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Hans Urs von Balthasar: una teología arrodillada

Quedó al margen del Vaticano II, aunque luego recibió el reconocimiento de los padres conciliares. Fundó con Ratzinger y De Lubac la revista Communio

Hans Urs von Balthasar nace el 12 de agosto de 1905, en el seno de una familia con dos grandes peculiaridades que marcarán hondamente su vida y su obra: el contacto con varias culturas lingüísticas —alemán, francés e inglés— y una temprana vivencia ecuménica, con familiares católicos y protestantes en su seno. Desde su más tierna infancia estuvo dotado excepcionalmente para la música, quedando marcado por ella para su propio estilo teológico: la música será para él la fascinación de la belleza, especialmente en Mozart, al que llegará a conocer de memoria. Tras frecuentar los colegios de benedictinos y jesuitas, estudió Germanística en Zúrich —conociendo de cerca el protestantismo abierto y liberal—, Viena —donde entró en contacto con los círculos psicológicos y freudianos del momento— y Berlín —ciudad en la que conoció a Guardini—.

En 1929 entró en la Compañía de Jesús, donde realizó sus estudios de Filosofía en Pullach y de Teología en Fourviére. Ya en Lyon, hombres como De Lubac, Daniélou y Bouillard le animaron al estudio de los Padres de la Iglesia, que serían fundamento de su teología. En estos años encontró, además, ocasión de enriquecer su conocimiento con los grandes personajes de la literatura francesa de la época: Bernanos, Péguy y, especialmente, Claudel. En 1936 fue ordenado presbítero en Múnich, tras haber obtenido la licenciatura en Filosofía y en Teología. Paradójicamente, uno de los grandes nombres de la teología católica nunca alcanzará un doctorado en Teología, ni tampoco dará clase en el ámbito académico o universitario.

Su futuro, como capellán de estudiantes, lo encontrará en la ciudad de Basilea (Suiza), en la pastoral directa. Basilea era también una ciudad simbólica para la Reforma, en cuya universidad enseñaba Barth, el gran teólogo calvinista. La pasión de ambos por Mozart abrió las puertas al diálogo y la colaboración mutua. También en estos años aparecen numerosas publicaciones de diversa orientación: una trilogía sobre los Padres —Orígenes, Máximo el Confesor, Gregorio de Nisa— y numerosas traducciones —Bernanos, san Juan de la Cruz o C.S. Lewis—.

Adrienne von Speyr

Hecho fundamental en la biografía de Balthasar fue el encuentro con Adrienne von Speyr, la psiquiatra protestante convertida al catolicismo, que, a partir de 1944, comenzará a dictar a Von Balthasar sus visiones sobre el Apocalipsis. Las relaciones alcanzan el nivel de una experiencia mística. El mismo teólogo reconocerá que su propia producción no es más que una transcripción de lo que Speyr llegó a recibir directamente de Dios. La incompatibilidad de estas actividades con su pertenencia a la Compañía de Jesús concluirá con el abandono de esta y su paso al clero secular. Esta dolorosa decisión significaría en Von Balthasar una enorme relevancia teológica: era el conflicto entre la certeza interior, alcanzada en la oración, y la obediencia religiosa.

La obra más monumental

Después de rechazar diversas cátedras, como la de Guardini en Múnich, se consagra a dar retiros y a pronunciar conferencias en distintos congresos; asume la dirección de la editorial donde van apareciendo sus propias publicaciones, tildadas por algunos de excesivamente «progresistas». Fue el período en el que da inicio, a partir de 1961, de su Trilogía, la obra más monumental, que se prolongaría prácticamente hasta las vísperas de su muerte. Esta obra cumbre es un inmenso tríptico de quince volúmenes —más un epílogo— en la que trata exponer la lógica del amor trinitario y en la que se encuentra articulada toda su teología.

Nuestro teólogo quedará al margen del Concilio Vaticano II, aunque, al finalizar este, recibió un reconocimiento prácticamente unánime de los padres conciliares por su talla intelectual y la profundidad de su espiritualidad.Sufrió enormemente durante la época posconciliar. En el campo de la teología y de la vida eclesial denunciará muchas «adquisiciones» que se habían mostrado perniciosas. Su obra Córdula (1966) resonó como un aldabonazo contra las tendencias secularizadoras que parecían huir del martirio, como la virgen Córdula, aunque esta finalmente se arrepintió.

En 1972 fundó con Henri de Lubac y Joseph Ratzinger la revista Communio, razón por la que fue tildado y enjuiciado como «un teólogo conservador y restauracionista». Sin embargo, también recibió ataques de sectores integristas. Lo cierto es que nunca se dejó influir por corrientes de pensamiento, sino que siempre se mantuvo en posturas coherentes con su planteamiento teológico.

El optimismo salvífico le impedía afirmar que el infierno estuviera ocupado, afirmación que a algunos les sonaba muy arriesgada, aunque, históricamente, la Iglesia siempre ha afirmado que hay que esperar la salvación de todos los hombres. 

Von Balthasar explicaba que esta afirmación no nace del puro sentimiento humanitario, sino por la revelación de Cristo en la lógica del amor trinitario El Padre mira a su Hijo, que lleva el pecado del mundo. El juicio se disuelve en amor. El mal puede ser ilimitado, pero encontrará su fin en el amor que todo lo envuelve. Por eso, las palabras finales del drama no pueden ser más que de esperanza. El infierno es una posibilidad real, pero el Evangelio nos empuja a esperar la salvación de todos los hombres. 

La misma santa Teresita del Niño Jesús dice que en Dios nunca se espera demasiado. Pero el «cielo para todos» nunca ha sido en los santos estímulo para la pereza, sino un compromiso mayor para la conversión. El amor revelado genera como respuesta el amor: «Cuando la madre ha sonreído a su bebé durante días y semanas enteras», explica el teólogo, «llega un momento en que el bebé le responde con una sonrisa […]. Así, Dios se manifiesta al hombre como amor». No es a partir del cosmos ni del hombre como puede argumentarse la verdad del cristianismo, sino que el cristianismo tiene en sí la verdad y la exhibe de por sí como amor absoluto de Dios en la cruz.

Reconocimientos

Su persona y su obra recibieron numerosas críticas, pero también múltiples reconocimientos, tanto dentro de la Iglesia como en el ámbito de la sociedad y de la cultura. En efecto, la obra de Hans Urs von Balthasar resulta tan vasta y tan compleja en su temática como un mosaico de las más variadas piezas, en la que encontramos teselas de teología, filosofía, literatura, e incluso de arte. El propio autor era consciente de la amplitud de su obra y, en más de una ocasión, escribió resúmenes y ofreció claves de interpretación.

En 1975 recibió el premio Gottfried Keller, el más prestigioso galardón literario que se concede en Suiza, y el 29 de mayo de 1988, el papa Juan Pablo II anunció su intención de nombrarle cardenal en el siguiente consistorio, que se iba a celebrar el 28 de junio de 1988. Sin embargo, el 26 de junio, cuando se preparaba para ir a Roma para recibir el capelo cardenalicio, nuestro teólogo, tras un accidente fortuito, murió inesperadamente.

Es un hombre de vasta cultura y gran hondura espiritual y mística, que, en medio de contrastes y desafíos, vivió en todo momento buscando ser fiel a Cristo, coherente con lo que experimentaba en su oración, poniendo sus dones al servicio de la Teología y de la fe de la Iglesia. Se convirtió así en el «santo Tomás del siglo XX», como algunos le han llamado. 

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