Esta es la historia de Rebecca Matandiko y sus cuatro hijos, que salieron de un trabajo peligroso y esclavo gracias a la ONG católica
Rebecca Matandiko y sus cuatro hijos viven en Kolwezi, una ciudad situada sobre el mayor yacimiento de cobre y cobalto del mundo. Pese a las extraordinarias posibilidades de su entorno, los cinco, como el resto de familias mineras de la zona, saben bien lo que es el hambre. Rebecca y sus hijos trabajan durante todo el día sumergidos en aguas contaminadas lavando y tamizando tierra, además de transportando minerales a largas distancias, por un plato de comida. Esta llega cuando el sol se ha puesto y es siempre la misma.
En pocos lugares como la República Democrática del Congo se pone tan de manifiesto el efecto devastador que tiene sobre las personas más pobres y vulnerables el maltrato al planeta. Pese a que el Gobierno se comprometió a erradicar las minas ilegales y el trabajo infantil, Amelia Osma, responsable de Manos Unidas en el país, denuncia la corrupción y dejadez por parte de las administraciones: «Se desentienden de los mineros y sus familias, que viven en las proximidades de las minas, no respetan sus derechos ni les dedican recurso alguno. Estas poblaciones carecen de servicios básicos como carreteras, agua, electricidad o centros de salud y escolares».
La campaña de Manos Unidas para 2024 se propone el reto de alcanzar «un planeta sostenible, sin pobreza, hambre, ni desigualdad». No se trata de hablar del cambio climático en general, sino poner de manifiesto cómo la desigualdad medioambiental está mermando los derechos básicos de millones de personas, apelar al compromiso personal con los «descartados climáticos» y volver a la armonía con la creación, en tanto hogar común para que todos los hombres vivan de manera digna. Sirva de ejemplo un dato: en África, 540 millones de personas sobreviven sin acceso a electricidad, mientras el 10 % de la población más rica consume alrededor del 40 % de toda la energía que se produce.
De vuelta a Kolwezi, la Congregación Buen Pastor «pidió ayuda a Manos Unidas para poner en marcha un proyecto piloto de reconversión de la mujer minera en mujer emprendedora», explica Osma, una iniciativa a la que se ha adherido Rebecca, recibiendo formación en microfinanzas. «Con el proyecto he aprendido, también, a fabricar té de hierbas y, con eso, tengo ingresos todos los días. Ahora, mi familia puede comer y mis hijos van a la escuela. Ya no tenemos que trabajar en la mina», asegura, orgullosa.
Como ellos, otras 211 familias han dejado ya la esclavitud insalubre de sus trabajos gracias a esta iniciativa, uno de los 488 proyectos de desarrollo llevados a cabo por Manos Unidas en 55 países. En total, esta organización de la Iglesia católica recaudó 49,8 millones de euros en 2022, y 1,8 millones de personas se beneficiaron de ello recibiendo ayuda directa en aspectos fundamentales para sus vidas, como educación, salud, agua potable y saneamiento o alimentación.