Silencio: san Pablo Miki, por Alfonso V. Carrascosa, científico del CSIC
Hoy la Iglesia universal celebra la memoria de san Pablo Miki y compañeros mártires. Pablo Miki, Juan Soan de Gotó y Diego Kisai, seis franciscanos y diecisiete fieles japoneses (tres de ellos eran niños que ayudaban en misa a los sacerdotes) fueron apresados, y en público se les cortó la oreja izquierda para después ser llevados caminando en una ruta de oprobio a lo largo de 600 millas, y finalmente crucificados en la Colina de los Mártires de Nagasaki. Dieron muchas pisadas a lo largo del Via Crucis al que fueron sometidos por los genocidas que los mataron, pero ninguna sobre la imagen de Cristo, como sí hicieron Critstobal Ferreira y Rodrigues, los protagonistas de la criticable película de Scorsese titulada “Silencio”.
Cuando menos sorprende que Scorsese no haya elegido a ningún sacerdote mártir para hacer su película, si no alprimero que apostató, se sumó al bando genocida y en la película indujo a apostatar a su joven alumno también sacerdote jesuita. Es como si en vez de hacer una película sobre los once apóstoles que, como Jesús, fueron en su mayoría martirizados, se hiciese una película sobre Judas.
En 1967 un jesuita misionero en Japón publicó un excelente trabajo científico sobre la obra literaria del escritor católico japonés Endo Shusaku, titulado “El sacerdote caído, en las obras de Endo Shusaku”, en cuya novela “Silencio” dice basarse la película homónima dirigida por Martin Scorsese. En dicho artículo se deja bien claro que Shusaku proyecta a través de sus personajes sus conflictos espirituales, propios de una fe superficial y sentimental. También hace Pacheco memoria de sacerdotes martirizados en Japón que no hicieron el gesto externo de apostasía consistente en pisar una imagen de Cristo, o escupir a un crucifijo, como en otro tiempo hicieran los cristianos durante el Imperio romano, cuando se le sobligaba a decir “Caesar Kyrios” (César es el señor) y por negarse y decir “Cristos Kyrios” (Cristo es el Señor) se les cortaba el talón de Aquiles para que no se pudieran escapar, se les saltaba uno de los ojos, y se les ponía a trabajar hasta la muerte en minas de sal.
Cuando Ferreira fue colgado cabeza abajo en la fosa no había allí ningún campesino sometido a tormento sino que había varios sacerdotes jesuitas que se sabe que fueron Julián Nakamura japonés, Juan Mateo italiano, Antonio De Souza portugués, un sacerdote dominico Lucas del Espíritu Santo español, dos estudiantes Jesuitas y un estudiante, Dominique, los 3 japoneses, que murieron dos días después de apostatar Ferreira. Otro importante sacerdote que Pacheco sitúa como vehículo de la entrada en Japón de la ciencia Occidental es el Padre Pedro Gómez un ilustre andaluz que llego ya al Japón a una edad avanzada fue superior más en concreto provincial desde 1590 a 1600. Su obra como escritor y profesor tuvo un gran influjo. Sus compendios de filosofía y teología fueron de utilidad para introducir en el Japón a Aristóteles y a Santo Tomás, al mismo tiempo que la física y la astronomía que se estudiaba en las universidades europeas. Los libros de Gómez estuvieron en manos de ferreira cuando éste era estudiante. El padre Gómez estudió concisamente el punto de la apostasía externa –pisar una imagen de Crsito, escupir un crucifijo…- basándose en el Evangelio y en Santo Tomás y sus resultados no pueden ser más concluyentes: está prohibido negar la fe siempre y en todo lugar.
Otro sacerdote que contribuyó a los inicios de la occidentalización de Japón en el siglo XVII transmitiendo el saber y la ciencia europeas fue el beato Carlos Spinola, mencionado también por Pacheco en su magnífico artículo. Este sacerdote tampoco pisó la imagen de Cristo o fumie, y se dedicó entre otras cosas a lo que por aquel entonces hacían los jesuitas: estudios y prácticas de astronomía que les valieron la admiración y el favor de las autoridades de China y de Japón. Qué pena que Scorsese no haya hecho una película sobre él. El Beato Carlos era un hábil matemático y astrónomo y, en 1612, escribió un tratado técnico sobre el eclipse lunar que se vio en Nagasaki. Seis años después, fue detenido y, en la prisión donde fue encerrado, en Omura, se encontraba ya el Beato Sebastián Kimura, uno de los primeros japoneses que fueran ordenados sacerdotes, descendiente de un convertido que había sido bautizado por san Francisco Javier. Su historia y su martirio son fácilmente accesibles en internet.
El Evangelio no fue, como se dice en la película y en la obra de Shusaku, una semilla que cayó en una ciénaga y no germinó, sino que encontró la buena tierra en el corazón de muchos japoneses, en tanto como para que exista un período de la historia de Japón que es llamado el Siglo Cristiano. Por lo que fueron masacrados los cristianos lo cuenta otro sacerdote apóstata en el libro “Ha Deus: contra la secta de Dios”: porque amaban a Dios sobre todas las cosas, y no al emperador y a los shogunes. La mezcla de religiosidad natural que en Japón llaman sintoísmo, y el zen, que no es otra cosa que la ideología del budismo llevado a Japón por koreanos, es precisamente lo que señala la necesidad del anuncio del evangelio en Japón, para que pueda darse el encuentro del hombre con su Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esa necesidad no hay cultura que la suplante, algo que sin duda tenían muy claro los mártires del Japón a quienes hoy veneramos.
San Ignacio de Antioquia dice él que ha hecho suyas realmente las palabras de Jesús está capacitado para oír su silencio. San Pablo Miki, desde la cruz en la que le martirizaron, dijo antes de morir: «Yo perdono de buen grado al rey y a todos los que me matan, y les ruego que quieran iniciarse en el bautismo cristiano».