o las familias que pasan dificultades. Como él mismo lo intenta cada día. 

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