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Una nueva ermitaña en Murcia: «Mi vocación es apartarme del mundo para centrarme totalmente en el Señor»

Rosario Hernández pasa de ser monja dominica de clausura a ermitaña tras profesar los votos de castidad, pobreza y obediencia delante del obispo de Cartagena, monseñor Lorca Planes

Desde ayer, la Iglesia que peregrina en España cuenta con una nueva ermitaña, después de que Rosario Hernández Ruiz profesara sus votos de consagración ante el obispo de Cartagena. Monseñor José Manuel Lorca Planes presidió la celebración en la Parroquia San Pablo de Abarán, donde la murciana, que había sido monja dominica en un convento de clausura durante muchos años, desarrollará la forma de vida eremítica. Durante la ceremonia, Rosario tomó para su nueva vida el nombre religioso de Paula —en honor de san Pablo de Tebas, considerado como el primer ermitaño— tras hacer profesión pública mediante voto de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia en manos del obispo.

Según explicó a Carmen García en la web de la diócesis de Cartagena, Paula siente que su vocación consiste en «entregarse al Señor en total soledad y aislamiento, en un apartarse del mundo, del ruido; de todo aquello que impida estar totalmente centrados en el Señor». Precisamente por la radicalidad de esta llamada, explica que «esto no es algo súbito» y que ella estaba muy bien en su vida consagrada, pero que, «a través de la lectura espiritual, conocí la vida eremítica, la vida de oración interior, y despertó en mi corazón un deseo de mayor soledad». Tras el discernimiento, le comunicó esta inquietud a su confesor y pidió hacer una experiencia en una orden monástica que siguiera un estilo de vida similar a la eremítica, una experiencia de varios años que confirmó la llamada que sentía: «Volví con las monjas dominicas, pero ya tenía claro que mi vocación era otra; pedí la secularización y dejé que el Señor decidiera dónde y cómo».

Con los años, la llamada a seguir dando pasos en esa dirección no ha hecho sino acrecentarse, por lo que recurrió al obispo y, con su aprobación, empezó su vida como ermitaña en una casa de oración ubicada en la Sierra del Oro, en el término municipal de Abarán, retirada y con vistas al Valle de Ricote, donde reside actualmente. «Cuando vine a ver esta casa tuve claro que este sería el lugar y, aunque se empieza con cierto miedo por si es o no el camino, el Espíritu Santo se encarga de confirmarlo: cuando pasa una semana, un mes, un año, diez años… y sigues con ganas, ya no cabe la menor duda», afirma, en declaraciones recogidas por la diócesis de Cartagena. Allí, vive en oración continua, pues «lo normal para un ermitaño es rezar durante la noche y durante el día; que hagamos lo que hagamos estemos en oración».

En lo referente a la liturgia, la celebración de su profesión comenzó con el escrutinio, después del cual la ermitaña fue revestida con el hábito negro, como signo de morir al mundo y a uno mismo para la salvación de las almas; con una capucha que cubre la cabeza, porque su cabeza debe ser Cristo; un cinturón, en alusión a la obediencia; y un rosario, por la oración y la vinculación a María. Después de la homilía, comenzó el rito de consagración con la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia en manos del obispo, a los que sumó un voto de conversión continua y también de estabilidad, es decir, de fidelidad y perseverancia en su vocación. Le siguió la postración en el suelo, símbolo de humildad, y la letanía de los santos; así como la entrega del anillo, símbolo del desposorio con Cristo; del crucifijo sobre el pecho y de una custodia, como signo de la oración continua que caracteriza a los ermitaños. Paula también recibió la bendición del obispo como envío al «desierto» en su forma de vida eremítica.

«Fue muy emocionante —reconoce—. Viví la celebración verdaderamente como una boda mística, con esa gracia de ser recibida por la Iglesia y de decir: “Señor, yo no soy nada y me has elegido sabiendo que soy pobre; has pasado por mi vida y me has llamado por mi nombre”.  Ese es el misterio y la gracia que estoy viviendo por medio de la imposición de manos del obispo, que marca un antes y un después en mi vida eremítica», concluye la hermana Paula.

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