El Encuentro de Laicos reunió a más de 700 personas en Madrid para iniciar un cambio de inercia pastoral. «Las parroquias hacen actividades para cristianos, pero no generan nuevos cristianos», dice uno de los ponentes
El primer anuncio es una prioridad para la Iglesia en España y así lo demuestran varios hechos. Primero, el sociológico, pues vivimos en una sociedad cada vez menos cristiana, ajena o indiferente a la fe, que, por una razón u otra, no han oído hablar de Jesucristo. Otro es la presencia en Madrid del 16 al 18 de febrero de más de 700 personas, en representación de las diócesis españolas, movimientos y asociaciones y congregaciones, en el Encuentro de Laicos sobre Primer Anuncio, organizado por la Comisión Episcopal para los Laicos, la Familia y la Vida. Una cita que es fruto del Congreso de Laicos de 2020 y de dos años de preparación.
«Nos jugamos en el primer anuncio el ser de la Iglesia», subraya a ECCLESIA Yolanda Muñoz, presidenta de Cursillos de Cristiandad en Córdoba, que impartió uno de los talleres del encuentro. Juan Ignacio Damas, vicario general de Jaén y antiguo responsable de Primer Anuncio de la Conferencia Episcopal, va más allá, pues cree que todas las parroquias deberían tener espacios para el anuncio explícito a los que están fuera. «Las parroquias hacen actividades para cristianos, pero no generamos nuevos cristianos», subraya.
Como dijo el cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal, en la apertura del encuentro, «no hay recetas para anunciar a Jesucristo, pero no podemos seguir las inercias de pasado». En la ponencia final se recoge, precisamente, la necesidad de un cambio de inercia en la Iglesia, en el fondo, una conversión que exige «romper muros, costumbres, seguridades» y «una buena dosis de imaginación, creatividad y audacia».
Este documento —presentado por Eva Fernández, presidenta de Acción Católica General, Jorge Botana, miembro del Consejo Asesor de Laicos, y Jesús Úbeda, responsable del área de Primer Anuncio de la CEE— recoge, por ejemplo, la importancia de conectar catequesis con primer anuncio. Esto es, dar un carácter más kerigmático a los procesos catequéticos y cambiar la tendencia «de una Iglesia que pone el énfasis en la administración de los sacramentos a una Iglesia evangelizadora, centrada en el primer anuncio, en la que la recepción de los sacramentos sea una consecuencia del primer anuncio y no una rutina pastoral». Así, continúa el texto, «el primer anuncio ha de traducirse en procesos de aproximación e iniciación cristiana que favorezcan el encuentro con Jesús». Porque se insiste en que para formar discípulos hace falta algo más que un anuncio, fundamental y primero, sí, pero insuficiente. «Si ayudamos a quienes están a nuestro lado a nacer a la fe, pero no les acompañamos, no les integramos en la comunidad, no fomentamos su formación y no les animamos a ser testigos, estamos dejándolos huérfanos».
Por eso, y como recogía el reportaje sobre primer anuncio del número anterior de esta revista y subrayan las conclusiones del encuentro, hay métodos que funcionan, con éxito, pero hay que avanzar en el acompañamiento, discipulado y comunidad.
Lenguaje y entorno cercano
Aunque esto es lo fundamental, hay otras cuestiones que tener en cuenta, por ejemplo, la importancia de actitudes como la alegría, la acogida, la esperanza, la valentía, la gratuidad o la humildad; el lenguaje adecuado «para que se entienda lo que anunciamos»; y la conciencia de que el primer anuncio se juega en el entorno más cercano de cada cristiano: familia, compañeros de trabajo, vecinos… «Todas las personas que pasan a nuestro lado pueden recibir y descubrir el kerigma».
Es una tarea no exenta de tentaciones, como advirtió el arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, en la homilía de la Eucaristía conclusiva. En primer lugar, se refirió a la tentación de la confrontación con el mundo de hoy, que se vence, dijo, con el diálogo amable: «Somos testigos de misericordia y esperanza, no de oscuridad y condena».
En segundo lugar, alertó ante la tentación del éxito inmediato, que es la de «suplantar el ritmo del Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización». «Es la impaciencia por recoger los frutos de la siembra del Evangelio. Lo que el Señor nos pide es que preparemos el terreno para la siembra, que sembremos su palabra (primer anuncio) y acompañemos su crecimiento, pero no que nos precipitemos en el final del proceso», abundó. Reflejo de esta tentación, subrayó, es priorizar la dimensión emocional, descuidando el acompañamiento personal, limitándose a métodos, grupos y experiencias, y olvidando «la dimensión eclesial o la misión».
Y, por último, la tentación del descarte, porque el Espíritu señala a muchas personas rechazadas y escondidas. «No podemos hacer una evangelización de primera y otra de segunda. En la misión evangelizadora no podemos excluir a nadie: ni a los lejanos, que nunca han recibido la Buena Nueva; ni a los alejados, que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; ni a muchos otros, con una fe débil, que necesitan volver a acoger la Buena Noticia de Jesucristo».
Como subrayó Luis Manuel Romero, director de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, ahora toca transmitir lo vivido en las diócesis, comunidades y movimientos y, sobre todo, seguir caminando para que el laicado crezca «en primer anuncio, acompañamiento, formación y presencia en la vida pública, desde las claves de la sinodalidad y el discernimiento».